Al final del escrito el audio de esta lección
La experiencia de la esclavitud de los hebreos en
Egipto no sólo es un acontecimiento clave para la constitución del pueblo de
Israel, sino una lección para todos los cristianos pues, a través de él
entendemos que Dios nunca se olvida de los oprimidos y marginados, a los que
levanta y anima para que recobren su dignidad y puedan, de ahí en adelante, ser
el pueblo de su pertenencia.
Empecemos esta lección con nuestra oración. Esta
vez tomemos el salmo 5 que es una súplica de un hombre perseguido y atribulado
que pone en Dios toda su confianza para salir adelante. Una vez rezado el salmo
hacemos la siguiente oración: «Concédenos, Señor, tu Santo Espíritu para que
podamos liberarnos de tantas esclavitudes y defectos. Especialmente te pedimos
por todos aquellos hermanos nuestros que viven ignorando tu amor infinito en la
pobreza material y espiritual para que por medio de tu Madre Santísima, la
Virgen María encuentren la gracia y la salvación eterna. Amén» (Ave María y
Gloria).
Recordatorio de la lección anterior:
En la lección anterior, la experiencia de Abraham
nos sirvió para comprender el sentido verdadero de la fe cristiana. La fe es la
respuesta al llamado de Dios que implica por lo mismo un movimiento «dinámico»
al servicio de su obra. Esta nunca puede ser sentimentalismo superficial o una
simple aceptación de las verdades de la Iglesia; es por esencia, una actitud
ante la vida que nos hace estar en constante diálogo con Dios. Al mismo tiempo
nos exige desprendernos de las cosas que más nos gustan, pues no se puede tener
fe y seguir en nuestra misma actitud de rendir culto a la moda, fama, pereza,
diversiones, etc.
El hombre que como Abraham decide atender la voz de
Dios recibe abundantes bendiciones, pues reconoce que es Dios quien lo llama, y
lo llama para darle todo aquello que puede anhelar. Para Dios no hay nada
imposible y le concedió a Abraham el hijo que tanto deseaba después de 25 años
de silencio y pruebas.
También reflexionamos como Abraham pide por la
salvación de dos ciudades Sodoma y Gomorra perdidas irremediablemente en la
perversión, y hacíamos notar cuán necesaria es la oración para pedir por la
salvación de los hombres. La oración es el medio eficaz para ayudar a los
hermanos que viven en el error y en el pecado además se insistió en la
importancia que tienen los justos para la salvación de la humanidad. Diez
justos hubieran bastado para salvar dos enormes ciudades ¡En la balanza de Dios
un justo pesa más que miles de pecadores!
Otro gran mensaje que nos dejó la lección pasada es
que las dificultades y pruebas que Dios permite en nuestro caminar, no son para
destruir nuestra fe sino para amacizarla. El cristiano debe amacizar la idea de
que cada prueba es una ocasión que Dios nos brinda para forjar nuestra fe en
Él.
El episodio de la historia en el cual Esaú cambia
la bendición por un plato de comida. También nos hacía reflexionar con cuanta
facilidad cambiamos las gracias espirituales por el bienestar material. Hoy día
se prefiere la televisión, los videos, las diversiones, etc., a los medios que
puedan llenarnos de la gracia, como los sacramentos, la oración y la palabra de
Dios.
Empecemos aquí esta nueva lección «Dios libera
a su pueblo y hace una alianza con él».
Busquemos el texto:
Ex 1, 8 -14
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Ahora situamos nuestra historia de salvación en
Egipto. Recordemos que José «el soñador», había hecho llegar a todos sus
hermanos con sus familias a esta tierra de abundancia, pues en toda la región
azotaba una cruda sequía. Pasaron cientos de años, los israelitas se
multiplicaron y expandieron por todo el país de Egipto a tal punto, que se
despertó el celo del nuevo faraón que vio con malos ojos a este pueblo
extranjero. Así que de ahí en adelante los egipcios hicieron caer sobre los
israelitas los trabajos más duros y humillantes, a fin de frenar su
crecimiento.
