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En
los Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés hay frases y expresiones muy
fuertes que parecen prohibir nuestra devoción a los santos y al uso de las
imágenes. Los hermanos protestantes, valiéndose de estos textos, se empeñan en
demostrar que los católicos somos unos idólatras y que no cumplimos con la
palabra de Dios al no observar estos mandamientos. Por ello, nuestra lección
está dedicada a aclarar estas dudas con la misma palabra de Dios y a la luz de
la fe.
¿QUIÉNES
SON LOS SANTOS?
En
la Sagrada Escritura encontramos el sentido de la palabra «santos» al referirse
a las personas servidoras de Dios que habían aceptado en su vida a Cristo (Hech
9, 32. 41; 1 Cor. 1, 2; Fil 1, 1). Así podemos nosotros definir simplemente a
un santo como una persona que se esfuerza en vivir con Cristo siempre con mayor
empeño. San Pablo al inicio de sus cartas se dirigía así a sus fieles que con
el esfuerzo cotidiano de sus oraciones y trabajos trataban de ser más perfectos
en su entrega a Dios.
Así
pues, los santos no son ni unos iluminados, ni ángeles bajados del cielo, sino
hombres de carne y hueso que, con sus defectos y virtudes e independientemente
de su estado o régimen de vida viven plenamente el llamado de Cristo a la
perfección.
Entre
la gran multitud de santos que ha habido a lo largo de la historia, la Iglesia ha
señalado unos pocos que por ser particularmente agradables a Dios son modelo de
caridad y virtud. El concilio Vaticano II subraya que los santos «son dignos de
recibir culto por ser ejemplos de vida típica cristiana y por ser
principalmente aceptables a Dios por su íntima unión con Cristo y conformidad a
su voluntad» (LG 50).
Como
consecuencia de su amistad profunda con Cristo la intercesión de los santos por
nosotros es muy eficaz. Los hermanos protestantes piensan que no es según la
Biblia recurrir a Dios por medio de otros, afirman que ha Dios solamente se
puede llegar por medio de Cristo que es el único Mediador (1Tm 2 ,5). No hay
ninguna duda al respecto, Cristo es el único Mediador, lo que la Iglesia
católica añade es que los santos no son otros mediadores distintos de Cristo,
sino extensiones de su misma misión.
En
los Hechos de los Apóstoles vemos muchos casos en los cuales Dios no actúa
directamente, sino que se vale de sus siervos los santos. Recordemos como Saulo
recobró la vista por medio de Ananías, un hombre santo, y no directamente por
Cristo con quien se había encontrado (Hech 9, 19).
Muchos
enfermos fueron sanados por los apóstoles y aun cuando Cristo estaba con ellos
no se dirigían directamente a Él, no obstante recibían las gracias deseadas
«...tanto que sacaban a los enfermos a las calles en camas y camillas, para que
cuando Pedro pasara, al menos, su sombra cubriera algunos de ellos. Acudía
mucha gente, aun de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y
atormentados por espíritus malos, y todos quedaban sanos» (Hech 5, 15- 16).
Dios no tiene celos de sus siervos, sino que por medio de los milagros y
favores que realiza a través de ellos manifiesta que su vida le es muy agradable.
Es en los humildes donde resplandece la gloria y la grandeza de Dios.
Otro
concepto importante en cuanto a nuestra devoción a los santos, es la comunión
que establecemos con ellos en la Iglesia. Todos los cristianos somos hijos de
Dios y formamos una familia. La vida de cada uno de nosotros está ligada
admirablemente a Cristo y a los santos en virtud de nuestro Bautismo.
Por
lo mismo, hay un constante vínculo de amor que ni la muerte puede romper. La
vida santa de estos hombres aprovecha a toda la Iglesia; ellos son nuestros
amigos que constantemente abogan por nosotros. Santa Teresita del Niño Jesús
quiso que en el epitafio de su tumba dijera: «Sean perfectos como es perfecto
su Padre que está en el cielo» (Mt 5, 48). Ellos con su testimonio y su palabra
animan a toda la Iglesia a tener la santidad como la exigencia primordial de la
vida cristiana. La madre Teresa de Calcuta, una santa de nuestros días, nos
exhorta: «La santidad no es un lujo de unos pocos, sino deber de todos».
