Abajo del escrito el audio de esta lección
Esta
lección nos ayudará a tomar conciencia de la gran debilidad y flaqueza del
hombre. La historia de la salvación nos mostrará también que aun los grandes
ante Dios, como el rey David, son objeto de fracasos y graves pecados. Pero
ante este cuadro realista y triste brilla la misericordia de Dios que está más
atento, en levantar al hombre de sus caídas que en señalar culpables.
Empecemos
nuestra lección haciendo esta pequeña oración: «Permítenos, Señor, entrar en el
misterio de tu amor y misericordia, para junto con todos los bienaventurados
cantar tus maravillas al mundo. Amén». (Ave María y Gloria).
Recordatorio
de la lección anterior:
Después
de las duras luchas y sufrimientos el pueblo de Israel llegó a la tierra
prometida. Comparábamos que del mismo modo, el cristiano tiene que luchar y
sufrir para alcanzar la patria celestial. Una vez que llegó a la tierra
prometida el pueblo se olvidó de Dios y experimentó el azote de los vecinos que
querían explotarlo y oprimirlo. Dios en su infinita bondad suscitó a los jueces
con la misión de sacudir al pueblo de sus opresores.
Los
jueces son estos líderes dotados de algún don especial que Dios suscita para
ayudar al pueblo. Analizamos el caso de Sansón al que Dios regaló el don de la
fuerza física para derrotar a los filisteos. No obstante, Sansón en lugar de
ayudar a su pueblo perdió tiempo haciendo alarde de su fuerza y dejándose
llevar por sus pasiones. Tal actitud nos hacía reflexionar cómo ponemos en
servicio los dones que Dios no ha dado y cómo influyen nuestros defectos en la
misma misión.
Al
final, Sansón pudo realizar a medias la misión confiada, dejándonos como
ejemplo que si no hay entrega absoluta a Dios nuestras fallas impiden el
servicio y poco se puede hacer para ayudar a tantos hombres oprimidos por el
vicio y el pecado.
EL
PUEBLO PIDE UN REY
1Sam.
8, 5-22
El
pueblo se ha cansado de ser dirigido por el anciano Samuel y quiere tener
ahora, como los pueblos vecinos un rey para que los gobierne. En cierta forma,
el pueblo no rechaza a Dios, sino que se da cuenta de la necesidad de un rey
que con brazo fuerte unificará al pueblo dividido y lo encaminará a la
prosperidad.
Dios
nuca se niega al progreso del hombre y va a concederle este petición. Pero
antes, le advertirá las desventajas del gobierno humano: Primeramente al
cerrarse a los consejos divinos, el gobernante se convierte en tirano que
oprime y toma por esclavo al pueblo. Es una experiencia que se comprueba en la
historia los sistemas totalitarios, como el comunismo que desarraigan la
religión y acaban, con libertad e iniciativas personales, se convierten en
organizaciones destructoras de los derechos humanos. Así es, en efecto,
descansar nuestra responsabilidad personal en otro suele tener caras
consecuencias. Una política de pocos crea una dictadura que no deja campo para
Dios. Bien lo decía Gandhi «una política sin religión es una porquería». No
obstante estas advertencias el pueblo quiso tener un rey para que lo encabezara
en los combates y peleara por él.
1Sam.
9, 11-27; 10,1-3
Saúl
era un muchacho pobre y sencillo que buscaba las burras extraviadas de su
padre, cuando fue llamado por Samuel para ser ungido como rey de Israel. Desde
aquel día, el espíritu de Yahveh permaneció en él y condujo al pueblo a
numerosas conquistas. Grandes fueron las victorias que Saúl obtuvo porque se
mostró dócil y obediente a los planes de Dios.
Con
el reinado de Saúl, el pueblo de Israel comienza una nueva etapa en su
historia. El profeta Samuel representaba la tradición antigua, por ello
rechazaba esta forma de gobierno, que aparentemente negaba a Dios. En cambio,
los reyes, representan la iniciativa del hombre para lograr una forma más justa
de gobierno. Pero para evitarle un fracaso al pueblo, Dios va a reservar el
derecho de elegir al rey de acuerdo a su corazón y gran sabiduría.
La
humildad va a ser el criterio que Dios utiliza para elegir sus representantes,
pues es la virtud que ayuda el hombre a sentirse poca cosa delante del poder de
Dios que realiza grandes prodigios. El hombre humilde es aquel que está
dispuesto a, sin condiciones, a cumplir fielmente los planes de divinos; lo
dice el cincelazo 347: «El humilde está abierto a la mirada del Señor y goza de
su ayuda. El soberbio se cierra a su mirada y es impotente para hacer el bien».
