Al final del escrito el audio del tema
Está lección nos ayudará a comprender, ¿qué es el
pecado?, ¿cómo tuvo su origen?; ¿cómo fue que se rompió el plan que Dios tenía
para hacer feliz al hombre?; ¿cuáles son las consecuencias que el pecado deja
en nosotros?; pero también, la palabra de Dios nos descubrirá la infinita
misericordia que el mismo tiene para con el hombre rebelde y obstinado en el
mal.
Empecemos nuestra lección rezando un salmo. Los
salmos son oraciones muy antiguas que rezaba el antiguo Pueblo de Dios; a
través de ellas alababa a Dios, le suplicaba favores y daba gracias por ellos.
Estas oraciones son también palabra de Dios y han quedado plasmadas en la
Escritura para que nosotros las aprovechemos. En el índice de nuestra Biblia
buscamos la página en que se localiza el libro de los salmos y, ya allí, vamos
al salmo 101. Este salmo nos invita hacer un alto en nuestra vida y a poner
nuestra conciencia ante Dios para que él nos haga entender la gravedad de
nuestras faltas y, para que también, nos dé fuerzas para luchar contra todo lo
que pueda apartarnos de él.
Después de rezado el salmo, hacemos esta oración:
«Te pedimos, Señor, que nos concedas la humildad para reconocer siempre la
infinita misericordia que tienes para con nosotros pecadores. Haznos fuertes
para luchar contra lo malo, tomando tu Palabra como medio para nunca apartarnos
de Ti. (Ave María y Gloria).
Recordatorio de la lección anterior:
En la lección anterior «Dios creó todo lo que
existe» afirmamos que Dios es el principio y origen de todo el universo; su
mano de artista formó la tierra, el sol, las estrellas, etc. Se hizo notar
también como Dios fue creando un «un hogar donde todo era muy bueno» para poner
en él a la máxima obra de su creación: El hombre. El poder de Dios no se agotó
al crear todas las maravillas naturales, sino que se complació creando a un ser
que se le pareciera, que participara de su inteligencia, libertad, voluntad y
sobre todo, que como él, fuera capaz de amar.
También recordamos cómo Dios al observar al hombre
solo, creó a la mujer como su compañera de igual dignidad. A esta pareja,
hombre y mujer, les dio capacidad de someter y mandar todo cuanto había sido
creado. El hombre pues admiraba junto con su mujer la grandiosa obra de Dios.
La última cita que reflexionamos (Gén 3, 8), nos
mostró esa relación tan íntima y amistosa que había entre Dios y los hombres.
El hombre y la mujer podían mirar a Dios «cara a cara», no había nada que se
interpusiera entre el hombre y su creador, participaba del amor sin morir ni sufrir.
«Dios platicaba con el hombre todos los días a la hora de la brisa de la
tarde». Empecemos aquí nuestra lección.
Tomemos nuestra biblia y leamos la siguiente cita:
Gen 3, 8- 10
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Una de aquellas tardes en las que Dios bajaba a
platicar con el hombre, esté ya no se encontraba. El jardín estaba solitario y
triste. Dios hizo oír su voz en todo el jardín llamando a Adán, pero este no
contestaba, pues tenía miedo y estaba escondido. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué
de pronto una relación tan limpia y amistosa se había roto.
Recordemos que Dios había creado al hombre a su
imagen y semejanza, es decir, le había participado su inteligencia y libertad.
Él no quería al hombre como un esclavo o un juguete sino que lo amaba y lo
respetaba; lo había hecho libre, para que esa libertad participada eligiera a
su Creador. Si Dios no hubiera querido al hombre para que lo alabara podía
haber dado el habla a las piedras, pero se complació en crear al hombre libre
para que colaborara con él en el trabajo de la creación.
El hombre compartía la felicidad de Dios, pero al
mismo tiempo debía reconocer el límite de su libertad, debía aceptar que Dios
es el creador y que a Él están sometidas las leyes y el uso de su misma
libertad. Esto es lo que significa «el árbol de la ciencia del bien y del mal»;
nos hace ver que nuestra libertad aunque grande (pues el hombre podía hacer
cuanto quisiese), tiene un límite que debemos reconocer y respetar. De otro
modo se atribuye un papel que sólo le corresponde a Dios. Esa fue la falta de
Adán: Al comer del árbol prohibido abusó de su libertad y quiso tener para sí
mismo los dones de Dios.
