Como
fruto máximo de la muerte y resurrección de Cristo, el Espíritu Santo, la
tercera Persona de la Santísima Trinidad, se derrama a todos los hombres para
ser introducidos en el misterio de salvación. Este acontecimiento es el que nos
constituye como Iglesia de Cristo, el medio que Cristo ha dejado para conducir
a los hombres a la salvación. Por el Espíritu Santo todos los bautizados
formamos una Iglesia viva y dinámica, decidida por instaurar el Reino de Dios.
Esta
lección nos ayudará a comprender ¿Qué es la Iglesia en sus líneas esenciales?,
y ¿cómo es que nosotros los bautizados formamos parte de ella? ¿Cuál es nuestra
responsabilidad? Descubriremos definitivamente que el Espíritu Santo es el alma
de la Iglesia, sin el cual no podrá existir.
Para
empezar nuestra lección rezamos el Salmo 111 que presenta a Israel como el
pueblo elegido en el que Dios se complace para realizar sus maravillas. Hoy en
día, este pueblo es su Iglesia que como veremos a lo largo de la lección es
creada por Cristo para que los hombres de todos los tiempos lleguen a su
conocimiento y experimenten su salvación. Después de rezado el Salmo, hacemos
la siguiente oración:
«Señor,
tú que te has dignado por medio del Bautismo concedernos tu Santo Espíritu, haz
que nos sintamos cada vez más integrados a tu Iglesia y al mismo tiempo más
responsables de la misión de salvación que tú le has encomendado» (Padre
nuestro, Ave María y Gloria).
Veamos:
PENTECOSTÉS
Hech
1, 14
Conforme
a las instrucciones de Jesús, los apóstoles no se apartaron de Jerusalén (cfr.
Lc 24, 49) donde debían permanecer hasta que fueran revestidos de la fuerza que
viene de arriba o sea el Espíritu Santo. El evangelista san Lucas que también
es autor de los «Hechos» señala que además de los apóstoles había «alrededor de
120 hermanos» (Hech 1, 15).
«Todos
ellos perseveraban siempre en la oración»
La
oración es indispensable para la recepción del Espíritu Santo. Esta actitud de
los apóstoles muestra a todos los seguidores de Cristo que si queremos cumplir
con la misión encomendada tenemos que recibir el Espíritu Santo. Por ello
tenemos que disponernos mediante una oración profunda y deseosa de este don
máximo. Nunca el Espíritu Santo llega a un alma floja y comodina, ni es fruto
de la casualidad; como todo don de Dios, es preciso acogerlo con fe y pedirlo
con insistencia. Recordemos el episodio evangélico del amigo inoportuno (cfr.
Lc 11, 3- 13).
«En
compañía de María, la madre de Jesús»
La
presencia de María en medio de la comunidad apostólica es determinante para el
Pentecostés. Ella indisolublemente ligada a Cristo, el Señor, por ser su madre,
une a todos los creyentes. Su confianza absoluta en el resucitado, su paciencia
y esperanza comunica a los discípulos la fortaleza en la oración. Ella es el
espejo que atrae los rayos del sol para hacer posible el incendio del Espíritu
Santo.
Las
cualidades de María como la dulzura y la humildad la hacen particularmente
fuerte a la tentación del tedio y del desánimo. Por ello, todo aquel que se
acoge a María encuentra el modo de permanecer vivo en el Espíritu. María es la
garantía para la posesión del Espíritu Santo y para la marcha de la Iglesia.
También hoy en la Iglesia los hombres recibimos la vocación y misión de no
abandonar la ciudad y de permanecer en oración para que unidos a María, la
madre de Jesús, esperamos la promesa del Padre, que nos hará testigos de Jesús
hasta los confines de la tierra.
Hech
2, 1- 4
El
Espíritu Santo irrumpe con fuerza en la comunidad cristiana, al modo de un
«bautismo de fuego» (cfr. Lc 3, 16). El ruido, el viento, las lenguas de fuego,
expresan el «soplo» de Dios que comunica la vida a aquella comunidad reunida
para hacerla una Iglesia dinámica.
El
Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Su presencia empuja al hombre a anunciar
a todo el mundo las maravillas de Dios. Sin Él la Iglesia sólo sería un grupo
social y el Evangelio una teoría.
Los
elementos que rodean este acontecimiento revelan al Espíritu de Dios como la
fuerza capaz de generar el movimiento necesario para la extensión del Reino de
Dios. El ruido venido del cielo nos hace entender que cuanto sucede viene de
Dios, al modo de la voz que Jesús escuchó en su Bautismo (Lc 3, 22). El fuego
tiene sentido de purificación de todo miedo y reserva; indica la presencia del
Dios de amor que enciende los corazones para lanzarlos a la misión
evangelizadora. Las lenguas simbolizan que los apóstoles quedan constituidos
servidores de la Palabra, tanto proclamadores como oyentes.