Por
ello, cuando Saúl se olvida de Dios y se deja dominar por el orgullo y la
soberbia, deja de ser un instrumento de servicio. Su pecado consistió en
desconfiar del poder de Dios que lo llevaba a la victoria pues, ante la presión
de muerte de los filisteos se dejó llevar por criterios humanos y acabó por
convertirse en el primer obstáculo de las conquistas de Israel (cfr. 1Sam 13,
5- 14). Con todo esto, a pesar de ser el rey, Dios le retirará su favor y
buscará a otro para proclamarlo rey.
EL
REY DAVID
1Sam.
16, 7-13
Este
texto que nos relata la elección de David nos descubre la manera de Dios para
elegir a los suyos. En varios detalles notamos que Dios elige «lo poco» para
hacerlo valer delante de los hombres. Jesé y su hijo David son pastores de un
pequeña tribu y viven en el pueblito de Belén. David es el hijo menor de Jesé,
aparentemente el menos apto para la misión de rey. ¡Pero Dios no se fija en
esas cosas! El conoce bien lo que elige para llevar a cabo su obra. San Pablo
nos dirá más adelante que «Dios escoge a los que en el mundo no tienen
importancia, son despreciados, de modo que nadie puede sentirse orgulloso
delante de Dios» (1 Cor 1, 28). Dios no juzga las apariencias sino el corazón
del hombre. El v. 7 recalca la idea «Yahveh mira el corazón».
1Sam.17,
26-47
Una
vez ungido rey de Israel, David lleno de la fuerza de Dios decidió enfrentar al
terror del pueblo: El gigante filisteo Goliat. Se dispuso a pelear armado
solamente de las fuerzas de Dios, seguro y confiado en que Él le daría la
victoria.
En
el v. 45, encontramos todo un programa de vida para enfrentar a los enemigos de
nuestra vida espiritual: «Tu vienes a pelear conmigo armado de jabalina, lanza
y espada; yo en cambio, te ataco en nombre de Yahveh, el Dios de los ejércitos
de Israel». David alcanzó la victoria no por sus propias fuerzas, sino porque
confió en el poder de Dios y de ahí en adelante la victoria siempre será de los
débiles que confían en Dios.
El
primer paso que debe dar el cristiano para superar al enemigo es reconocer la
superioridad de éstos y nuestra poca fuerza para enfrentarlos; de ahí nace una
urgente necesidad de Dios. En esto consiste la verdadera humildad: Aceptar
nuestra debilidad y flaqueza para que pueda actuar en nosotros la omnipotente
fuerza de Dios. Los Alcohólicos Anónimos han descubierto que para poder salir
de su enfermedad es indispensable primeramente, aceptar su debilidad y
reconocer su incapacidad para salir de este mal, para posteriormente confiar en
Dios de quien viene la fuerza para superar lo que es aparentemente invencible.
Entre más confianza se tenga en el Señor más, seremos testigos de sus
victorias. Seremos como David que con decisión empuñó la espada en nombre de
Dios y cortó la cabeza de Goliat.
Pensemos
en este momento, en todos nuestros fallidos propósitos de acabar con nuestros
principales defectos; en nuestro desánimo por no superarlos. Quizá es porque no
hemos confiado lo suficiente en el poder de Dios y hemos creído vencer con
nuestras propias fuerzas. El cincelazo 295 nos resume esta idea: «El presumido
y confiado va hacia el fracaso; el humilde y sencillo camina hacia la
victoria». Si cada vez que nos confesamos nos sentimos, «discos rayados»
repitiendo lo mismo de siempre es porque no hemos hecho la experiencia del
infinito poder de Dios que puede hacer un santo de un pobre pecador.
1Sam.
17,48-51
El
triunfo de David sobre el gigante filisteo demuestra que la victoria es de los
que confían en Dios. Es con ese ánimo y decisión con el que debemos enfrentar
el pecado y la tibieza. Santa Teresa afirmaba que para vencer al mal y
perseverar en el bien hace falta una determinación que se nutre de la idea
fuerza: «Sólo Dios basta para vencer».
1Sam.
18, 10-11
Después
de su grandioso triunfo sobre Goliat, David se ganó el aprecio y la simpatía de
todo el pueblo, lo que ocasionó la envidia de Saúl que era todavía rey de
Israel: Aunque David ya había sido ungido en secreto.
En
lecciones anteriores hemos hablado sobre la envidia diciendo que es un mal
deseo de poseer los bienes del prójimo; en este caso Saúl sintió que David, más
fuerte y famoso le robaba la popularidad que le correspondía a él como rey.