Esta historia no es extraña, sino un fenómeno común
dentro de toda la historia de la humanidad; los poderosos someten a los más
débiles y los toman por esclavos. Durante siglos y siglos gran parte de la
humanidad ha vivido sometida a distintas formas de esclavitud y opresión.
Muchos hombres han muerto como animales, sin conocer su dignidad y su vocación
a la libertad.
Hoy día, los poderosos siguen explotando a los más
pobres de muchos modos. Es sabido que los países desarrollados prestan dinero a
los llamados del «tercer mundo» a condición que éstos reduzcan sus índices de
natalidad ¡Tienen miedo como el faraón, del crecimiento de los más débiles!
Quizá la latinofobia actual en algunas regiones de
los Estados Unidos obedezca a razones de este tipo.
Ex. 1,15-16
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Decíamos que el faraón teniendo miedo del
crecimiento del pueblo israelita, llegó al extremo de ordenar a unas parteras
que malograran los partos de las mujeres hebreas, de este modo se reduciría la
población de los extraños que amenazaban sus intereses. Pero estas mujeres no
hicieron caso de la orden de faraón y tuvieron compasión del pueblo oprimido;
su conciencia les hacía entender que atentar contra la vida de los indefensos
es un crimen incalificable. Dios premió la valentía de estas mujeres que
desafiaron el sistema asesino, concediéndoles numerosa descendencia. No
obstante, el faraón al ver el fracaso de su plan tomó una decisión más radical:
Echar al río a todos los recién nacidos.
Ex.2, 1-10
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Pero Dios se ríe de la astucia de los hombres. Hizo
crecer en la misma casa del faraón que oprimía a los israelitas a su futuro
libertador: Moisés, cuyo nombre significa «sacado de las aguas». Muchos niños
hebreos habían sido muertos en el río Nilo, pero sólo a uno correspondió ser
salvado. Moisés es el primer hebreo salvado en esa acción providencial. El
hecho de ser «sacado de las aguas» nos da una idea magnífica de la misión de
este niño. Significa que fue sacado del destino común de muerte y esclavitud que
tenían todos los hebreos; él es el hebreo rescatado que iba a conocer lo que es
la libertad. Los santos padres compararon la acción de «sacar de las aguas»
como una acción liberadora. Es «volver a la vida», «devolver la libertad».
De este modo Moisés creció en el palacio de faraón
y recibió una educación especial que nunca hubiera tenido en su propia familia.
¡Dios preparaba en lo oculto la salvación de su pueblo!
Ex. 2,11-15
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Moisés llevaba una vida tranquila de palacio,
cuando tuvo un encuentro con sus hermanos hebreos y comprobó sus penosos
trabajos. Pudo darse cuenta que trabajaban sin libertad, en condiciones muy
precarias: subalimentados, sin vivienda digna, sin educación, y lo peor
condenados a vivir así para siempre.
En este estado de cosas la conciencia del pueblo
era casi nula y tampoco había quien respondiera en nombre de estos oprimidos.
El pobre y el humillado llega a acostumbrarse a lo malo y aún a lo miserable;
cae en un estado pesimista que le hace incapaz de lograr una vida mejor, no cree
que pueda salir de esta situación ni siquiera que pueda mejorar.
También vio Moisés cómo un egipcio golpeaba a un
hebreo; de inmediato, en un arranque de indignación mató al egipcio. A pesar de
que nunca vivió entre sus pobres hermanos, experimento amor a su raza; no cerró
los ojos ante los abusos que se cometían ni renegó de su origen. Pero al día
siguiente se descubrió otro aspecto de la pobreza de sus hermanos, al ser
testigo de una pelea entre dos de ellos. La miseria no es tan sólo consecuencia
de la explotación inhumana de los poderosos, ni los pobres son víctimas
inocentes; entre ellos también hay maldad, violencia e irresponsabilidad. La
pobreza hace perder la confianza en sí mismos y en los demás pobres. Es muy
triste ver como la misma gente humilde del pueblo desprecia a sus hermanos por
sentirse superior. Apenas alguno tiene un cargo insignificante en el gobierno,
lo utiliza para el desprecio y perjuicio de los demás
Realmente era dramática la situación de Israel en
Egipto. No había quien pudiera sacar al pueblo de esta penosa realidad. Moisés
prefirió huir.