Podríamos decir que el pecado es romper nuestra
relación con Dios, un abuso de libertad. El mal no lo ha creado Dios sino que
lo introduce todo aquel que abusa de su libertad. Al romper el hombre su
amistad con Dios, experimentó un terrible miedo que lo hizo esconderse. El
miedo a Dios es un consecuencia del pecado, pues el hombre pecador se hace una
imagen de un Dios vengativo y castigador. Seguramente nuestra ignorancia de la
Palabra, nos hace tenerle miedo a Dios, pues pensamos que está al acecho de
todo lo que hacemos, para ver si nos portamos bien o mal. Asimismo, hay muchas
personas que no se acercan a Dios porque consideran que sus pecados son muy
graves y no son dignos de acercarse; ignoran que ¡Dios es misericordioso!
Gén 3, 11- 12
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Otro aspecto del pecado, lo encontramos en este
hecho significativo: El hombre lejos de reconocer su desobediencia ante la
pregunta de Dios, le da la culpa a la mujer. El pecado suscita la división
entre los hombres; porque Adán y Eva antes de caer en el pecado se amaban y
respetaban. Después el hombre no quiso reconocer su falta. Todo pecado por
pequeño que sea tiene repercusión social, pues genera desconfianza y violencia.
Lo descubrimos en nuestra propia experiencia personal: ¡No nos gusta reconocer
nuestros pecados! ¡Nos molesta y nos humilla! Antes bien buscamos culpables a
todo lo que vemos a nuestro alrededor. Los sacerdotes se quejan de que lo que
contamos en las confesiones no son pecados propios sino ajenos.
Gén 3, 4- 5
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Decíamos pues, que el pecado es abuso de la
libertad que Dios nos ha dado, y tuvo su origen en atender a su engaño que nos
preparó el maligno. El demonio representado por la serpiente, es esa creatura
envidiosa de la felicidad del hombre que quiere compartirnos su odio y su amargura.
Es el acusador, que al verse privado de la luz, instiga y engaña al hombre a
revelarse contra Dios.
Por eso presentó al hombre la posibilidad de
«liberarse», le hizo creer que podía poseer los atributos de Dios y ser iguales
a Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre y podemos decir que en
adelante, todo pecado tiene como base una desobediencia y una falta de
confianza en Él. Es la soberbia la que nos hace preferirnos a nosotros mismos
en lugar de Dios; despreciamos a Dios olvidando que somos creaturas necesitadas
de ayuda para conseguir nuestro propio bien.
Gén 3, 4- 6
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Este versículo nos narra cómo se consumó el pecado.
Creo yo que poco a poco nos hemos ido dando cuenta en dónde está la raíz de
nuestros males: ¡Nos hemos apartado de Dios! El pecado que cometieron Adán y
Eva no fue sexual, como piensan algunos, pues con anterioridad Dios había
bendecido la unión de la pareja: «Sean fecundos y multiplíquense» (Gen 1, 28).
Más bien, el pecado fue la soberbia del hombre; haber rechazado a Dios, es la
actitud con la que el hombre quiere independizarse, porque siente que Dios le
estorba para ser feliz. Dice el cincelazo 331: «El soberbio es el que en la
práctica dice al Señor» ¡Quítate, porque yo solo puedo hacerlo! Y es que cada
que cometemos un pecado, le decimos a Dios: ¡Sácate! ¡Me estorbas! ¡Yo quiero
ser y Tú no me dejas! Debemos comprender a estas alturas que el pecado va más
allá de un simple quebrantamiento de la ley de Dios es sobre todo, no
considerar a Dios, no quererlo incluir en nuestro plan de vida.
Gén. 3, 16- 17
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La sentencia que Dios hace al hombre y a la mujer,
nos muestra que la relación amistosa entre Dios y el hombre estaba rota. El
hombre ya no es más el rey de la creación. Su desnudez y su vergüenza le
hicieron comprender que sólo era una creatura desvalida que había rechazado a
su propio Creador. Sin embargo, Dios no maldijo al hombre; en adelante, el
hombre tendrá que cargar el peso de su propia naturaleza, con la
responsabilidad deberá asumir la lucha de la vida y sus exigencias.
Las consecuencias del pecado que ahora
analizaremos, no son castigo de Dios, Dios no castiga, sino que es el efecto
lógico de haber perdido la amistad divina.
1. Sufrimiento y dolor: El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos del paraíso
ideal que tuvo el hombre. Las experiencias del mal, el sufrimiento y la
injusticia nos parecen un castigo de Dios. Ya no somos los consentidos del
paraíso, ahora nos enfrentamos a las fuerzas de la naturaleza, superiores a las
nuestras.