Desde ese momento, se amargó la existencia pensando cómo aniquilarlo. Lo dice
el cincelazo 873: «La envidia roe y corroe la raíz de la vida y termina
apagándose».
2Sam.
6,14-15
A
la muerte de Saúl (1Sam 31) David fue proclamado oficialmente rey de Israel
(2Sam 5, 1-4). Contaba con asistencia divina en todas sus empresas y encabezó
al ejército en numerosas batallas. Era el escogido de Dios que vino a unir al
pueblo dividido y ser el centro visible de su presencia entre los hombres.
Una
frase de la Biblia sintetiza la personalidad de David «Yahveh está contigo»
(2Sam 7, 3) De ahí se explica su fe y su piedad, su celo por el arca y el culto
su éxito en todo lo que se proponía. Pero su verdadera grandeza consiste en su
profunda confianza y fidelidad a Dios derivada de la unción de Yahveh. ¡Es el
hombre según el corazón de Dios! (2Sam 24, 14). Al mismo tiempo su presencia
convierte a Jerusalén en la ciudad de David, ciudad santa signo de la presencia
divina.
La
fidelidad probada de David es recompensada por Dios con una promesa de alianza
perpetua con su descendencia. Un trono perpetuo de la familia de David iba a
estar siempre ante la vista de Dios. Un «hijo de David» iba a prolongar su
reinado. De este modo David es un eslabón muy importante en nuestra historia de
salvación. Recordemos que Jesús, por la familia de José, es auténtico hijo de
David y María con razón, será llamada «Torre de David».
2
Sam 7, 14 - 15
Una
de tantas cualidades del rey de Israel era su alegría. La convicción de la
presencia divina en el arca le proporcionaba salud y gozo. David es el poeta
músico de Dios que bailaba con todas sus fuerzas pues sabía que todo es poco
para manifestarle a Dios su agradecimiento.
Esta
actitud del rey David nos hace revisar nuestra oración y nuestra participación
en los sacramentos. ¿Nos llena de gozo recibir los sacramentos? Recordemos que
la alegría verdadera es fruto del encuentro con Dios; es impensable y absurdo
que haya cristianos tristes y vencidos. El hombre de Dios como David es un
hombre alegre por excelencia. San Felipe Neri y Santa Teresa coincidían en
decir que «la tristeza es el triunfo del maligno» y San Ignacio de Loyola
afirmaba: «Donde reina la alegría allí reina Dios y donde siempre hay tristeza
con seguridad está Satanás».
EL
PECADO DE DAVID
2
Sam 11, 1 -17
Estando
David en el culmen de su reinado y gozando de fama, poder y la bendición
divina, vino a caer en un gravísimo pecado. Todo esto ha quedado en la historia
como una prueba de que aun los grandes ante Dios cuando se descuidan, tienen
sus tropiezos.
Sucedió
que un año «en el tiempo que los reyes salen a campaña» David no salió,
prefirió quedarse en el palacio, en lugar de salir a ganar conquistas para su pueblo
como dice el dicho «se durmió en sus laureles». La Escritura destaca que una
tarde después de haberse levantado de la siesta, se paseaba por la terraza del
jardín, cuando vio una mujer muy hermosa que se bañaba, la mandó traer y se
acostó con ella dejándola embarazada. Para cubrir su falta y no quedar
desprestigiado mandó eliminar al marido de esta mujer, haciéndolo poner en la
primera línea de la batalla para que lo mataran. Su acción reprobable no quedó
sólo en adulterio sino que llegó al asesinato ¡Qué bajo había caído el rey
David!
Analizando
el hecho, fácilmente podemos concluir que la causa del pecado de David fue la
pereza. Un sabio dicho nos dice que la pereza es la madre de todos los vicios.
El incumplimiento de nuestras obligaciones, la irresponsabilidad y la
mediocridad de vida son la ante sala de fallas más graves. «El ocio es el campo
de batalla donde siempre gana el demonio» (czo. 887).
Otro
principio de la vida espiritual que aprendemos de este hecho, nos dice que un
pecado nos conduce a otro pecado. Sino decidimos cortar de tajo una situación
pecaminosa caeremos, irremediablemente en una más grave. El demonio está al
acecho, como león rugiente y espera un descuido para colarse en nuestra vida y
llevarnos al fracaso (cfr. 1Pe 5, 8- 9).