Dejemos
atrás la imagen sufriente y aburrida que tenemos de los santos; el santo es por
excelencia el bienaventurado que está dispuesto a todo con tal de ganar a
Cristo. San Agustín al escuchar los testimonios de los mártires se repetía a sí
mismo: «Si este y este otro pudieron, ¿por qué yo no?
Tenemos
en la Iglesia modelos de santidad para todos los niveles y estados de vida para
no pensar que para hacerse santos es necesario entrar a algún convento. Todos
los laicos están igualmente llamados a la santidad. Santa Brígida y Santo Tomás
Moro lograron en su propia condición de laicos la más alta perfección
cristiana.
La
devoción a los santos no consiste, como sucede en nuestros pueblos, en
derrochar dinero y esfuerzo, en una fiesta pagana y superficial, sino en un
compromiso serio por imitar sus virtudes. Imitar no quiere decir copiar, sino
inspirarnos en lo que ellos han hecho para animar nuestra propia vida
espiritual. Las lecturas de la vida de los santos, recurrir a su intercesión y
divulgar su conocimiento son expresión de una buena devoción. Quien apele o
contradiga la devoción que los católicos tenemos a los santos construirá una
Iglesia fría y sin testimonio de vida. Recordemos que el cristianismo desde sus
primeros siglos guardó en su memoria a los mártires y a los confesores como
ejemplos conmovedores para todos los tiempos.
Todos
estamos igualmente exigidos a la santidad. Los obispos cumpliendo con empuje,
humildad y fortaleza su ministerio; orando santificando y predicando, no
temiendo dar la vida por sus ovejas. El presbítero tiene que santificarse
orando y ofreciendo el sacrificio de la Santa Misa por el pueblo cada día con
mayor celo por la salvación de las almas. Los religiosos igualmente han sentido
el llamado de Dios a una vida más radical de perfección. Los laicos, sea cual
fuere su actividad, o situación temporal están llamados a servir a Dios y a
anunciar el Evangelio. No son cristianos de segunda clase, sino los
responsables de la evangelización en el mundo actual.
Pongamos
un ejemplo: Para circular por una autopista es necesario alcanzar cierta
velocidad, por ejemplo 100 km. por hora y con un vehículo en buenas
condiciones. ¿Qué pasaría si yo me decido a tomar la autopista trayendo como
vehículo un carrito jalado por mulas? Imagínense el embotellamiento que que
ocasionaría, sin querer hablar de los destrozos y accidentes. La gente me gritaría
enfurecida: ¿Cómo se atreve este imprudente a circular por esta autopista de
alta velocidad? ¡Y con esa clase de vehículo! Así pues, el hombre que,
llamándose cristiano no se fija como exigencia la meta de la santidad, ocasiona
embotellamientos, estropea el camino y, lo que es peor, impide el paso a otros
que quieren alcanzar la meta. Ya comprendemos entonces por qué las cosas de
nuestro mundo andan como andan pues, los que debemos dar testimonio de Cristo y
su Evangelio no lo hacemos.
¿ESTÁN
PROHIBIDAS LAS IMÁGENES?
Seguramente
ha llegado hasta la puerta de nuestra casa algún hermano protestante que con
los textos Ex 20, 4; Deut 4, 16; Lev 26, 1;... quieren convencernos de que
tener imágenes va contra los mandatos de Dios. Al leer los textos, efectivamente
descubrimos que Dios prohíbe severamente las imágenes y las estatuas.
Dios
no hace prohibiciones por capricho o sin explicación, por ello conviene que nos
preguntemos cuál es el motivo de su mandato. La respuesta la tenemos en los
mismos textos citados: «No te hagas estatua ni imagen alguna de lo que hay
arriba, en el cielo, abajo, en la tierra, y en las aguas debajo de la tierra.
No te postres ante esos dioses, ni les des culto porque yo Yahvé tu Dios soy un
Dios celoso...» (Ex 20, 4- 7).