Ex. 3, 7 -1-10
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Era un largo período de esclavitud y desesperación
que los israelitas sufrían; gritaron y clamaron a Dios y Dios oyó sus lamentos
y miro con bondad a los hijos de Israel (Cfr. 2, 23-25). Este texto destaca la
presencia de Dios en todo el acontecer humano. Dios no estuvo ajeno al
sufrimiento del pueblo, sino que preparaba su salvación.
Conviene que subrayemos las afirmaciones divinas:
«He visto», «He escuchado», «Yo conozco sus sufrimientos», «El clamor llegó
hasta Mí», porque son las palabras que Dios nos dirige, para hacernos ver que
no está lejos de la vida de los hombres y está particularmente presente en
nuestros momentos más duros y difíciles.
Hay una prosa poética muy difundida titulada «Un
par de huellas en la arena. Para el hombre esos son los momentos más felices,
pasan ante él las imágenes más dulces y bellas de su existencia: ¡Camina con
Cristo! Pero hay también momentos oscuros y dolorosos, en los que sólo observa
un par de huellas y de inmediato reclama al Señor ¿Por qué me abandonaste? ¿Por
qué me dejaste solo justo cuando más te necesitaba? El Señor le responde “Nunca
te he olvidado ni abandonado, ese par de huellas en la arena no es tuyo; es
mío, porque Yo te he llevado en mis brazos, Yo te he cargado en esos momentos
más duros”».
El sufrimiento es una de las experiencias más
graves que aqueja a la humanidad; en él, el hombre experimenta su impotencia y
sus límites. Puede conducirnos a la angustia al repliegue de nosotros mismos,
incluso a la desesperación y a la rebelión en contra de Dios; pero también
puede hacer a la persona más dura, ya que el sufrimiento le ayuda a apreciar y
discernir lo importante de la vida, pues con frecuencia la angustia empuja al
hombre a una búsqueda de Dios.
El cristiano verdadero sabe aprovechar el
sufrimiento y el dolor para unirse con Dios, sabe que estos provocan una
conversión y ayudan a profundizar el misterio divino. Las almas místicas como
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, encontraron en el sufrimiento un
medio de purificación que les permitía lograr una profunda intimidad con
Cristo. El padre Pío de Pietrelcina aprendió que los sufrimientos son útiles
para purificarse, para dominar el orgullo y hacerse más sensibles a los
sufrimientos de los demás y estar más cerca del Señor. Un día otro sacerdote le
pedía que le diera un poco de sus muchos sufrimientos, a lo que él respondió:
¡Estás loco! ¡Eso nunca, no reparto con nadie mis preciosas joyas!
Concluyendo el tema: Dios ama a los que sufren, a los más pobres y viene oportunamente en su auxilio, aunque a veces parece que no se acuerda de ellos. Diremos que quien sabe descubrir el valor providencial del sufrimiento, encuentra el camino de la maduración cristiana. Lo dice el cincelazo 372: «Nacimos en el dolor y maduramos en el sufrimiento para alcanzar la gloria».
Ex 3 10 - 12
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Dios responde al clamor del pueblo de Israel
suscitando de entre el pueblo al caudillo que lo iba a liberar. La providencia
de Dios se manifiesta en la participación generosa de los hombres de fe. Moisés
es un hombre que madurando en el silencio del desierto, Dios llama para salvar
a su pueblo. La misión es muy difícil pero Dios confirma su asistencia para que
pueda perseverar en las peores dificultades.
Hoy, como entonces, Dios exige la colaboración de
los hombres para liberar a los que están esclavizados en el pecado que es el
origen de las injusticias, pobreza y hambre. La humanidad pide la presencia de
otros Moisés que amen a su pueblo y estén dispuestos a liberarlo de tantas
esclavitudes; hombres que griten el Evangelio, el mensaje liberador, que hace
que todos los hombres reconozcan su dignidad de hijos de Dios. El cristiano no
puede ser cómplice mudo ni testigo de brazos cruzados ante el sufrimiento de
tantos hombres. ¡Nosotros con nuestra palabra y con nuestro testimonio
representamos los brazos de la misericordia divina!
Ex. 7, 14; 8, 9 - 11
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Una y otra vez Moisés se dirige al faraón para
pedirle que deje libre a su pueblo, pero siempre es rechazado. La escritura
destaca un endurecimiento del corazón del faraón que viene a señalarnos una
actitud que muchas veces presentamos nosotros mismos ante los planes de Dios;
nos obstinamos, no queremos oír razones y como el faraón llegamos a ser piedras
de tropiezo para muchos. Dios hizo caer muchos azotes sobre los egipcios por la
necedad de su faraón; pero ante la negativa de éste, tuvo que utilizar medidas
más fuertes para liberar a Israel.
Ex. 12, 1 -29
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Dios anuncia una medida implacable para lograr la
liberación de su pueblo: Un ángel iba a pasar por Egipto dando muerte a sus
primogénitos. También dijo a Moisés que para que el ángel no diera muerte a los
primogénitos hebreos sino solo a los egipcios, todas las familias hebreas
tendrían que sacrificar un cordero sin defecto. La sangre de ese cordero la
usarían para untar los postes y el travesaño de la puerta. De ese modo cuando
el ángel exterminador pasará por todo Egipto, reconocería por la sangre, los hogares
israelitas y pasaría de largo.
Esta acción divina propició la salvación del pueblo
de Israel e instituyó la gran celebración de la Pascua, palabra que significa
«paso», pues Dios se hizo presente al pueblo para liberarlo realmente de la
esclavitud. La sangre del cordero representó para el israelita la salvación
misma; es símbolo y figura de la Sangre de Cristo, el Cordero Pascual que dio
su vida por nuestra salvación. La pascua israelita encierra un gran significado
para la cristiandad, porque Cristo mismo la celebró para presentarnos otra
«Pascua» más nueva y definitiva para la salvación de la humanidad.
Ex. 14, 24 -30
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Después de estos acontecimientos el pueblo de
Israel tuvo la oportunidad de huir, pero todavía los egipcios hicieron un
último intento de detenerlos. Nuevamente Dios interviene para pasar
prodigiosamente a todo el pueblo por el Mar Rojo y así dejarlos libres, fuera
del alcance de los opresores.
Este «paso» por el Mar Rojo representó para el
israelita la liberación de la esclavitud de Egipto. Para el cristiano es
símbolo de su bautismo, pues por el agua símbolo de vida damos muerte a todo lo
que nos esclaviza y no nos deja ser plenamente libres. Por el bautismo somos
liberados del pecado y regenerados como «hijos de Dios» para vivir en el
espíritu y trabajar para el bien.
Ex 16, 1 -4. 13 - 15 ; 17 1 - 6
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Una vez que el pueblo de Israel dejó atrás a
Egipto, quedó completamente libre en el desierto y pronto les llegaron las
dificultades. Como cualquier pueblo que alcanza su independencia tuvo que
entender que la libertad, no es un lujo ni una diversión, sino la vivencia
responsable de un don de Dios.
Ante la crudeza del desierto, el pueblo poco a poco
fue perdiendo el entusiasmo de la liberación y así enfrentó su primera
dificultad: El hambre y la sed. La gente comenzó a murmurar contra Moisés
alegando que moriría en el desierto; olvidaron que cuando Dios realiza obras
las realiza completas nunca a medias. No obstante Dios concede el pan para su
pueblo.
Este texto nos viene a insistir en la idea que
hemos venido desarrollando «Dios nunca nos abandona en los momentos más
desesperados interviene para ayudarnos». La desesperación y el miedo son
consecuencia de una falta de confianza en Dios; lo dice el cincelazo 1093: «El
que no confía en Dios pronto se desespera».
Después de estas pruebas superadas, no sin dificultades,
el pueblo de Israel afirmó su fe en Dios. Había experimentado en carne viva el
brazo poderoso de Dios que lo había sacado de Egipto y le había dado de comer
en el desierto. En esas circunstancias Dios propone al pueblo un compromiso
mayor, era hora de sellar una alianza que comprometiera definitivamente a
Israel como pertenencia suya.
Esta alianza se concretiza al pie del Sinaí es uno
de los acontecimientos más importantes para Israel, pues él mismo escogió libre
y conscientemente a Dios y se comprometió a cumplir todo lo que Él dijera
«Haremos lo que Yahvé ha mandado» ( v. 8). De ese modo se dispusieron a cumplir
la ley que Dios iba a dar a Moisés: «El decálogo o diez mandamientos», los
cuales analizaremos brevemente actualizándolos, para que nos demos cuenta que
hoy como ayer tenemos un compromiso ante Dios y que tales mandamientos van más
allá de lo que las mismas palabras dicen. Por aquello de tantos cristianos que
no se acercan a la confesión pues piensan que «si no han robado, matado o
mentido, entonces no han pecado». Muchas veces y de muchos modos fallamos a
estos mandamientos.
Ex 20, 1 - 17
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Primero (v.
1- 7) «No tengas otros dioses fuera de Mí», que nosotros aprendimos del catecismo
amar a Dios sobre todas las cosas. Nos compromete a tener a Dios como primer
valor en nuestras vidas. Fallamos a este mandamiento cuando le damos más valor
a otras cosas como al dinero, los placeres, los vicios, las diversiones, etc.
También fallamos a este mandamiento cuando no
queremos saber más de la palabra de Dios o pensamos que con lo que sabemos es
suficiente, recordemos la frase de San Juan «Nadie ama lo que no conoce», ¿cómo
decimos amar a Dios si ignoramos las verdades más elementales de nuestra fe y
nuestra Iglesia?
Otra falla a este mandamiento es desconfiar de la providencia divina y recurrir a todo tipo de sortilegios y supersticiones, llámense brujerías, astrologías, lectura de cartas, amuletos y talismanes, de los que podríamos hablar largo y tendido.
Segundo (v.6) «No tomarás el nombre del Señor en falso». Fallamos a Él cuando tomamos a juego las cosas sagradas y dudamos que tengan pleno valor. La blasfemia, los chistes obscenos contra la religión y sus ministros, son ofensas contra el mismo Dios. Así también cuando se rompen las promesas hechas a Dios y no estamos dispuestos a rectificar.
Tercero (v.8
- 10) «Recordar el día sábado para santificarlo» al propósito nos referimos la
próxima lección cuando hablemos del «Domingo día del Señor». Sólo adelantamos
que para el católico el día de santificar, es el domingo. Por lo tanto es un
deber y necesidad participar en la misa los domingos y días de guardar.
Cuarto (v. 12) «Honrarás a tu padre y a tu madre». Se falla directamente a este
mandamiento cuando los hijos no se preocupan de los padres o se desentienden de
sus deberes para con ellos. En la actualidad hay muchos jóvenes que se
avergüenzan de sus padres porque están viejitos o son de origen humilde.
También hay muchos padres que no se preocupan de los hijos, pues no procuran su
bienestar físico, económico, afectivo, espiritual. Los padres irresponsables
que exponen a sus hijos a la vida miserable y a la delincuencia fallan a este
mandamiento.
Quinto (v.13)
«No matarás». Por matar entendemos el acto por el cual ilegítimamente se priva
a una persona de la vida, pero no sólo eso es matar, podemos generalizar y
decir que matar es simplemente atentar contra la vida, ese don maravilloso que
Dios da a todos los hombres para que nos realicemos en este mundo como hijos
suyos. Por lo mismo todo lo que rebaje y perjudique la integridad física y
moral de una persona, será grave falla a este mandamiento. El homicidio, el
aborto, la eutanasia y el suicidio son ejemplos claros. También todos los actos
que atentan contra la salud, por ejemplo la drogadicción y el alcoholismo, ya
sea de parte de los jóvenes que se introducen al vicio como de los que inducen
y promueven, son crímenes contra la vida.
Asimismo se puede matar moralmente a una persona,
impidiendo su realización, no brindándole afecto o menoscabando su dignidad. El
chisme y la calumnia pueden ser armas asesinas con las que podemos destruir la
vida de una persona.
Sexto (v
14) «No cometerás adulterio». Se infringe este mandato cuando no se vive la
castidad a la que todos estamos llamados independientemente de nuestro estado
de vida (soltería o celibato, matrimonio o vida consagrada). La lujuria,
masturbación, fornicación, pornografía y prostitución son atentados contra esta
castidad.
En nuestro mundo actual azotado por el consumismo y
el erotismo que empuja a las personas a dar rienda suelta a la sensualidad y
acomodarse a las situaciones placenteras, es fácil dejarse seducir y caer en
este juego que engorda nuestro egoísmo y nos pone en la antesala de estas
fallas. Lo recomendable es pedir a Dios la fortaleza, el dominio de nosotros
mismos para no caer en estas tentaciones y buscar los modos de sana diversión,
así como fomentar el deporte que garantice la higiene mental y espiritual.
Séptimo (v.
15) «No hurtarás». Hurtar significa tomar o retener bienes del prójimo
injustamente perjudicando sus intereses. Toda forma de robo contradice la
disposición divina y lesiona el bienestar de la persona robada. Las promesas y
los contratos no cumplidos por cualquiera de las dos partes, patrón y empleado
así como actitudes irresponsables en el trabajo, despilfarros y ausentismo son
injusticias declaradas. El daño ecológico en nuestro mundo que acaba con la
obra creadora de Dios y explotación irresponsable de los recursos naturales
también son injusticias.
No proporcionar ayuda a los pobres, prefiriendo
nuestro bienestar, es incompatible con los principios divinos. Es un robo que
cometemos a los preferidos del evangelio. Lo dice San Juan Crisóstomo «No hacer
participar a los pobres de nuestros bienes es robarles y quitarles la vida».
Octavo (v.
16) «No mentirás». Es un llamado a vivir en verdad y autenticidad. Queda
prohibido por tanto todo intento de falsear la verdad en relación con el prójimo.
La calumnia, la hipocresía y el engaño destruyen la reputación de la persona
ocasionando situaciones graves. El halago, la vanagloria y la ironía son
actitudes negativas que desvirtúan la auténtica imagen que debemos tener de las
personas. La mentira es directamente la falta contra la verdad, su gravedad
dependerá de las circunstancias, intenciones del que las comete o los daños
producidos.
Noveno (v.
17) «No desearás la mujer de tu prójimo». Con el equivalente femenino «no
desearás al hombre de tu prójima», este mandato nos ordena mayor pureza de
actitudes y sentimientos. Los pensamientos impuros no sólo afectan la castidad
sino disminuyen la capacidad de entender los planes divinos. Los espectáculos
malsanos unidos a una relajación de las costumbres, son causa directa de estas
impurezas.
Décimo (v.
17) «No codiciarás lo bienes ajenos». Es una exigencia desterrar de nuestro
corazón a la envidia. Ese triste sentimiento que experimenta una persona que
desea malamente los bienes ajenos. Decíamos en una lección anterior que la
envidia nace de un corazón orgulloso que no se contenta con los dones divinos,
sino que lucha por sobresalir, por eso no se puede tolerar que una persona
tenga otros dones que ella no posee. Es un sentimiento que genera violencia y destrucción
moral.
Bien hermanos, hemos concluido esta cuarta lección,
en la que hemos expuesto la naturaleza de nuestra alianza con Dios. El
compromiso que el cristiano hace con su Dios salvador es una exigencia a un
cambio radical en nuestro diario vivir, convencidos de que Dios nos llama a la
patria eterna.
TAREA mandarla al correo:
tallerbiblicomsp@hotmail.com
1. Menciona algunos ejemplos de la Biblia para
demostrar que Dios no se olvida de los pobres y oprimidos.
2. ¿Qué quiere decir «Pascua» y que simboliza el
cordero pascual?
3. ¿Qué piensas hacer para que tus familiares y
amigos pertenezcan al pueblo de Dios y gocen de su amistad?
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