El
versículo primero «reunidos en un mismo lugar» también evoca una unión de
sentimientos y voluntades, que pone en evidencia que Pentecostés es un hecho
esencialmente comunitario, por el que la Iglesia naciente se pone al servicio
de una misión universal. La tarea que Cristo confía no es para individuos
aislados sino para una comunidad llena del Espíritu Santo.
Hech
2, 5- 13
Pentecostés
puede ser considerado dentro de la Historia de la Salvación como un
acontecimiento inverso al episodio de la Torre de Babel. Aquella historia
explica por qué un solo pueblo planeado en la mente de Dios por soberbia del
hombre fue deshecho en muchos grupos de habla distinta. Ahora, por virtud del
Espíritu Santo, todos los pueblos pueden entender en su propia lengua las
maravillas de Dios (v. 8).
Lo
portentoso de Pentecostés está en que los apóstoles pudieron comunicar de modo
comprensible el primer mensaje de salvación. Esta es la dimensión universal
confiada a la Iglesia que hasta nuestros días sigue siendo un gran desafío:
Hablar de Dios a hombres de lenguas y culturas variadas de modo que puedan
entender y sentirse cuestionados y comprometidos.
Podemos
distinguir pues, en la fuerza impulsora del Espíritu Santo un doble movimiento
como el que se encuentra en un cuerpo que gira alrededor de un punto. Por un
lado una fuerza llamada centrípeta que acerca al cuerpo hacia su centro de
giro. Para nosotros sería la comunión o unión entre los mismos cristianos y por
otro lado la fuerza centrífuga que representa al empuje misionero. Un grupo
eclesial o una persona que ha sido renovada y llena del Espíritu Santo se
reconoce por su ansia de comunicar el evangelio. El cincelazo No. 789 nos dice:
«Cuando no se tiene el Espíritu Santo, no se puede difundir la Palabra de
Dios».
Hech
2, 13- 41
El
Espíritu Santo transforma la vida personal de todo hombre. Los apóstoles son
los primeros en experimentar el fuego abrasador del Espíritu que los quema e
impulsa a testimoniar con valentía a Jesús resucitado. Es así como Pedro es
transformado en un predicador vehemente de la palabra evangélica que encuentra
el modo de hablar y comportarse ante la multitud. El Espíritu Santo es la
fuente especial de valentía y ánimo del predicador que garantiza eficacia para
la misión.
Todo
creyente convertido y renovado en el Espíritu es capaz de hablar de Dios. Pedro
era un hombre de poca cultura y preparación pero en Pentecostés recibió muchas
cualidades como la franqueza, la lealtad y valentía y otras muchas habilidades
necesarias para la extensión del Reino. Los evangelios presentan al Espíritu
Santo como un viento que no podemos ver pero sí sentir sus efectos en nuestra
vida. La alegría y el entusiasmo misionero manifiesta la presencia amorosa de
Dios. Sólo el amor generado por el Espíritu garantiza un servicio entusiasta en
la evangelización. «Si alguien no se lanza porque no quiere o no le importa, es
porque no cuenta con la fuerza del Espíritu Santo» (Czo. No 790).
LA PRIMERA COMUNIDAD
CRISTIANA
Hch
10, 34- 46; 2,39
«Verdaderamente
reconozco que Dios no hace diferencias entre las personas» (Hch 10, 34) fueron
las palabras de Pedro al observar que el Espíritu Santo se derramaba igual en
judíos que en paganos. Dios ama a todos los hombres y quiere que se salven. Por
ello envía su Espíritu para que podamos lograrlo. Es el fruto máximo que Cristo
nos otorga por su muerte y resurrección (cfr. Jn 19, 33- 34).
El
Espíritu Santo es un don que alcanza a todos los que lo piden y desean; no
tiene distinciones ni fronteras de ninguna especie.
Muchas
veces el encerramiento y egoísmo de algunos grupos apostólicos, les hacen
pensar que el Espíritu es privilegio de almas selectas; lo cual es un soberano
error. Todavía hoy seguimos sorprendiéndonos al ver como «Dios regala y derrama
el Espíritu Santo sobre los paganos». Uno de los peligros que afronta la
Iglesia es cerrarse sobre sí misma y caer en sus prejuicios conservadores,
dejando de ser católica, es decir, «universal» e impidiendo la extensión de la
misión.
