Al final del escrito el audio de esta lección
Es
la intención de esta lección presentar la documentación bíblica acerca del Papa
y de la Iglesia. No tanto para responder a las múltiples objeciones que
presentan los hermanos protestantes, sino para comprender, valorar y amar más y
profundamente la figura del Papa «el Vicario de Cristo», presentándolo como
Pastor del Pueblo de Dios y factor fundamental para la unidad de la Iglesia
Católica.
Iniciamos
nuestra lección rezando el famoso salmo 23 conocido como el salmo del Buen
Pastor por el cual consideramos a Dios como el guía que conduce a su rebaño
hacia verdes pastos y ricos manantiales. En los Evangelios, Cristo también se
presenta como el Buen Pastor para darnos confianza sobrada en su Palabra que
nos conduce a la verdadera vida. Hagamos esta oración reconociendo que formamos
parte de este rebaño que necesita la voz de su pastor para mantenerse
perseverante en el caminar. Después hagamos la oración: «Te damos gracias Señor
porque por el Bautismo nos haces pertenecer a tu Iglesia. Renueva en nosotros
tu Santo Espíritu para que así podamos ser el testimonio de unidad que tanto
necesita el mundo para poder creer en ti». (Padre nuestro, Ave María y Gloria).
CARACTERÍSTICAS
ESENCIALES DE LA IGLESIA (Jn 17)
Este
capítulo nos presenta la oración por la cual Jesús ruega al Padre por los suyos
para que sean el Nuevo Pueblo Santo, o sea, consagrado a Dios. Muchos conocen
esta oración como la «oración Sacerdotal» pues Cristo funge como Sacerdote, es
decir, como un mediador entre el Padre y los hombres. Como hombre se siente
responsable y solidario en las necesidades de la nueva Iglesia. Como Hijo de
Dios tiene la confianza de ser escuchado y atendido por el Padre.
En
esta oración descubrimos por lo menos cuatro notas esenciales de la Iglesia de
Cristo para que sea reconocida como tal. Las repetimos en el Credo, por eso es
bueno conocer su significado:
Unidad:
«Que todos sean uno como tú Padre estás en mí y yo en ti. Sean también uno en
nosotros y así el mundo creerá que tú me has enviado» (v. 21).
Cristo
quiere que todo el mundo crea en Él, como enviado del Padre y para lograr esta
fe, Él pide con insistencia que vivamos unidos los que hemos aceptado su
palabra. El Espíritu Santo que hemos recibido por el bautismo logra esta unidad
deseada. Así que, cuando una pequeña comunidad, grupo apostólico, parroquia,
etc., sufre divisiones y conflictos, y no logra la unidad y la armonía, es
porque simple y sencillamente le falta el Espíritu Santo y, por lo mismo, Cristo
no está presente.
Es
quizá en la actualidad uno de los mayores retos de la Iglesia y de cualquier
comunidad: Mostrarse unida y compacta en sus ideales y objetivos. Muchos
periodistas con el afán de la noticia sensacional muestran con frecuencia una
imagen de la Iglesia decadente y dividida en vías de extinción, ¡pobrecitos!
ignoran que Cristo ha prometido acompañar a su Iglesia hasta el final del mundo
(cfr. Mt 28, 20).
Santidad:
«Por ellos voy al sacrificio que me hace santo para que ellos también sean
verdaderamente santos» (V. 19).
Por
santidad entendemos la «trascendencia divina, es decir, pertenecer a Dios más
allá de cualquier interés humano, transparentando en nuestra vida su Presencia.
La
Iglesia es santa porque Cristo está asociado a Ella indisolublemente en virtud
de su sacrificio pascual. De este modo la Iglesia se convierte en la
beneficiaria, depositaria y administradora de las infinitas gracias y dones
fruto de su muerte y resurrección. Es a través de Ella que el hombre consigue
la plenitud de la santidad de Cristo.