Por una idea fuertemente arraigada en el
pensamiento popular, le atribuimos a Dios cualquier desgracia que padece el
hombre. Dios no hace sufrir, el dolor tiene una explicación enteramente
natural. Es precisamente Cristo nuestro Señor quien nos enseñará a vivir y a ratificar
este sufrimiento, pero no nos liberará de él.
2. Trabajo: El hombre en el paraíso realizaba un trabajo fácil y agradable, ahora
tendrá que sacar de la tierra su propio alimento. La Escritura destaca que el
trabajo es fatigoso y pesado; pero actualmente observamos que este trabajo a
unos los hace ricos y poderosos, a otros los hace esclavos para toda la vida y
unos pocos viven holgadamente aprovechando los sudores de los demás. Cristo
nuestro Señor viene a enseñarnos que el trabajo no es una condena a muerte, sino
la posibilidad de colaborar con Dios en la creación que todavía no ha
terminado. «Mi Padre trabaja, yo también trabajo» (Jn 5,17).
3. Muerte: Por el pecado, Dios quita al hombre la posibilidad de vivir para
siempre. Para quien vive la vida sin pensar en Dios, la muerte es una
maldición, pues es dejar los bienes, afectos y placeres de este mundo; pero
para quien acepta los trabajos y sufrimientos con la esperanza de una vida
superior, la muerte es una liberación. Cristo «Vencedor de la Muerte» viene a
darnos la vida en abundancia. Él es quien quita el pecado del mundo y nos
libera también de los efectos del mismo pecado.
Gén 3, 15
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Dios nunca maldijo al hombre, pero sí a la
serpiente representante del mal y, al hacerlo, también pronunció la promesa de
salvación para el hombre: «De la mujer saldrá la victoria final sobre el mal».
Dios no puede permitir que su máxima obra viva hundida sin esperanza de
redención y, en el mismo momento de su sentencia, se incline sobre su miseria.
Otro gesto de su amor lo notamos en el hecho de que no los envió desnudos a la
tierra, sino que los vistió para que salieran del paraíso con dignidad.
Este texto es muy importante pues hace notar que
Dios no es de ninguna manera un juez implacable y castigador sino el creador
amoroso que no podía dejarnos solos, a pesar de haberle rechazado. Dice el
cincelazo no. 20: «A pesar de nuestras infidelidades que rechazan las
manifestaciones del amor divino, el Señor busca siempre ocasiones para volver a
empezar». Este pensamiento resume toda la historia de salvación. La
misericordia de Dios es más grande que toda la maldad humana.
También el texto hace alusión a una mujer. Los
católicos vislumbramos en ella la figura de la Virgen María «Vencedora del
Mal», «la que aplasta a la serpiente», la que con su generoso «sí» aceptó la
salvación para todos los hombres. Así como por una mujer había entrado el
pecado al mundo, también por otra mujer, María, «entró la salvación al mundo».
Gén 4, 8
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Adán y Eva ya en la tierra tuvieron muchos hijos.
Los primeros Caín y Abel ofrecían sacrificios a Dios. Caín que era labrador
ofrecía sus cultivos y Abel que era pastor de ovejas sacrificaba los primeros
nacidos de sus rebaños (Gén 4, 1).
Sucedió que Caín empezó a sentir envidia de Abel,
porque las ofrendas que éste ofrecía eran más limpias y agradables a Dios. Su
rostro se descompuso y deseó el mal para su hermano. Este texto nos viene a
ilustrar hasta dónde puede llegar el pecado del hombre, concretamente, la
envidia. La envidia es «hija» de la soberbia, pues como el hombre se considera
bueno, lleno de dones y atributos propios, no puede concebir a otro hombre que
lo supere; así es que empieza esta batalla por acabar con todo lo que pueda
opacarle. La envidia nunca queda como un sentimiento interior de repulsa, sino
que fácilmente genera violencia. Empieza su acción por la palabra y llega como
en el caso de Caín, al asesinato.
Es natural que de nuestro corazón soberbio broten
quizá estos sentimientos. ¿Qué hacer? ¿Cuál es el remedio? La soberbia y la
envidia se curan con la humillación, con la humildad que nos hace reconocer que
no somos nada ante Dios y que nuestros dones no nos pertenecen, sino que son
bendiciones de Dios con los que tenemos que servir a los demás. El cincelazo
no. 296 nos ilustra esta idea: «En la medida en que yo me siento más de lo que
soy, más y más me aparto de Dios».