Lo
que Dios prohíbe es construirse o tener otros dioses. El pueblo judío esta
propenso a eso ya que a diferencia de otros pueblos, no contaba con una imagen
de Dios. Por lo mismo, cuando Dios los hacía pasar por pruebas, tenían siempre
la tentación de recurrir a los ídolos de pueblos vecinos los cuales podían ver
y tocar. De ahí el mandato severo de Dios prohibiendo las imágenes, aunque no
absolutamente. Esto lo podemos ver claramente leyendo el Ex. 25, 18, donde Dios
mandó esculpir dos querubines para adornar el arca de la alianza. «Así mismo
harás dos querubines de oro macizo labrados a martillo y los pondrás en las
extremidades del lugar del perdón uno en cada lado».
Otro
ejemplo en Núm. 21, 8 donde Dios manda a Moisés: «Haz una serpiente de bronce,
ponla en un palo y todo el que la mire sanará».
Dios
mandó esculpir estas imágenes con el fin de mostrar su gloria y su poder.
Mientras no hubiera peligro de tomarlas como dioses, Dios las mantenía. Pero el
día en que el pueblo cree que la serpiente es una divinidad Dios ordena
destruirlas.
«Suprimió
los santuarios de las lomas, quebró los cipos y cortó los troncos sagrados.
También destruyó la serpiente de bronce que Moisés había fabricado en el
desierto, pues hasta ese tiempo los israelitas le ofrecían sacrificios y la
llamaban Nejustán».
Hay
todavía otros textos que demuestran claramente que Dios no prohíbe el uso de
las imágenes, lo que prohíbe es la idolatría. (1Re 6, 23- 29). En el nuevo
testamento nos encontramos que Cristo las condenó (Mc 12, 16- 17).
Desde
los primeros tiempos cristianos, la Iglesia se sirvió de imágenes en el culto,
así lo muestran las pinturas y esculturas encontradas en las catacumbas y a lo
largo de la historia a pesar de las objeciones protestantes, los concilios han
reconocido la legitimidad del uso de las imágenes, repitiendo que a las
imágenes de Cristo, de la Virgen y de los demás santos se les debe rendir honor
y veneración no porque en sí mismas tengan algo divino, sino porque la persona
que representan merece este culto.
Cuando
somos testigos del culto superstición lleno de errores e idolatrías que
realizan hermanos católicos que ignoran la palabra de Dios, llegamos a pensar
que con razón hablan así los protestantes. Pero cuando este culto de las
imágenes se hace dentro de una buena evangelización, éstas prestan un magnífico
servicio: Ornamento, enseñanza y motivación para la oración. No hay templo
católico que no se vea adornado por pinturas y esculturas; así también los
ignorantes y la gente sencilla más fácilmente captan los misterios divinos a
través de éstas. No hay católico que no tenga en gran estima los crucifijos y
las bellas imágenes de Cristo y de María y no los mueva a la oración y a la
piedad cristianas.
Especialmente
las imágenes sagradas y milagrosas, pensemos en la la imagen de la Virgen de
Guadalupe, ejerce un gran influjo de la vida espiritual de los hombres. Su
veneración alimenta su esperanza y su deseo de Dios.
Es
necesario señalar también la diferencia que hay entre adorar y venerar. Adorar
es el culto absoluto que debemos rendir a sólo Dios y venerar es honrar y
estimar en alto grado a los santos y a sus imágenes. Respecto a la Virgen María
la veneración que le tenemos es en grado sumo, distinta y superior a la de
cualquier otro santo.
Por
eso no hay persona en el mundo, a excepción de los protestantes, que piense que
Dios prohíbe las imágenes. Habría que preguntar a ellos mismos si en su casa no
tienen alguna foto de un ser querido. Las imágenes son pues el recurso para
ayudarnos a tener presente a Dios en cualquier momento y situación.
¿SE
PUEDEN VENERAR LAS RELIQUIAS?
Para
empezar trataremos de explicar, ¿qué es una reliquia? La palabra originalmente
significa «restos» refiriéndose al cuerpo o una parte del mismo. En un sentido
más amplio podríamos decir que una reliquia es una prenda, objetos o restos que
pertenecieron en vida a algún santo.
