5ta Lección
ORAR CON MARÍA
Si
queremos aprovechar de una mejor manera lo que llamamos «oración mariana», es
preciso que conozcamos un poco la historia de la devoción, para que podamos
librarnos de los errores y desviaciones en los que, desgraciadamente, ha
llegado a caer el culto mariano.
En
efecto, a partir del siglo VIII la Virgen era considerada en su perspectiva
aislada respecto de su hijo Jesucristo. Las cualidades de María sólo eran
celebradas como privilegios y cualidades exclusivamente suyos. Esto ocasionó un
separatismo devocional, es decir, se veneraba a María muy aparte de su relación
con Cristo, lo que provocó para el siglo XVI la clásica reacción protestante
que juzga que la tradición católica ha convertido a María en una diosa.
En
general, los protestantes afirman que María es una mujer como las demás, la
reconocen sólo como madre de Jesús, pero nunca como Madre de Dios, negando así
su grandeza y poder intercesor y privándose, desgraciadamente, de la riqueza de
la oración mariana.
Quien
niega esta íntima e indeleble relación entre María y Jesucristo, verdadero Dios
y verdadero hombre, muy aparte de caer en una herejía, se hace incapaz de
comprender el porqué de la humanidad de Jesucristo y tampoco aprovechará el
caudal de gracia que nos alcanza la poderosa intercesión mariana.
No
hay duda de que Cristo es todo en el misterio de la salvación, pero
desvinculándolo de María se corre el riesgo de quedarnos con un Cristo sin
humanidad y no entender el papel de la colaboración humana en la historia de la
salvación. Tan ligados están uno del otro, que María se ha convertido en camino
seguro para un encuentro profundo con Cristo. El insigne marianista San Luis
María Grignion de Montfort llegó a expresar: decir María, es decir Cristo.
El
Papa Paulo VI en su Exhortación apostólica «Marialis Cultus» sobre el recto
ordenamiento y desarrollo del culto a María, expuso: «El orar cristianamente es
ante todo un hacer memoria de Cristo, que se ofrece al Padre por el Espíritu
Santo. María por ser madre de Jesucristo, hija predilecta del Padre y templo
del Espíritu Santo, no sólo es ejemplo de oración, sino que es a ella a quien
se dirige primeramente nuestra plegaria».
El
gran remedio para orientar el culto y la oración mariana siempre ha sido la
Biblia; los mismos textos bíblicos descubren la verdadera identidad de María;
es a la luz de la Palabra donde ella adquiere un nuevo perfil y una nueva
fuerza.
Son
contados los textos en que se habla específicamente de María, lo cual no es una
pobreza del Evangelio ni constituye una desventaja para hablar de la oración
mariana. Todo lo contrario, sus pocas palabras nos ayudan a comprender mejor su
participación activa y valorar mejor sus silencios. Como decía cierto autor:
«Lo hermoso de María es que “casi”, casi no dijo nada».
San
Lucas es el evangelista que mejor presenta a María como la fiel servidora del
Señor. En sus pocas y sencillas palabras se condensa la experiencia de fe de
una creyente en toda la extensión de la palabra. Abrámonos al conocimiento de
estos textos para conocer las cualidades de la oración mariana y aprender a
orar con la Virgen María.
«He aquí la esclava del
Señor». La oración de
disponibilidad: Lc 1, 38
El
momento de la anunciación marca desde un principio la actitud fundamental de
María en la historia de la salvación y en su modo de relacionarse con Dios:
«Hágase en mí según tu Palabra». Es inimaginable la profundidad de la oración
condensada en esta frase. La humildad y dócil sumisión a la voluntad del Padre,
serán la nota distintiva de su oración. Ella está segura y convencida de ser un
instrumento en la obra de salvación.
Después
de su «Sí» total y generoso, el clima de oración se tornó totalmente familiar.
María oraba no sólo a su Dios, sino al mismo tiempo al Hijo que llevaba en su
vientre y que después arrullaría en sus brazos. Esta experiencia única en la
historia y nunca jamás repetida, subraya la mutua e íntima confianza de la
madre con su hijo, sin demeritar, en absoluto, la fe de María. Todo lo
contrario, la fe de María se hizo más grande y firme. San Agustín decía: «María
es más bienaventurada por la fe que tenía en Cristo que por haberle dado
cuerpo. Su ligamen materno no le habría valido nada, si no hubiera sido por
haber llevado a Cristo en su corazón».
Los «silencios» de
María: Lc 2, 19. 51
Todos
los hechos y acontecimientos de la vida son para María una palabra de Dios.
María se extrañaba, se admiraba, guardaba silencio ante los signos de los
tiempos y los meditaba en su corazón «para reflexionarlos» e interpretar en
ellos la voluntad de Dios.