Nunca
debemos entender la santidad de la Iglesia como «no tener pecado» (impecable),
pues también debemos recordar que está formada de hombres débiles que a menudo
damos mal ejemplo. Tal situación nunca debe desanimarnos para alcanzar la
santidad, al contrario, debemos sentirnos obligados a una entrega más generosa
que contrarreste estas debilidades y así lograr difundir la presencia radiante
de Cristo en la humanidad.
Catolicidad:
«Entonces el mundo reconocerá que tú me has enviado y que a ellos les has dado
el mismo amor que a mí me diste» (v. 23).
La
palabra «católico» significa universal, en el sentido de totalidad, porque
Cristo ha enviado a su Iglesia a una misión que abarca e integra la totalidad
del género humano. Lejos de sonar a grupo cerrado y estático, Cristo quiso que
su Iglesia fuera su casa donde ningún hombre, cualquiera que sea su raza, color
o condición social, se sintiera extraño o rechazado.
La
historia de la Iglesia parece desmentir todo lo dicho y hacer aparecer a la
palabra católico, como un ideal irrealizable. No obstante, la misma historia
nos muestra que cuando un cristiano se decide a crecer es amor y comprensión de
su Iglesia, empieza a ser fermento de comunión entre todos los hombres. Así
tenemos a san Francisco de Asís, que por su profundo amor a Cristo renovó la
vida de la Iglesia.
Apostolicidad:
«Ahora ellos reconocen que viene de ti todo lo que me diste. Las palabras que
me confiaste se las he entregado y las han recibido» (v. 8).
Por
su fe y testimonio los apóstoles y todos los seguidores de Cristo constituyen
las columnas que sostienen la Iglesia. Cristo quiere que todos y cada uno de
los suyos conozcan a Dios a través de la escucha de la Palabra. La fe que
tenemos los cristianos la hemos recibido por la predicación de los apóstoles y,
a través de nosotros llegará a las próximas generaciones. Si nosotros no somos
apoyo para los buenos creyentes, la Iglesia se desmoronará. El testimonio y la
predicación es fundamental para la extensión de la fe. El cincelazo 612 nos
dice: «Dios se manifiesta a través de la predicación y del testimonio, por lo
que necesitamos tener actitudes auténticamente cristianas».
CRISTO NOMBRA AL PAPA
Antes
de su partida, Cristo tuvo presente las muchas necesidades de los que dejaba y
quiso erigirse un representante o vicario (Papa, del latín papá, padre) que
velará y custodiará la esencia de la Iglesia. Es muy importante tener presente
esta voluntad de Cristo para comprender por qué Él escogió entre los que lo
seguían, a unos apóstoles y por qué a uno de ellos lo nombró jefe.
Cuando
habló explícitamente de la fundación de la Iglesia, como queriendo subrayar
este concepto de unidad, escoge a uno y lo llama «roca» (Pedro en griego quiere
decir piedra) sobre la cual cimienta su Iglesia a fin de que las fuerzas
enemigas no la derrumben: «Tú eres Pedro, o sea piedra y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia que los poderes del infierno no podrán vencer. Yo te daré
las llaves del Reino de los Cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en
el cielo, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos» (Mt 16,
18- 19).
Es
importante notar cómo ésta declaración de Cristo sigue a la profesión de fe de
Pedro: «Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus
discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” Ellos dijeron:
“Unos dicen que eres Juan Bautista; otros dicen que Elías; otros que Jeremías o
alguno de los profetas”. Jesús les preguntó: “¿Y ustedes quién dicen que soy
yo?” Simón contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que vive”. Jesús le
respondió: “Feliz eres, Simón Barjona, porque no te lo enseñó la carne ni la
sangre, sino mi Padre que está en los cielos”» (Mt 16, 13- 17).
Cristo
no aprovechó la ocasión de una obra de caridad o de un gesto de valentía de
Pedro para nombrarlo Jefe de la Iglesia, sino una declaración doctrinal acerca
de su divinidad. Esto quiere decir lo importante que es para Cristo que haya
unidad en la fe. Para guardar este tesoro de fe, Jesús entrega simbólicamente a
Pedro las llaves del Reino de Dios. Con este gesto Jesús le da su misma
autoridad, haciéndolo su vicario en la tierra.
