4ta Lección
CRISTO MODELO DE ORACIÓN
«Cristo es la imagen del Dios que no se puede ver, el primogénito de toda la creación, ya que en Él fueron hechas todas las cosas... Todo está hecho por medio de Él y para Él...» (Col 1, 15-20). Por ello, por ser Cristo una imagen divina y el modelo de hombre en todo, así también lo es para la oración.
De allí que si queremos aprender a orar, necesariamente tenemos que acercarnos a Cristo y aceptarlo también como un maestro de oración que nos enseña a dialogar con el Padre para comprender y cumplir con la misión que nos confía.
El
evangelio de san Lucas es el evangelio de la oración. No es que los otros
evangelios descuiden el tema, pero Lucas le da un especial énfasis y una
altísima estima, presentándola como algo indispensable en el camino de la fe.
Es de resaltar el hecho de que las oraciones más famosas de la tradición
cristiana proceden de este evangelio: El Magníficat (Lc 1, 46-55) y el
Benedictus (Lc 1, 68-79); numerosos textos nos exhortan a cultivar una oración
perseverante (p. ej. Lc 11, 5-13), los pobres de Dios son mostrados en alabanza
constante, guiados por el Espíritu y acudiendo al templo de Dios (Lc 1, 8-11.
64-67; 2, 13-14. 27-28; 36-37É).
Así
mismo, Jesús es presentado en este evangelio como el ejemplo supremo de la
oración. Sin ella, no hubiera podido ser iluminado y fortalecido para cumplir
con su misión redentora. En consecuencia, vamos a encontrar en tal evangelio a
un Jesús orando en todo momento y en toda circunstancia: Jesús ora en el bautismo
(Lc 3, 21), se retira al desierto a orar (5, 10), antes de escoger a sus
apóstoles ora (Lc 6, 12). Ora antes de la confesión de Pedro (9, 18), después
dice a Pedro que había orado especialmente por él (22, 32). Oró en su
Transfiguración (9, 28-29). Su vida completa fue una oración, una entrega total
(23, 46).
Comentaremos
algunos de estos textos para aprender más de Jesús a propósito de la oración: Lc 6, 12 «Jesús pasó toda la noche en
oración con Dios».
Jesús
ora como lo hace en los momentos más importantes de su vida. Esta vez no era
para menos, se trataba de escoger a doce de sus discípulos para que fueran sus
apóstoles, es decir, los enviados para anunciar la Buena Nueva por todos los
confines de la tierra. Para una decisión tan importante y de tanta repercusión,
el texto señala que «se fue a un cerro» y «se pasó toda la noche en oración con
Dios.
El
hombre prudente nunca toma decisiones importantes «a la carrera» y sin
consultar a nadie. El cristiano, con mayor razón, debe recurrir a Dios en la
oración sobre todo si las decisiones son de trascendencia. Él nunca nos
abandona cuando queremos actuar conforme a su voluntad. En la oración, Él nos
ilumina para que decidamos siempre para bien. Sabemos que la oración, «a tiempo
y a destiempo» requiere un espacio y un tiempo. Jesús sube al cerro o monte
(que bíblicamente es el lugar de encuentro o revelación divina por excelencia),
para disponerse mejor a la oración. Así el cristiano debe ser cuidadoso y
celoso para procurarse un sitio, un silencio y una soledad para poder platicar
con Dios. Lograr esto, puede parecer difícil, pero no debemos darnos por
vencidos o desanimarnos. Es preciso hallar el lugar y el espacio para la
oración. Dios no puede ser tan injusto como para impedirnos encontrarnos con
Él.
Lo
mismo con el factor tiempo. Ninguno de nosotros puede poner ya como pretexto,
la gastada excusa: «No tengo tiempo» y menos cuando tenemos que tomar
decisiones importantes. El tiempo es cuestión de preferencias; siempre se logra
tiempo para lo que se quiere. Si realmente queremos orar debemos estar
dispuestos a sacrificar cosas e invertir generosamente nuestro tiempo en el
diálogo con Dios. No es que se menosprecien los ratitos de oración, pero es una
regla espiritual: «El orante crece en los tiempos largos y en el silencio
exigente de un retiro».
Lc 9, 28-29 Mientras
estaba orando, Jesús se transfiguró.
En
este momento de oración, mientras su cara y su ropa resplandecían. Jesús recibe
la certeza de que su muerte se cumpliría dentro de poco tiempo. Junto con los
apóstoles recibe también un anticipo de lo que será su glorificación. Este
acontecimiento misterioso narrado también en los otros evangelios sinópticos
nos deja a nosotros grandes enseñanzas para aprovecharlas en nuestra oración.
