1ra Lección
NECESIDAD DE LA ORACIÓN
Este curso que iniciamos no tiene como objetivo presentar un método de oración. Nuestra intención es proporcionar abundantes motivaciones y pistas para que el recién evangelizado haga su propia y particular experiencia en el
camino de la oración. Como dicen los padres espirituales: «A orar se aprende orando». Por ello vamos a mostrar a la biblia como el mejor manual de oración, porque su doctrina es segura y accesible. Aprenderemos de sus personajes para fundamentar mejor nuestra oración y así podremos hacer viva la exhortación evangélica: «Es preciso orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18,1).La
Historia de la Salvación que hemos estudiado nos ha revelado que Dios está
siempre presente acompañando nuestro caminar. Pero es preciso que el hombre
acoja esta Presencia esta presencia mostrando una suficiente apertura de
corazón para que pueda escuchar su voz. Dios toca a nuestra puerta y espera que
le abramos para poder construir una auténtica amistad (Apoc. 3,20). Si sucede
así, tomamos conciencia de su luz y nuestra vida empieza a tener un nuevo
sentido y a cobrar una intensidad diferente. Reconocemos a Jesucristo como
Señor de nuestra vida y somos capaces de agradecerle todo cuanto ha hecho por
nosotros para que podamos alcanzar la salvación.
Así,
nuestra verdadera historia comenzó en ese feliz momento en que escogimos a
Cristo Palabra y fuimos capaces de darle una respuesta generosa. Fue el momento
en el que se despertó nuestra conciencia y descubrimos que la vida es un don
maravilloso que merece ser vivido. Ahora nos admira todo lo bueno, lo noble y
lo bello que Dios ha creado por nosotros. Las cosas que nos suceden son
interpretadas como las palabras y mensajes de un Dios amoroso que nos invita a
darle gracias y a alegrarnos con Él.
Gracias
a esta experiencia totalmente gratuita (porque nada hemos hecho de bueno para
merecerla), hemos podido comprobar que Dios es el origen y el fin de toda
nuestra vida, que nos ha amado antes de que nosotros existiéramos; que no
podemos conocer nuestra identidad fuera de Él. «Así como la cierva busca
corrientes de agua» (Sal 42,2), así el hombre tiene una profunda necesidad de
Dios. Descubrimos nuestro interior como un abismo oscuro y sin fondo, como un
hueco infinito que sólo Dios puede llenar y saciar. Al experimentar esto San
Agustín expresaba: «Nuestro corazón inquieto está Señor y sólo descansará hasta
encontrarse contigo».
Dios
ha creado al hombre a su imagen y semejanza (Gn1, 26-27). Por eso, como Dios,
los hombres tenemos una sed y un hambre infinita de diálogo y de comunicación.
Así como Dios quiere encontrarse con el hombre para participarle su felicidad,
así también el hombre guarda un inconsciente y secreto deseo de encontrarse con
Él. Podemos decir que nuestra relación con Dios es nuestra misma vocación y
fin. No podríamos ser felices ni realizarnos fuera de esta unión vital, que
Dios intenta construir a lo largo de nuestra vida, porque para esto fuimos
hechos.
El
Concilio Vaticano II en la Constitución «Gaudium et Spes» nos descubre el
motivo profundo de la necesidad que tiene el hombre de orar: «La razón más alta
de la dignidad humana, consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios.
Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe
pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que
lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando
reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador» (n.19).
A
la luz de este texto, podíamos pensar que este diálogo de amor entre Dios y el
hombre es una práctica fácil y natural. Bastaría que fuéramos consientes del
amor de Dios en nuestra vida y correspondiéramos de la misma manera para poder
establecerlo.
Esto
es la oración. En este sentido, la oración debería ser la actividad más normal
y espontánea que el hombre realizara. La escena del hombre platicando con Dios
a la hora de la brisa de la tarde (Gén 3,8a) es concluyente: El hombre es
normal cuando vive platicando con Dios. La oración no es una prerrogativa de
almas privilegiadas sino de todo hombre que fue creado por Dios para vivir con
Él desde esta vida hasta la eternidad. R. Voillaume, discípulo de Carlos de
Foucauld definió la oración sencillamente como: «Pensar en Dios amándolo».
Sin
embargo, salvo en raras excepciones, la oración no es ni fácil ni espontánea,
pues el diálogo con Dios se da en un nivel de relación muy diferente al que
ordinariamente estamos acostumbrados. Como hombres debemos tratar con un Dios
que no vemos, no nos habla como una persona. Nuestra relación con Dios está en
el nivel de la fe. Por ello sucede con frecuencia que no encontramos a ese Dios
revelado o «no lo sentimos». Nos distraemos y aburrimos. Pasamos a menudo por
negligencias y crisis con la tentación de abandonarlo todo.