Gén 6, 5
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Con el paso del tiempo se multiplicaron los pecados
en toda la tierra. El hombre, creatura predilecta de Dios, se había vuelto un
ser obstinado en la maldad y perversión. El primer hombre, Adán, se había
apartado de Dios, quedando marcada en toda su descendencia una inclinación a lo
malo. Fue como si el «molde» del que iban a salir todos los hombres quedara
averiado y, como consecuencia, todos lo que salimos de ese «molde» arrastramos
ese «defecto de fábrica».
Gén 7, 17- 23
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La humanidad estaba totalmente corrompida y Dios
vio necesaria una purificación que asegurara el porvenir de su obra. Así que
tomó al único justo, Noé, para empezar con él, un nuevo pueblo santo, limpio de
maldad. Dios nos muestra a través de esta extremosa decisión que está resuelto
a cuidar su obra predilecta, aún a costa de medidas dolorosas.
Noé es el creyente ideal que acepta colaborar con
Dios para salvar al mundo; se pone a trabajar decididamente en el proyecto
divino sin hacer caso a las críticas de los incrédulos y flojos que prefirieron
seguir gozando de lo temporal que trabajar para el futuro. Dios nos muestra a
través de esta cita que quiere una humanidad totalmente renovada, por eso la
hace pasar por una «limpia» por así decirlo, para acabar con sus costumbres
malas. Así como Dios necesitó a Noé, hoy también necesita de hombres santos
que, sin sentirse salvados ni condenar a los pecadores, influyan positivamente
en la sociedad. Un hombre bueno asegura que las promesas de Dios siempre serán
cumplidas, a pesar de todas las maldades. Lo decía San Juan de la Cruz: «Vale
más un santo que diez mil cristianos mediocres».
Gén 11, 1-9
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El episodio de la torre de Babel, es otro ejemplo
más para mostrar la tendencia al mal que tenemos todos los hombres desde que en
un principio perdimos la amistad divina. A pesar de que Dios había purificado
la humanidad con el diluvio universal, con el paso de los años volvió a
olvidarse de Él; los hombres se volvieron malos, se llenaron de soberbia e
intentaron construir una torre que llegara hasta el cielo para probar, delante
de todos, que podían hacer cosas grandes sin ayuda de nadie. Y una vez más Dios
interviene drásticamente para acabar con las pretensiones humanas de grandeza y
de poder.
Tal vez, hermanos, en este mismo acontecimiento
encontremos reflejada nuestra triste experiencia personal. Dios nos salva, nos
limpia y purifica y al momento de sentirnos limpios, como los «puerquitos
recién bañados» volvemos a caer en la suciedad. El hombre es débil por
naturaleza y siempre pecamos de algún modo, pero esta tendencia nunca debe
desanimarnos, sino al contrario, debe concientizarnos de que no podemos avanzar
solos sin la ayuda de Dios. Lo peor no está en la caída, sino en permanecer en
ese estado pesimista de no poder levantarse. Es anticristiano que una persona
reconociendo sus fallas y defectos no quiera salir de ellos, porque en su
conducta niega el Poder de Dios que quiere hacer santos a todos los hombres.
Debemos luchar optimistamente contra nuestros defectos, confiando más en el
poder de Dios que en nuestras propias fuerzas.
Nos dice el cincelazo no. 208: «Los santos no son
los que nunca pecaron, sino los que pronto se levantaron confiando en el amor
de Dios».
Bien, hemos concluido nuestra lección, esperando
que en todos haya quedado «un asco» al pecado, pues por medio de él rechazamos
a Dios a quien debemos amar. Por eso conviene que pidamos perdón a Dios rezando
el salmo 51 reconociendo nuestros pecados y confiando mucho más en la infinita
misericordia divina.
TAREA mandarla al correo:
tallerbiblicomsp@hotmail.com
1. ¿Cómo podrás definir el pecado?
2. ¿Crees que los pecados de Adán, Eva y Caín
tienen en común la soberbia y la envidia? ¿Cómo lo explicarías?
3. Enumera los efectos que produjo el pecado de
Adán y Eva.
4. Examina las causas y los efectos de algunos
pecados que hacen los hombres relacionándolos con los de Adán, Eva y Caín, y el
episodio de la torre de Babel.
Susríbete a esta página para que te lleguen a tu correo todos los escritos. Arriba un ejemplo del lado derecho de como suscribirte en un video.
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