2
Sam. 12, 1 - 9
El
pecado de David quedó oculto a los ojos de los hombres pero no a los de Dios,
quien valiéndose del profeta Natán le descubre la gravedad de su falta. La
historia sencilla que plantea Natán a David es suficiente para hacerlo volver a
su identidad de ungido; rápidamente se da cuenta que ha ofendido a Yahvéh. La
pereza que ocasionó su pecado le había hecho perder su pureza de corazón y su
justicia para con el prójimo. La palabra de Dios que habla el profeta le hace
cobrar conciencia de la gravedad de su pecado; le proporciona un juicio sereno
sobre su actitud y lo invita al arrepentimiento.
EL
ARREPENTIMIENTO
2
Sam. 12, 13
David
es el modelo del pecador arrepentido pues reconoce humilde y responsablemente
su culpa. La actitud de Dios es, sin artificios, la que todo pecador espera de
un padre misericordioso. Dios se define como un amor sin límites que siempre
busca al hombre para que éste se vuelva a su lado. Por ello no obstante, la
magnitud del pecado de David (y aunque hubiera sido mucho peor), lo perdona
porque ve en él un arrepentimiento sincero.
No
hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar porque su misericordia siempre
rebasa nuestro entendimiento. Hay muchos cristianos que no se acercan a esta
reconciliación divina porque piensan que sus faltas son tan grandes que no
alcanzan perdón; o quizá creen que Dios los está esperando para cobrarles en
justicia las ofensas. Otro gran número de personas prefieren seguir en su
actitud de pecado pues no están dispuestas a cambiar. ¡Con tristeza nos damos
cuenta que no han experimentado la misericordia de Dios!
El
conocimiento de la infinita misericordia de Dios anima a quien se siente
pecador a acercarse a Él, con toda confianza de ser perdonados y, al mismo
tiempo, como David, a no hacer las paces con nuestros defectos que no se
ajustan a la grandeza de este mismo amor. Su compasión y generosidad nos hacen postrarnos
hacía Él y confesar nuestras miseria pidiéndoles ayuda para nunca volverlo a
ofender. Santa Teresita del Niño Jesús muy segura de la misericordia divina se
repetía constantemente «si yo cometiese todos los peores pecados del mundo no
me detendría en el curso de mi carrera, con el corazón roto por el
arrepentimiento iría a echarme en los brazos de Dios segura de su perdón».
1Re.
3, 9 - 14
A
la muerte de David, su hijo Salomón fue nombrado rey de Israel. Fue él
magnífico gobernante de sabiduría extraordinaria y gran diplomacia. Su época
fue la más esplendorosa de toda la historia de Israel, bajo la cual se
construyó el Templo y el reino se extendió ampliamente.
Siendo
Salomón muy joven, religioso, temeroso de no poder guiar al pueblo, Dios le da
la posibilidad de pedir para él lo que quiera. Salomón antes de pedir riqueza,
fama, larga vida o más gloria que David, su padre; como sería lógico pensar,
sólo pidió que se le concediera sabiduría para poder gobernar con justicia.
Dios
conforme a su gran generosidad le va a dar más de lo que pide; así que le
concedió no sólo esta sabiduría sino también prosperidad y riqueza, tanta como
no hubo nunca en Israel.
Este
hecho nos recuerda la frase evangélica: «Busca primero el reino de Dios y su
justicia y lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6, 3).Un cristiano que se empeña
en cumplir con la voluntad de Dios se confía por entero a la providencia y nada
puede faltarle. El reino de Dios es el tesoro del cristiano, lo dice el
cincelazo 1117: «Estamos convencidos de que Cristo es nuestra riqueza, ¿por qué
andar buscando bienes efímeros para satisfacer nuestro egoísmo?» La confianza
en Dios nos da la seguridad de alcanzar el reino de Dios ya en ésta misma vida.
Hemos
concluido nuestra lección, esperando que la palabra de Dios que hemos
reflexionado nos haga entender, como a David la gravedad de nuestros pecados,
para poder acogernos a la infinita misericordia de divina. Por ello recemos con
devoción el Salmo 51, atribuido al mismo David, con el que pediremos perdón a
Dios.
TAREA mandarla al correo:
tallerbiblicomsp@hotmail.com
1.
¿Cuál es el criterio que Dios utiliza para elegir a los reyes de Israel?
2.
¿Qué enseñanza descubres en el debate que hay entre David y Goliat antes de
empezar el duelo?
3.
Describe con un ejemplo cómo la envidia corroe la existencia de una persona y
la hace cometer barbaridades.
4.
¿Cuál debe ser nuestra actitud al convencernos que somos pecadores?
5.
¿Habrá un límite para la misericordia divina?
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