3ra Lección
¿QUÉ ES LA LECTIO DIVINA?
Con
esta expresión latina nos referimos a la lectura atenta y reverente de la
Palabra de Dios. Se trata de una manera especial de acercarnos al conocimiento
de la Sagrada Escritura, no tanto para satisfacer nuestra curiosidad
intelectual o aumentar nuestra cultura, sino para alimentar y robustecer la
vida de fe.
Es
llamada «divina» no sólo porque su objeto es la Palabra de Dios, sino también
por el modo en que la leemos. Ya que no buscamos en un primer lugar una
erudición bíblica o pretendemos una exégesis crítica como podría hacerlo un
profesor biblista. Lo que nos interesa aquí es lograr una conexión con Dios, de
corazón a corazón, en la intimidad de un diálogo de amor. Por ello, la acción
del Espíritu resulta imprescindible, ya que Él suscita en nosotros la atracción
a la Palabra, así como ilumina nuestra inteligencia para que podamos penetrar
los misterios divinos que guardan cada una de sus frases y palabras.
Es
indispensable que nos acerquemos a conocer la Biblia con el ánimo de satisfacer
nuestros deseos más profundos y encontrarnos con Dios. Como un sediento en
busca de agua, así el cristiano debe experimentar la necesidad de beber del
agua de la vida que es la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, debe tener un
mínimo de fe para confiar que esta Palabra es realmente divina y es el medio
esencial por el cual Dios sigue hablando a su pueblo. La Biblia es para el
creyente, el libro vivo desde donde el Padre nos revela su plan y nos estimula
para dar una respuesta de fe.
La
«Lectio Divina» tiene el privilegio y la ventaja de llevarnos a una oración
profunda y verdadera que nace de la fe (Rom 10, 17). Una oración que brota de
un corazón agradecido al contemplar las maravillas de Dios en la historia de la
Salvación y en nuestra propia vida. Una oración que nos lleva a proclamar la
verdad del Amor con fuerza y decisión en todas nuestras acciones.
PASOS DE LA LECTIO
DIVINA
Como
todo método, la «Lectio Divina» se realiza a través de pasos bien definidos.
Conviene detenernos en cada uno de ellos, para comprenderlos y practicarlos
mejor.
PASO CERO: Actitud de
Silencio
Antes
de iniciar este itinerario que nos lleva al encuentro de Dios, planteamos este
paso cero como un requisito indispensable para poder escuchar la Palabra de
Dios: la actitud de silencio. Cuando hayamos logrado un silencio receptivo
atento, una quietud del alma para acoger un mensaje, podemos considerarnos
preparados. No hablamos solo de un silencio físico-material, como una ausencia
de ruidos externos, sino principalmente, de una disposición para escuchar. Ello
supone la liberación de nuestro stress, cansancio y demás preocupaciones
propias de la vida, que son obstáculo serio para escuchar realmente la Palabra
con fruto.
Por
ello debemos pedir a Dios sacudirnos de nuestra soberbia, orgullo, arrogancia,
odios y envidias. La sencillez de corazón es la cualidad más importante para
escuchar a Dios. La parábola del sembrador compara la cizaña o mala hierba, con
la codicia y las demás concupiscencias como un impedimento para que la semilla
germine y crezca. No por nada, Jesús nos insiste en esta parábola: «fíjense en
la manera cómo escuchan» (Mt 13, 1-23).
De
aquí el celo y el cuidado que tenemos que poner para lograr este objetivo.
Entre estas exigencias, tenemos que lograr al menos:
a) Un espacio para
refugiarnos
y encontrarnos con Dios, es decir, luchar por un silencio y una soledad. Es
preciso hallarlo, Dios no puede ser tan injusto como para impedirnos
encontrarnos con Él.
b) Un tiempo. Nadie puede ponerle a
Dios como pretexto la gastada excusa: No tengo tiempo. El tiempo es cuestión de
preferencias; siempre se logra tener tiempo para lo que se quiere. Si realmente
queremos encontrarnos con Dios debemos ser generosos para darle a Él el primer
lugar.
c) Puede ayudarnos un
crucifijo,
una imagen, aunque no son necesarios. Una vez que hemos logrado esto. Es
preciso invocar al Espíritu Santo. Puede ser una plegaria ya escrita o puede
hacerse de modo espontáneo. Lo importante es, suplicar con humildad y fervor su
Espíritu venga a nosotros para iluminar nuestra inteligencia y ensanchar
nuestro corazón.
1 LA LECTURA
Para
que haya un buen aprovechamiento de la Palabra se requiere una buena lectura.
Este paso es comparado por los espirituales con el acto de comer. Si queremos
que haya una buena asimilación tenemos que masticar muy bien los alimentos. Así
el cristiano, debe saber escuchar muy bien la Palabra de Dios. Antes de ser
capaces de dirigirnos a Dios, debemos dejar que Dios nos hable primero. Para
ello debemos proceder a una lectura personal de un texto de la manera
siguiente:
1 Una vez que
hemos elegido
el texto o se nos ha proporcionado. Fijados bien los límites. Se procede a una
lectura pausada y atenta, respetando la puntuación, tratando de captar las
ideas principales. Al terminar debemos ser capaces de distinguir quien es el
que habla, si el texto en cuestión, es una historia o una parábola, una
historia o un hecho histórico. Conviene subrayar las palabras que no
comprendemos bien para luego preguntar a alguien o consultar en un diccionario.