La
primitiva comunidad cristiana, fortalecida y llena del Espíritu nos da la pista
para saber cuál era su «secreto».
*Acudían
asiduamente a la enseñanza apostólica
Los
apóstoles se encargaban de transmitir la Palabra de Dios que desde aquel tiempo
tuvo lugar de honor en la asamblea comunitaria. Un cristiano que no se acerca a
la Palabra de Dios permanece ajeno al acontecimiento salvífico. Hoy como ayer,
como decía san Jerónimo: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo».
*La
convivencia
Hemos
aprendido que la recepción del Espíritu Santo es en esencia un hecho
comunitario; nunca se da en plano individual o egoísta. La fraternidad o unión
de corazones es consecuencia de la presencia del Espíritu Santo y viceversa,.
Sin vivencia de comunidad no hay Pentecostés verdadero. Lo dice el cincelazo No
803: «El egoísmo impide llenarnos del Espíritu Santo».
*La
fracción del pan
Podemos
entender la expresión «fracción del pan» como un banquete o convivencia, pero
más seguramente se refería ya, a la Eucaristía que es el punto culminante en la
renovación espiritual de la comunidad cristiana pues en ella está todo el
dinamismo. La lección anterior ¿Por qué nos dormimos en Misa?, quiso subrayar
que por desconocimiento de la celebración eucarística, ésta no es aprovechada
plenamente.
*Las
oraciones
Por
exagerado que parezca, el afirmar: «Quien no ora no tiene el Espíritu Santo»:
Es una realidad. El Espíritu Santo se da sólo a las almas de oración, lo cual
no es un recuerdo de que Dios existe, sino la súplica constante que sale de
nuestro corazón para implorar su presencia.
Hech
2, 46- 47
Lo
característico de la comunidad cristiana es la convivencia fraterna en un
ambiente de alegría y sencillez. ¡No hay alegría sola! La auténtica y
contagiosa felicidad es la que brota del encuentro con Cristo que se comparte
con los demás y acrecienta la caridad fraterna. Quizá la razón por la cual hay
tantas deserciones de la Iglesia es que hemos dejado de ser la comunidad
pujante y atractiva que transformó al mundo; las celebraciones se han
convertido en actos formales y fríos que alejan a los que buscan al Señor. Hay
muchos católicos tristes que nos confirman que la crisis de la Iglesia católica
es la ausencia del Espíritu Santo.
LA MISIÓN
Hech
9, 1- 6: 27, 1-44
Se
dice que el libro de los Hechos de los apóstoles es el evangelio del Espíritu
Santo ya que éste se nos revela como el protagonista de la misión
evangelizadora. En el libro gira todo al rededor del Espíritu que inspira,
mueve, convierte y empuja la obra de la conversión de los hombres, los cuales
funcionan como instrumentos. Un ejemplo de ello es la conversión de san Pablo
que de perseguidor de los cristianos pasó a ser el gran apóstol de los paganos.
Es
un error pensar que Pablo era un hombre malo y sin corazón que se convierte de
golpe y porrazo al caer del caballo. Pablo es un judío piadoso y militante
decidido que cree estar haciendo el bien librando al pueblo de una «secta
peligrosa». Pero al encontrarse con Cristo camino a Damasco descubre su
soberbia y orgullo. No obstante, Dios lo había elegido desde siempre a ser un
«instrumento valioso» (v. 15).
Al
quedar «lleno del Espíritu Santo» Pablo será apóstol porque Cristo le ha
encomendado la tarea de anunciar el Reino de Dios a los pueblos paganos. Su
amor a Cristo y su personalidad vigorosa le hicieron vencer de modo
extraordinario las numerosas pruebas por las que pasan los enviados de Cristo.
Su respuesta generosa a los planes de Dios que le revelaba el Espíritu Santo
que se fundaron numerosas comunidades que eran fermento de vida cristiana. No
hay que dejar de leer sus cartas que nos revelan su profunda vivencia del
evangelio. Es el modelo del apóstol que proclama la fe y nunca deja de contar
su propia experiencia con Cristo resucitado.
TAREA
mandarla al correo:
1.-
Explica brevemente qué papel desempeña el Espíritu Santo en la Iglesia.
2.-
¿Cuál es el «secreto» de la comunidad cristiana primitiva para permanecer llena
del Espíritu Santo?
3.-
¿Cuál es la misión que Cristo confió a san Pablo?
4.-
Lee y comenta una de las cartas de san Pablo.
Ayúdanos para seguir con este apostolado
Gracias por apoyarnos
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