Desde
el Antiguo Testamento encontramos testimonios de por qué la Iglesia ha venerado
las reliquias veamos el texto (2 Re 13, 2). «Resulta que en ese momento unas
personas estaban sepultando a un difunto, cuando divisaron a los moabitas. De
prisa tiraron el cadáver al sepulcro de Eliseo y se pusieron a salvo. Pero el
hombre, al tocar los huesos de Eliseo, cobró vida y se puso en pie».
La
eficacia para ayudar que tienen las reliquias no la tienen en virtud de ellas
mismas, ni es cosa de superstición, sino porque su culto está íntimamente
ligado al culto de los santos. Porque los cuerpos de los santos fueron
presencia misma de Cristo, y templos vivos del Espíritu Santo por medio de los
cuales Dios obra muchos beneficios.
En
el Nuevo Testamento encontramos otros tantos testimonios del uso de las
reliquias que demuestran que el culto a ellas no se opone en nada a la
enseñanza de la Biblia. En Mt 9, 20 encontramos cómo una mujer quedó sanada al
tocar el manto de Jesús. En Hech 5, 15 se nos describe la curación de muchos al
ser tocados por la sombra de Pedro. En Hech 19, 11- 12, leemos: «Dios obraba
prodigios poco comunes por las manos de Pablo, a tal punto que ponían a los
enfermos pañuelos o ropas que él había usado, y sanaban de sus enfermedades;
también se alejaban de ellos los espíritus malos».
La
primitiva Iglesia honró las reliquias de los mártires y de los santos
confesores. Este culto empezó con San Ignacio, del cual la Iglesia de Antioquía
guardó su cuerpo como algo muy precioso celebrando todos los años el
aniversario de su martirio. El mismo San Agustín expresó la razón de venerar
las reliquias: «No a los mártires, sino a Dios levantamos los altares, ¿qué obispo,
en presencia de los cuerpos santos se ha atrevido a decir: Te ofrecemos a ti
Pedro, o Pablo o Cipriano? Lo que ofrecemos se ofrece a Dios que corona a los
mártires».
De
esos tiempos procede la tradición de edificar los altares y templos sobre las
reliquias y los sepulcros de los mártires. Por el gran número de prodigios que
se obraban por el contacto con las reliquias, su culto facilitó y multiplicó.
Este
culto a las reliquias tiene sus peligros y sus desviaciones: Por un lado la
superstición, pues sin duda mucha gente recurre a ellas con una idea mágica y
por otro lado la curiosidad de los que esperan ver cosas extraordinarias
alrededor de están prendas. Estos peligros han ridiculizado el verdadero culto
hacia las reliquias que estás íntimamente ligadas a la persona de los santos.
Las reliquias son algo material y visible puesto que se trata de un cuerpo
físico en el que hay que admitir una intervención divina que logra el prodigio.
Otra
cuestión importante es la legitimidad y reconocimiento con el que deben contar
las reliquias. Fácilmente pueden prestarse a engaños y los ignorantes de la
palabra de Dios tomar como auténticas reliquias falsas.
La
veneración y el contacto con las reliquias serían actos supersticiosos si no se
tuviera la convicción de una intervención divina que se pide por la intercesión
del santo. Aunque como en el caso de las imágenes, la devoción o piedad queda a
libertad de los fieles, no hay duda que para muchos santos y almas devotas han
representado un gran incentivo para la oración en momentos de prueba.
Aquí puedes escuchar el audio de esta lección:
TAREA mandarla al correo:
tallerbiblicomsp@hotmail.com
tallerbiblicomsp@hotmail.com
1. Haz una encuesta
entre por lo menos diez vecinos tuyos tomando como base las tres preguntas
resueltas en la lección:
a)
¿Quiénes son los santos?
b)
¿Están prohibidas las imágenes?
c) ¿Se
pueden venerar las reliquias?
2. En base a las
respuestas recogidas, plantea las posibles soluciones al desconocimiento de la
palabra de Dios.
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