Primeramente,
es en la oración donde se nos revelan los grandes misterios divinos, imposibles
para la simple comprensión humana. Así, el famoso «secreto mesiánico» citado en
los evangelios de Mateo y Marcos que consistiría en la muerte afrentosa de
Cristo, queda dulcificado después de esta manifestación de Gloria del Señor. De
ahora en adelante, los apóstoles tendrán más luces para superar el escándalo de
la cruz, el miedo a la muerte y las incontables dificultades y persecuciones
que habrán de soportar por causa de la Palabra.
En
la oración, el creyente se abre a los planes divinos y va comprendiendo sus
difíciles caminos por inverosímiles que parezcan. Después de haber
experimentado la alegría y el gozo de un encuentro con Dios, se está en
capacidad de aceptar y aun desear cualquier cosa. Aceptar que todo lo que Dios
permite es para nuestro bien, incluido el sufrimiento y la muerte, es la fuente
única de la paz verdadera. ¡Es increíble cómo se transforman las cosas en la
oración! El cincelazo No. 780 nos dice: «Cuanto más se ora, más disposición se
tiene para captar la voluntad de Dios.»
Lc 10, 21 «Jesús movido
por el Espíritu Santo, se estremeció de alegría y alabó al Padre».
El
Espíritu Santo hace estremecer de alegría a Jesús, un movimiento íntimo que no
puede contener y lo hace estallar en un himno de alabanza y acción de gracias:
«Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e
inteligentes y se las has mostrado a los pequeñitos.»
Se
trata de un momento único de contemplación en el que Jesús por gracia del
Espíritu se identifica y congratula plenamente con la voluntad del Padre: «Sí
Padre, así te pareció bien», es la expresión de satisfacción al ver realizarse
la encomienda del Padre, al ver cómo los pobres se abren a la palabra de Dios.
Esta
experiencia personal de Jesús nos hace reflexionar sobre un aspecto de la
oración cristiana muchas veces descuidado. Acostumbrados a ver la oración como
el acto de pedir y suplicar a Dios favores, nos cuesta trabajo comprender que
la alabanza y la acción de gracias, puedan ser oraciones «productivas».
Recuperar
el sentido de la alabanza en nuestra oración cotidiana debe ser uno de los
grandes retos personales. Por ella, nos sintonizamos y regocijamos con la
voluntad divina. Decía santa Teresa, que la alabanza es «la oración perfecta
que agrada al Padre», porque por medio de ella nos acercamos a Dios no por
algún interés, sino sólo y simplemente por amor.
Lc 11, 1-4; Mt 6, 9-13
«Señor, enséñanos a orar».
Todas
las oraciones de todos los tiempos tienen su culminación en Cristo, el cual de
manera única llama a Dios «Padre», más exactamente «Abbá» es decir «Papá» y con
esta misma confianza nos invita a dirigirnos a Dios y abandonarnos plenamente
en su voluntad, porque también Él es nuestro Padre. Jesús Resucitado dijo a la Magdalena:
«Subo donde mi Padre, que es Padre de ustedes; donde mi Dios que es Dios de
ustedes» (Jn 20, 17).
En
Cristo y sólo en Cristo, nos atrevemos a decir «Padre nuestro». Él es, quien
nos da el valor de orar con confianza. Por ello, siempre conviene una
catequesis profunda sobre esta oración, para que siempre que la hagamos
reconozcamos el sentido y el alcance de cada palabra de esta oración perfecta y
así nos entreguemos más a Dios en esta oración.
Después
de reconocer tierna y afectivamente a Dios como un «Padre», le expresamos
nuestra complacencia en su voluntad: «Hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo». El orante debe abandonarse totalmente en la voluntad del Padre
porque en ella encontrará la paz y sabemos que también contiene el bien de todos.
Por
supuesto que es muy legítimo de nuestra parte, incluir en nuestra oración
personal peticiones de todo tipo: por la salud de nuestros seres queridos, por
conseguir un trabajo digno, por el bienestar y la justicia, etc., pero después
de externarlas debemos también sabernos conformar con la voluntad de Dios pues
de antemano sabemos que es lo mejor para los demás y también para nosotros.
La
confianza en la Providencia también es un «filón» a explotar en esta riquísima
oración: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Sería fácil y cómodo para
nosotros pedirle a Dios de una vez el pan de todo el año o al menos el del mes,
pero a Dios le gusta que reconozcamos con humildad que Él es la fuente de todo
bien para que recurramos a Él a cada momento.
La
oración del Padre nuestro, como toda otra oración cristiana, es esencialmente
liberadora si la hacemos con fe. El odio y el rencor son heridas que lastiman
el corazón humano. El pedir perdón a Dios por nuestras ofensas, perdonar a los
que nos han ofendido y saber pedir perdón a quienes hemos ofendido, es
condición para poder experimentar su misericordia. «Perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». No podemos esperar la
misericordia divina si antes nosotros no somos misericordiosos con los demás.
Así pues, esta oración debe dejarnos pensando cómo es que estamos perdonando y
amando a los que nos rodean.
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