domingo, 7 de febrero de 2021

Oración en el Apostolado - 3ra lección curso orar evangelizando

3ra Lección


¿QUÉ ES LA LECTIO DIVINA?

Con esta expresión latina nos referimos a la lectura atenta y reverente de la Palabra de Dios. Se trata de una manera especial de acercarnos al conocimiento de la Sagrada Escritura, no tanto para satisfacer nuestra curiosidad intelectual o aumentar nuestra cultura, sino para alimentar y robustecer la vida de fe.

Este modo de acercarse a la Sagrada Escritura, goza de una larga y sabia tradición en la historia de la vida religiosa. Desde el Siglo IV, San Jerónimo comparaba a la Palabra de Dios con «el pozo de Jacob» del que siempre podemos tomar aguas vivas que calmen nuestra sed de Dios. En la Edad Media los monjes le dieron la formalidad y solidez de un método del que se han servido tantos hombres y ahora queremos servirnos nosotros para aprovechar toda la potencia contenida en la Palabra de Dios.

 

Es llamada «divina» no sólo porque su objeto es la Palabra de Dios, sino también por el modo en que la leemos. Ya que no buscamos en un primer lugar una erudición bíblica o pretendemos una exégesis crítica como podría hacerlo un profesor biblista. Lo que nos interesa aquí es lograr una conexión con Dios, de corazón a corazón, en la intimidad de un diálogo de amor. Por ello, la acción del Espíritu resulta imprescindible, ya que Él suscita en nosotros la atracción a la Palabra, así como ilumina nuestra inteligencia para que podamos penetrar los misterios divinos que guardan cada una de sus frases y palabras.

 

Es indispensable que nos acerquemos a conocer la Biblia con el ánimo de satisfacer nuestros deseos más profundos y encontrarnos con Dios. Como un sediento en busca de agua, así el cristiano debe experimentar la necesidad de beber del agua de la vida que es la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, debe tener un mínimo de fe para confiar que esta Palabra es realmente divina y es el medio esencial por el cual Dios sigue hablando a su pueblo. La Biblia es para el creyente, el libro vivo desde donde el Padre nos revela su plan y nos estimula para dar una respuesta de fe.

 

La «Lectio Divina» tiene el privilegio y la ventaja de llevarnos a una oración profunda y verdadera que nace de la fe (Rom 10, 17). Una oración que brota de un corazón agradecido al contemplar las maravillas de Dios en la historia de la Salvación y en nuestra propia vida. Una oración que nos lleva a proclamar la verdad del Amor con fuerza y decisión en todas nuestras acciones.

 

PASOS DE LA LECTIO DIVINA

Como todo método, la «Lectio Divina» se realiza a través de pasos bien definidos. Conviene detenernos en cada uno de ellos, para comprenderlos y practicarlos mejor.

 

PASO CERO: Actitud de Silencio

Antes de iniciar este itinerario que nos lleva al encuentro de Dios, planteamos este paso cero como un requisito indispensable para poder escuchar la Palabra de Dios: la actitud de silencio. Cuando hayamos logrado un silencio receptivo atento, una quietud del alma para acoger un mensaje, podemos considerarnos preparados. No hablamos solo de un silencio físico-material, como una ausencia de ruidos externos, sino principalmente, de una disposición para escuchar. Ello supone la liberación de nuestro stress, cansancio y demás preocupaciones propias de la vida, que son obstáculo serio para escuchar realmente la Palabra con fruto.

 

Por ello debemos pedir a Dios sacudirnos de nuestra soberbia, orgullo, arrogancia, odios y envidias. La sencillez de corazón es la cualidad más importante para escuchar a Dios. La parábola del sembrador compara la cizaña o mala hierba, con la codicia y las demás concupiscencias como un impedimento para que la semilla germine y crezca. No por nada, Jesús nos insiste en esta parábola: «fíjense en la manera cómo escuchan» (Mt 13, 1-23).

 

De aquí el celo y el cuidado que tenemos que poner para lograr este objetivo. Entre estas exigencias, tenemos que lograr al menos:

a) Un espacio para refugiarnos y encontrarnos con Dios, es decir, luchar por un silencio y una soledad. Es preciso hallarlo, Dios no puede ser tan injusto como para impedirnos encontrarnos con Él.

b) Un tiempo. Nadie puede ponerle a Dios como pretexto la gastada excusa: No tengo tiempo. El tiempo es cuestión de preferencias; siempre se logra tener tiempo para lo que se quiere. Si realmente queremos encontrarnos con Dios debemos ser generosos para darle a Él el primer lugar.

c) Puede ayudarnos un crucifijo, una imagen, aunque no son necesarios. Una vez que hemos logrado esto. Es preciso invocar al Espíritu Santo. Puede ser una plegaria ya escrita o puede hacerse de modo espontáneo. Lo importante es, suplicar con humildad y fervor su Espíritu venga a nosotros para iluminar nuestra inteligencia y ensanchar nuestro corazón.

 

1 LA LECTURA

Para que haya un buen aprovechamiento de la Palabra se requiere una buena lectura. Este paso es comparado por los espirituales con el acto de comer. Si queremos que haya una buena asimilación tenemos que masticar muy bien los alimentos. Así el cristiano, debe saber escuchar muy bien la Palabra de Dios. Antes de ser capaces de dirigirnos a Dios, debemos dejar que Dios nos hable primero. Para ello debemos proceder a una lectura personal de un texto de la manera siguiente:

 

1 Una vez que hemos elegido el texto o se nos ha proporcionado. Fijados bien los límites. Se procede a una lectura pausada y atenta, respetando la puntuación, tratando de captar las ideas principales. Al terminar debemos ser capaces de distinguir quien es el que habla, si el texto en cuestión, es una historia o una parábola, una historia o un hecho histórico. Conviene subrayar las palabras que no comprendemos bien para luego preguntar a alguien o consultar en un diccionario.