La
oración como la fe y el amor, es una de esas prácticas violentas a
«contracorriente» que implican para el creyente una disciplina personal y
muchas renuncias. Porque no se trata sólo de hablar con Dios sino de
escucharle. Por ello, la oración supone una renuncia al ruido y al desorden
personal para poder lograr ese silencio propicio y así escuchar la voz de Dios.
Un cristiano que no tiene capacidad de concentrarse y reflexionar o de soportar
ciertos momentos de soledad, difícilmente podrá lograr una genuina experiencia
de Dios.
Características de la
oración cristiana
Hoy
día, se confunde muchas veces la práctica de la oración específicamente
cristiana con ejercicios de relajación o meditación de tipo oriental. No es
raro encontrar cristianos que en su ansia de paz y equilibrio emocional
recurren a ciertas prácticas de concentración psíquica que los enajenan de la
realidad. Por ello, es preciso que el cristiano reconozca las tres notas
específicas que posee la oración cristiana para que ésta no pierda su identidad
ni su eficacia.
1. Relación con Dios
personal
Es
preciso estar bien convencidos de que nuestro Dios es una Persona real con la
que podemos entrar en intimidad y dialogar como con cualquier otra persona. No
se ora a una idea, a una cosa a una fuerza impersonal.
Decía
santa Teresa: «Orar es tratar de amistad, estando a solas con quien sabemos nos
ama». Si estamos convencidos de esto, nuestra oración dejará de ser un
ritualismo o una práctica rutinaria y se transformará en una respuesta vital a
este Dios-Persona que nos habla a cada uno de nosotros en forma muy personal.
2. Confianza en su
presencia
La
oración viene de la fe y la fe es una confianza absoluta en un Dios presente
que oye y que se comunica siempre y en cualquier lugar. Saber que Dios nos mira
es el principal móvil de nuestra oración, que ya no queda reducida a unos
momentos o a unos determinados actos, sino que va empapando toda nuestra vida,
al punto de transformarnos enteramente en oración. Se decía de San Francisco de
Asís que no era sólo un hombre que oraba sino era un hombre hecho oración,
porque en todo él se respiraba la presencia de Dios.
3. Es un don del
Espíritu Santo.
La
oración específicamente cristiana expresa una fe viva en la Santísima Trinidad.
Podemos adorar a Dios guiados por el Espíritu, que nos hace exclamar: «abbá,
Padre. El mismo Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios» (Rom
8,15-16).
Gracias
al Espíritu, el hombre logra entrar en el diálogo de amor que hay entre las
personas de la Santísima Trinidad. Él nos introduce en el Amor trinitario
concediéndonos el don de la perseverancia en la oración. «Cuando el Espíritu
pone su estancia en uno, éste no ceja de orar porque el Espíritu ruega
constantemente en él. Entonces la oración no se separará de su alma ni cuando
duerme ni cuando este despierto, sino mientras que coma o beba, mientras que
descanse o trabaje, hasta mientras esté sumergido en el sueño, los aromas de la
oración se difundirán espontáneamente en su corazón» (San Isaac el Sirio).
Es
el Espíritu Santo quien nos da la sabiduría y el gusto de una oración correcta.
Nos hace vigilantes en la espera del Señor y atentos a los signos de los
tiempos, que son los signos de la presencia de Dios. Y así se hace posible
gracias al Espíritu la oración que es integración entre fe y vida.
La verdadera
evangelización lleva al hombre a ser orante
La
evangelización no debe tener sólo como meta llevar al hombre a la Iglesia o a
realizar obras de caridad, sino también a transformarlo en un hombre de
oración. Sin el diálogo con Dios, el hombre evangelizado pronto olvidará las
enseñanzas recibidas y volverá a su antiguo estado de ateo practicante. Su
fervor y entusiasmo propio de recién convertido se tornará en mediocridad y
tristeza. Su trabajo generoso ya no encontrará razón de ser y «un sin sentido»
se apoderará de él hasta llevarlo a abandonar la práctica de la fe.
Por
ser la oración una actividad esencial de la vida cristiana, su ausencia o
debilitamiento repercute en todos los aspectos de la vida humana. Somos lo que
oramos. De hecho, podemos reconocer, a partir de sus modos y acciones, quién es
la persona orante que goza de la paz y la serenidad que sólo Dios puede dar.
Aquí cabe muy bien citar aquella expresión: «Dime como oras y te diré como
andas».
Por
ello, la oración debe ser uno de los objetivos más importantes de la
evangelización para que el «hombre nuevo» continúe recibiendo la luz y la
fuerza para vivir en su medio ambiente, tal y como Cristo le ha enseñado.
MUCHAS GRACIAS PADRE MODESTO POR COMPARTIR LOS CURSOS Y SEGUIRNOS ALIMENTANDO ESPIRUTUALMENTE LE ENVIO SALUDOS QUE DIOS LO BENDIGA Y SEGUIMOS UNIDOS EN ORACION POR TODOS LOS SACERDOTES Y RELIGIOSAS MSP
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