2. Se pueden hacer
preguntas
respecto al texto con entera libertad. Conviene leer las notas de pié de
página, textos paralelos y explicaciones que brindan las biblias, especialmente
si se trata de una edición pastoral.
3. Al ser este paso tan rico y amplio corremos
el riesgo de extendernos indefinidamente. Por ello, démosle un tiempo medido.
Lo importante es que contestemos a la pregunta ¿Qué dice o de qué trata el
texto? Es decir, debemos comprenderlo bien.
2 MEDITACIÓN
La
meditación o «Rumitatio» como la llaman los espirituales es el acto de
reflexión de la Palabra. Se trata pues, de masticarla, saborearla o valga la
expresión «rumiarla» para extraer de ella la verdad oculta en esta Palabra que
Dios me dirige. Este momento consiste en un cuestionamiento personal para
reconocer que efectivamente la Palabra de Dios es viva y eficaz (Heb 4,
12-13).Una vez que hemos hecho una lectura de fe debemos quedarnos con aquellas
palabras que más nos hallan impactado o aquella idea que se quedó más grabada
en mi corazón. Conviene transcribir o memorizar estas palabras que repiquetean
en mi corazón y que no me dejan tranquilo. Una vez que hemos captado la fuerza
de la
Palabra
de Dios, ésta necesariamente se asocia a la vida. De hecho, hay frases y palabras
del Señor, que se convierten para nosotros en motivos fuertes para una
conversión o en auténticos programas de vida. Recordamos el caso de San
Francisco Javier que le bastaba la frase evangélica «De que le sirve al hombre
ganar el mundo si se pierde a sí mismo» (Lc 9, 25), para encontrar motivos para
una entrega siempre mayor. Al final de este paso, debo ser capaz de contestar.
¿Qué me dice a mí el texto?
3 LA ORACIÓN
Es
la consecuencia inmediata y espontánea de la meditación. Una vez que hemos saboreado
la verdad de la Palabra, nuestra mente y nuestro corazón se elevan a Dios por
la gracia del Espíritu Santo que hemos invocado desde el principio. Nuestro
corazón se ensancha y se calienta para elevar a Dios nuestros ruegos y
alabanzas (Rom 8, 26). Podríamos decir que este paso es la predicación personal
del texto. Una vez que hemos entendido, meditado y asociado a nuestra vida la
Palabra,
la consecuencia es un arrepentimiento al darnos cuenta de la gravedad de
nuestro pecado delante de la misericordia de Dios, o bien, nuestra respuesta
agradecida por los privilegios y favores con que Él nos ha colmado. El fin de
este paso es entregar a Dios nuestra voluntad y disponernos para que el
Espíritu nos mueva a cumplir la voluntad del Padre expresada en su Palabra. Al
finalizar esta etapa, puede ayudarnos, para expresar bien nuestros
pensamientos, escribir nuestra oración y guardarla en una libreta personal.
4 CONTEMPLACIÓN
La
palabra «contemplación» usada en muchos sentidos, es a menudo mal interpretada
como una enajenación o arrobamiento místico propio de los santos. Para la
«lectio divina», contemplar es mirar la realidad desde la óptica divina,
comprometiéndose con ella a tal punto, que nos gocemos de la acción de Dios en
la historia.
Es
la oración en su más alta calidad. El momento supremo en el que Dios ilumina
nuestra vida. Un destello de Gracia que nos hace ver y comprender que los
sufrimientos y las luchas tienen un porqué feliz y gozoso. Dios viene a nuestra
persona suscitando afectos, por ejemplo, una profunda paz y alegría al
constatar en la historia sus maravillas y aún, los momentos de sufrimiento y
contrariedad son ocasión de paz y gozo profundo.
5 ACCIÓN
Por
último, la Palabra tiene que llevarnos a una acción y a un compromiso siempre constante.
A este respecto el C. Martini nos dice: La acción es el fruto maduro de todo
camino... lección bíblica y acción, no son de ningún modo dos líneas paralelas.
Así
que una vez que hemos, escuchado, acogido y meditado la Palabra, que hemos
orado y contemplado, llega el momento de aplicarlo. La carta de Santiago nos
ilumina a este propósito: «Hagan lo que dice la Palabra, pues al ser solamente
oyentes se engañarían a sí mismos. El que escucha la Palabra y no la practica,
es como un hombre que se mira al espejo y que apenas deja de mirarse, se olvida
de cómo era. Todo lo contrario, el que se fija atentamente en la ley perfecta
que nos hace libres, y persevera en ella; éste, que no oye luego para olvidar,
sino para cumplir lo que se le pide a la ley, será feliz al practicarla».
Obviamente
que esto no es fácil, necesitamos de un verdadero milagro, una intervención
divina que nos saque de nuestra inercia cotidiana y nos lleve a un compromiso
personal siempre mayor.
La
luz no puede permanecer oculta, por eso, es preciso que la Palabra que hemos
escuchado se anuncie a través de nuestras obras y testimonio. En «Evangelii
Nuntiandi» El Papa Paulo VI reflexionaba: «Es impensable que haya una persona
que escuchando la Palabra de Dios, no se convierta a su vez en alguien que dé
testimonio y anuncia». Si una palabra escuchada no me lleva finalmente a la
acción, quiere decir que realmente no la hemos escuchado.
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