2. Se pueden hacer preguntas respecto al texto con entera libertad. Conviene leer las notas de pié de página, textos paralelos y explicaciones que brindan las biblias, especialmente si se trata de una edición pastoral.

3. Al ser este paso tan rico y amplio corremos el riesgo de extendernos indefinidamente. Por ello, démosle un tiempo medido. Lo importante es que contestemos a la pregunta ¿Qué dice o de qué trata el texto? Es decir, debemos comprenderlo bien.

 

2 MEDITACIÓN

La meditación o «Rumitatio» como la llaman los espirituales es el acto de reflexión de la Palabra. Se trata pues, de masticarla, saborearla o valga la expresión «rumiarla» para extraer de ella la verdad oculta en esta Palabra que Dios me dirige. Este momento consiste en un cuestionamiento personal para reconocer que efectivamente la Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb 4, 12-13).Una vez que hemos hecho una lectura de fe debemos quedarnos con aquellas palabras que más nos hallan impactado o aquella idea que se quedó más grabada en mi corazón. Conviene transcribir o memorizar estas palabras que repiquetean en mi corazón y que no me dejan tranquilo. Una vez que hemos captado la fuerza de la

 

Palabra de Dios, ésta necesariamente se asocia a la vida. De hecho, hay frases y palabras del Señor, que se convierten para nosotros en motivos fuertes para una conversión o en auténticos programas de vida. Recordamos el caso de San Francisco Javier que le bastaba la frase evangélica «De que le sirve al hombre ganar el mundo si se pierde a sí mismo» (Lc 9, 25), para encontrar motivos para una entrega siempre mayor. Al final de este paso, debo ser capaz de contestar. ¿Qué me dice a mí el texto?

 

3 LA ORACIÓN

Es la consecuencia inmediata y espontánea de la meditación. Una vez que hemos saboreado la verdad de la Palabra, nuestra mente y nuestro corazón se elevan a Dios por la gracia del Espíritu Santo que hemos invocado desde el principio. Nuestro corazón se ensancha y se calienta para elevar a Dios nuestros ruegos y alabanzas (Rom 8, 26). Podríamos decir que este paso es la predicación personal del texto. Una vez que hemos entendido, meditado y asociado a nuestra vida la

 

Palabra, la consecuencia es un arrepentimiento al darnos cuenta de la gravedad de nuestro pecado delante de la misericordia de Dios, o bien, nuestra respuesta agradecida por los privilegios y favores con que Él nos ha colmado. El fin de este paso es entregar a Dios nuestra voluntad y disponernos para que el Espíritu nos mueva a cumplir la voluntad del Padre expresada en su Palabra. Al finalizar esta etapa, puede ayudarnos, para expresar bien nuestros pensamientos, escribir nuestra oración y guardarla en una libreta personal.

 

4 CONTEMPLACIÓN

La palabra «contemplación» usada en muchos sentidos, es a menudo mal interpretada como una enajenación o arrobamiento místico propio de los santos. Para la «lectio divina», contemplar es mirar la realidad desde la óptica divina, comprometiéndose con ella a tal punto, que nos gocemos de la acción de Dios en la historia.

 

Es la oración en su más alta calidad. El momento supremo en el que Dios ilumina nuestra vida. Un destello de Gracia que nos hace ver y comprender que los sufrimientos y las luchas tienen un porqué feliz y gozoso. Dios viene a nuestra persona suscitando afectos, por ejemplo, una profunda paz y alegría al constatar en la historia sus maravillas y aún, los momentos de sufrimiento y contrariedad son ocasión de paz y gozo profundo.

 

5 ACCIÓN

Por último, la Palabra tiene que llevarnos a una acción y a un compromiso siempre constante. A este respecto el C. Martini nos dice: La acción es el fruto maduro de todo camino... lección bíblica y acción, no son de ningún modo dos líneas paralelas.

 

Así que una vez que hemos, escuchado, acogido y meditado la Palabra, que hemos orado y contemplado, llega el momento de aplicarlo. La carta de Santiago nos ilumina a este propósito: «Hagan lo que dice la Palabra, pues al ser solamente oyentes se engañarían a sí mismos. El que escucha la Palabra y no la practica, es como un hombre que se mira al espejo y que apenas deja de mirarse, se olvida de cómo era. Todo lo contrario, el que se fija atentamente en la ley perfecta que nos hace libres, y persevera en ella; éste, que no oye luego para olvidar, sino para cumplir lo que se le pide a la ley, será feliz al practicarla».

 

Obviamente que esto no es fácil, necesitamos de un verdadero milagro, una intervención divina que nos saque de nuestra inercia cotidiana y nos lleve a un compromiso personal siempre mayor.

 

La luz no puede permanecer oculta, por eso, es preciso que la Palabra que hemos escuchado se anuncie a través de nuestras obras y testimonio. En «Evangelii Nuntiandi» El Papa Paulo VI reflexionaba: «Es impensable que haya una persona que escuchando la Palabra de Dios, no se convierta a su vez en alguien que dé testimonio y anuncia». Si una palabra escuchada no me lleva finalmente a la acción, quiere decir que realmente no la hemos escuchado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario