7ma Lección
LA ORACIÓN DEL CORAZÓN
Hemos
afirmado que la oración no es una serie de actos aislados en nuestra vida de fe
o un simple rato que le dedicamos a Dios. La oración es, por esencia, el estado
de vida que nos hace estar unidos a Dios constantemente.
Dios nos ha llamado a «Orar siempre, sin desfallecer» (Lc 18, 1), «Orar en todo tiempo, sin desanimarse nunca» (cf. Ef 6, 18). Ante tal exigencia –no podemos llamarla de otra forma–, surgen graves cuestionamientos. Siendo que el hombre tiene que afanarse en mil tareas y trabajos ¿cómo logrará orar siempre? ¿Cómo alcanzará el estado de plegaria constante? ¿Acaso se pueden conciliar oración y trabajo? ¿Podemos orar mientras realizamos otras actividades? El llamado a la oración ¿es sólo para almas escogidas?
A estas cuestiones, la respuesta es categórica: «Dios no nos pide imposibles»,
si nos llama a la oración constante es porque podemos lograrlo. Precisamente,
una de las formas que tradicionalmente se han presentado para alcanzar ese
estado de oración es la llamada «oración del corazón». El Espíritu Santo
instala en el corazón del hombre una llama de oración que no se apaga nunca. La
mayor gracia que el hombre puede obtener en este mundo es ésta: la oración
constante, y con ella, descubrir que sólo en el único deseo de Cristo se puede
vivir feliz en todas partes.
Alcanzar este estado de oración es, en términos de esfuerzo, lo más fácil y
sencillo del mundo. Basta que de tu corazón brote espontánea una súplica
dirigida al Dios poderoso. Este estilo de oración se adapta a cualquier
persona, independientemente de su cultura o profesión. El campesino, el obrero,
el profesionista, el ama de casa, se sienten cercanos a la oración del corazón,
que los apacigua y tranquiliza en el stress de la vida.
Sin embargo, la práctica ha enseñado al orante que lograr esta sencillez no es
sencillo, valga la expresión. Hay una bella exhortación en la primera carta de
Pedro: «Descubramos al hombre sencillo de corazón que posee un espíritu suave y
tranquilo» (3, 4) y esto lo logra a través de la también llamada «oración de
Jesús».
¿En qué consiste este
modo de orar?
Esta forma de orar, típica de las Iglesias orientales, ha sido traída al occidente
a través de varias publicaciones. Se trata de una manera popular y sencilla de
rezar.
Los
pobres, en su humildad y pequeñez, se dirigen a Dios a cada momento y en
cualquier lugar, invocándole por su nombre, sin complicaciones. De este modo,
la oración queda liberada de la constante tentación del intelectualismo. Jesús
lo había dicho: «Cuando oren, no multipliquen las palabras como hacen los
paganos que piensan que por mucho hablar serán atendidos» (Mt 6, 7).
Pero
esta súplica puede tener muchas variantes. Sustancialmente, esta oración está
formada por dos invocaciones bíblicas sencillas. La primera, hecha por el ciego
de Jericó: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí» (Lc 18, 38); la segunda,
por el publicano en el templo: «Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador»
(Lc 18,13). Con ambas invocaciones se ha compuesto la oración en su forma
clásica: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí que soy un pecador».
Como puede apreciarse, es una fórmula sencilla, pero llena de significado. Al
invocar: «Señor Jesucristo» estamos pronunciando el poderoso nombre de Jesús,
nuestro Salvador. Con la palabra «Nombre» no hacemos referencia a una simple
palabra, sino a la Persona misma de Jesucristo. Por ello, con confianza
repetimos: «Señor Jesucristo», sabiendo que en Él está el poder y la fuerza y
es el único que puede concedernos la salvación (cf. Fil 2, 9-10; Hech 4, 12)
Proclamar
con fuerza que: «Jesús es el Hijo de Dios, el Señor», es el mejor recurso para
llenarnos de la Gracia divina y ahuyentar al Demonio. Aseguramos de este modo
nuestra vida al entregarla totalmente a Cristo, llenándonos de paz y confianza.
Es necesario tener siempre presente que esta oración no es una fórmula mágica,
algo así como un «abracadabra» que nos abre las puertas de la gracia. De
ninguna manera, la «oración del corazón», como toda oración necesita contener
los mismos ingredientes de toda auténtica oración: humildad, confianza y
perseverancia. La constancia en este estilo de oración, sin pretender ser
monjes, traerá a nuestra vida los frutos exquisitos de una profunda vida
espiritual.
La
técnica es simple: repite suave y dulcemente alguna variante de la plegaria:
«Jesús, ten misericordia de mí». Trata de poner todo tu corazón en cada palabra
que repites, como para que todo tu cuerpo vibre al ritmo de tu oración. El
repetir siempre y a cada momento estas dulces palabras «Señor Jesucristo, Hijo
de Dios, ten piedad de mí que soy pecador», dice Jean Lafrance, un gran maestro
de oración «hace bajar a Jesús a las profundidades de nuestro ser y su poderoso
Nombre libera el dinamismo del Espíritu aprisionado en Él», es entonces cuando
la persona empieza a experimentar su fuego interior, su calor, su dulzura, etc.