Muchas
veces pensamos que orar es sólo suplicar y dirigir a Dios nuestras intenciones,
sin esperar de Él una respuesta o contestación. María, en cambio, nos enseña
que Dios nos habla y responde a través de los acontecimientos de la vida. Todo
cristiano ha de inspirarse en Ella y detenerse al final de su jornada para
reflexionar ¿cómo me ha hablado Dios en este día? Esas cosas tristes y alegres
que nos suceden no son casuales ni fortuitas, son esas «palabras» que nosotros
pedimos y que Dios nos dirige para orientar nuestro caminar.
La oración de los
pobres: Lc 1, 46-55
El
«Magníficat» de la Virgen María es una oración que tiene una fuerza y un
encanto especial. Nuestro pueblo la tiene como una oración efectiva y «muy
milagrosa». En ella, María alaba al Padre por todas las maravillas y favores de
los que ha sido objeto. María es como un «espejo» donde se reflejan de un modo
único la justicia y la misericordia divinas.
María
es un modelo de fe peregrina. Enriquecida por la palabra de Dios ha sido
testigo de su realización y su cumplimiento. No cabe duda, Dios existe, Dios se
manifiesta, Dios salva y se dirige especialmente a los pobres. Por eso se
alegra interiormente y explota en este canto junto a los marginados y oprimidos
que experimentan el amor liberador de Dios.
Cuando
hacemos esta oración, con un corazón de pobre como el de María sentimos también
vibrar todo nuestro ser con un gozo inexplicable: Dios hace sentir su presencia
liberadora en nuestra vida. La Liturgia de las Horas, nos manda unirnos
cotidianamente a esta alabanza que es el sentimiento de toda la Iglesia, pobre
y peregrina, que camina hacia su total liberación.
La oración de
intercesión: Jn 2, 3-5
Quién
si no María conocía y comprendía mejor la «Hora» de Jesús (es decir, su
manifestación gloriosa). Por ello se atreve a pedirle un primer milagro inédito
para sacar de apuros a unos recién casados. Aparentemente Jesús, ajeno e
indiferente, responde con un reproche, pero a María, su madre, tal respuesta le
sonó como una muestra de suma familiaridad y confianza plena.
Este
episodio nos descubre a María siempre atenta a todas las necesidades del
hombre. No es que a Dios le despreocupen estos detalles o María sea más atenta,
amable o misericordiosa, sino que Dios ha querido servirse precisamente de María
para ayudar al hombre y hacerle sentir su presencia hasta en las cosas más
simples.
María
como mujer y madre, es sensible, delicada, afectiva y cálida en su trato. Por
ello, muchas veces nos sentimos más cerca de ella y le suplicamos favores. Este
episodio de «Las bodas de Caná» prueba la eficacia de sus ruegos. No es
exagerado afirmar que quien descubre el valor de la oración mariana descubre
también el secreto de la perseverancia. La oración del «Avemaría» nos anima a
pedirle que: «ruegue por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte».
María al pie de la
cruz: Jn 19, 25-27
María
está de pie junto a la Cruz. Es una actitud que designa su sacrificio y
ofrecimiento máximo. Sin pronunciar palabras, sin quejarse, también ella como
Jesús se abandona totalmente en las manos del Padre. Es una repetición
silenciosa de su «Fiat» en la anunciación.
En
los momentos de dolor y sufrimiento supremos en nuestra vida (¿quizás la
pérdida de un ser querido?), pensemos en el dolor de María que acepta la
voluntad del Padre. Unámonos a ella que nos da ese «plus» de fortaleza para
llegar como ella hasta la cima del monte Calvario con nuestra cruz a cuestas.
Es
también para reflexionar, el que Jesús se dirija a María, llamándola «La Madre»
y la entregue al discípulo que más amaba. De ahí en adelante, María no sólo fue
la madre de este apóstol, sino de toda la Iglesia naciente que tanto necesitaba
de un pilar de fe que sirviera de apoyo y fuera garantía de seguimiento de
Cristo.
María en Pentecostés: Hech
1, 12-14
Por
ser testigo de la muerte y Resurrección de su Hijo, María desempeña un papel
decisivo en esos días en que los apóstoles, atribulados por las dudas y
desanimados por la persecución, requerían de testigos que animaran su fe y su
esperanza. En el cenáculo, María ora con los apóstoles para recibir el Espíritu
Santo.
Esta
oración de María «calienta» nuestra oración especialmente en los momentos de
desierto y desolación. Si no fuera por ella, simplemente no resistiríamos en el
camino. Los santos de ayer y de hoy nos dan las pruebas contundentes de la
valiosísima ayuda de la oración mariana. El Papa san Juan Pablo II y santa Teresa
de Calcuta son ejemplos actuales de hombres y mujeres que rezan el rosario no
sólo como una simple devoción, sino como una forma de especial oración.
Por
el rosario, nosotros meditamos los misterios de nuestra salvación, a través de
los ojos de María y nos unimos a ella en sus gozos y en sus sufrimientos,
logrando así, una verdadera oración que nos capacita para recibir el Espíritu
Santo y con Él, los dones y carismas que necesitamos para poder llevar adelante
la tarea evangelizadora.
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