La experiencia que han hecho tantos hombres que han alcanzado este estado de
oración nos previene para que enfrentemos todas las trampas y tentaciones.
Disgusto,
fastidio o desaliento serán los «demonios» más feroces que encontraremos. Pero
nada pueden contra el poder del dulce Nombre de Jesús, repetido en esta humilde
oración.
Así que adelante, no queda más que hacer nuestra propia experiencia. Nada puede
sustituir a la práctica. Recordamos la sabia expresión: «A orar se aprende
orando». Por ello sirve de mucho conocer el testimonio y enseñanza de los
grandes santos y maestros de la oración, por ejemplo, el testimonio del
«Peregrino ruso», la vida de San Serafín de Sarov, la Filocalia, etc., para
comprender mejor esta forma de orar. A propósito, añadimos como un anexo, un
texto de uno de estos hombres de oración, titulado: «La valentía de la
oración».
La valentía de la oración
El secreto de la paz del corazón, del progreso en la vida espiritual, está en
la santa valentía de la oración. Digo valentía porque sé que cuesta abandonar
los pensamientos y las reflexiones: es abnegación, renuncia, lo que requiere la
auténtica oración.
Se desea reflexionar, darse cuenta.
Dios
que nos ha colocado aquí abajo en estado de fe, quiere que oremos por encima de
todo ello. ¿En qué pasaje del Evangelio se dice que pensemos o que razonemos la
voluntad de Dios? Al contrario, nuestro Señor nos dice de todas las maneras
posibles: «Tus preocupaciones, arrójalas, –ésta es la palabra–, arrójalas en
Dios».
Orar es una actividad muy sencilla, pero, a la vez, la más difícil, la más
rara. Denme un alma de oración, o mejor, denme el alma más imperfecta: si esta
alma sabe lanzarse a la oración, si sabe cambiar sus penas en oración, estoy
seguro de que su nombre está escrito en el cielo. Si se da en esta alma la
disposición para la oración, tiene disposición para adquirir las grandes
virtudes. Todas las virtudes, todos los bienes, están en la oración; sí, ahí
está la paciencia, ahí está el celo, ahí está la lucha, ahí está la fuerza, ahí
está la paz, la vida mortificada, la vida sacrificada, la vida paciente y
humilde; todo está ahí.
¿Buscas penitencias? Toma ésta.
Cuando
tengas ganas de pensar, ponte de rodillas y di: «No pensaré, oraré»; ahí está
el crucifijo de tu interior. La naturaleza se rebela porque en algunos momentos
tiene horror a la oración; pero, ¿tenemos necesidad de más ejemplo que el de
nuestro Señor Jesucristo, en el huerto de los olivos? ¿Qué hace? Se postra
rostro en tierra, sumido en agonía, prolonga la oración. Humíllate, persevera,
como nuestro Señor. Estás agitado, turbado, tienes horror a la oración, ¿hay
que razonar? … No, hay que ponerse de rodillas, con tedio, disgusto, orar aun
yendo en contra de uno mismo.
Tienes necesidad de refugio, de apoyo… ¿dónde lo encontrarás? ¿En tus
razonamientos? Ahí es donde se mete el demonio, donde trabaja la debilidad: es
el taller de donde salen todas las faltas. Deja todo eso, ora, esfuérzate,
violéntate para salir de ti mismo. Hace falta mucho valor para cambiar en
oración tus impresiones, pero acostúmbrate a ello. Cuando se tiene un trabajo,
hay que hacerlo por la oración. Algunas veces hay que hablar, escribir, y no
encuentras nada; no puedo hacer nada; haré oración, luego trabajaré y llegaré.
Di una vez para siempre: que suceda lo que suceda, no te perderás en tus
desalientos ni en volverte sobre ti. Cuando mi alma esté agitada o tentada, al
punto dejaré a un lado mis pensamientos para lanzarme a la oración, como un
perro se echa a nadar, como se corre para ponerse a salvo. Pero ¿dónde corres?
No lo pienses, di «voy a orar».
Cuando sientas la tentación de dejarlo todo, acude a la oración. Pero la
oración es una fuerza que no poseemos: hay que orar para saber orar, y decir
como los apóstoles a nuestro Señor: «Señor, enséñanos a orar»
Padre de Ravignac (1795-1858)
Esta forma de comunicación con El Señor es infalible, Jesús ten Misericordia de mi..El repetir constantemente está plegaria, ciertamente nos une y contacta con nuestro Señor y Redentor y nos Fortalece en la vida espiritual y oración. " El Peregrino Ruso es de gran luz y valor en este importante. objetivo.. Gracias a Dios
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