En
los evangelios encontramos el momento en el cual Cristo da claramente a Pedro
autoridad sobre los demás apóstoles: «Después que comieron, Jesús dijo a Simón
Pedro: “Simón hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Este contestó: “Sí Señor tú
sabes que te quiero” Jesús dijo: “Apacienta mis corderos”. Y le preguntó por
segunda vez: “Simón hijo de Juan, ¿me amas? Pedro volvió a contestar: “Sí
Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús dijo: “Cuida mis ovejas”. Insistió Jesús
por tercera vez: “Simón Pedro hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se puso triste
al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería. Le contestó:
Señor, tú sabes todo, tú sabes que te quiero”. Entonces Jesús le dijo:
“Apacienta mis ovejas”» (Jn 21, 15- 17).
Tenemos
un tercer texto que se refiere a esta elección de Pedro para ser jefe de los
apóstoles: « ¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha pedido permiso para sacudirlos
a ustedes como se hace con el trigo, pero yo he rogado por ti para que tu fe no
se venga abajo, tú, entonces, cuando hayas vuelto tendrás que fortalecer a tus
hermanos» (Lc 22, 31- 32).
Las
expresiones «apacentar mis ovejas», «fortalecer a tus hermanos» nos manifiestan
la preocupación de Cristo por tener a su Iglesia bajo el cuidado de su Vicario
en la tierra, el Papa.
OBJECIONES
Algunos
leyendo el texto de Mt 16, 18- 19, dicen que Cristo hablando con Pedro, indicó
con el dedo su persona al momento de pronunciar la palabra «piedra». En esta
interpretación se hacen fuertes citando otros textos, en los cuales se dice que
Cristo es la piedra angular de la Iglesia: «Ustedes fueron edificados sobre el
cimiento de los apóstoles y profetas con el Mesías Jesús como piedra angular»
(Ef 2, 20).
«Porque
un cimiento diferente del ya puesto, que es Jesús el Mesías, nadie puede
ponerlo» (1Co 3, 11).
Estos
textos demuestran claramente que Cristo es la Piedra Angular de la Iglesia. En
esto estamos completamente de acuerdo. Lo que no se ve lógico es pretender que
estas afirmaciones se oponen a la idea de que Cristo quiso elegirse un Vicario
al cual dio sus mismos poderes (cfr. Mt 16, 19).
Pensar
que Cristo se refería a su persona cuando dijo: «Tú eres piedra y sobre esta
piedra voy a edificar la Iglesia mía» es un contrasentido porque esta
interpretación no respeta los principios más elementales de la gramática: No se
puede usar el pronombre «Tú» para indicar la persona que está hablando. Además
la palabra aramea usada por Cristo «Kefá» es la misma para significar Pedro y
piedra.
Algunos
encuentran una segunda dificultad en la carta a los Gálatas 2, 11- 12. «Cuando
más tarde vino Pedro a Antioquía, le hice frente en circunstancias en que su
conducta fue reprensible. En efecto, antes de que llegaran algunos enviados por
Santiago, comía con la gente no judía. Pero después de que llegaron, empezó a
apartarse y ya no se mezclaba con ellos, por temor a lo que pensarían los
judíos».
Leyendo
atentamente el texto, vemos que no se trata de un error doctrinal, sino de
conducta. Pedro estaba completamente convencido de que la ley de Moisés con sus
prescripciones no condicionaba la salvación. Lo que importaba era la fe en
Cristo. Esto lo había declarado en la casa de Cornelio (Hech 10, 24- 43). Pedro
simuló para evitar problemas con los judíos convertidos, pensando con esto,
propiciar la obra de evangelización. No se trata de un error doctrinal, sino de
método. La conducta de Pedro tenía una justificación: También Pedro actuó de
igual manera en otras circunstancias (Hech 3; 21; 26 y otros más), pero las
consecuencias de la conducta de Pedro son más graves, porque se le daba la
interpretación de que sólo los judíos convertidos que practicaban la ley eran
verdaderos cristianos y había peligro de formar dos comunidades, separadas
entre sí, incluso en las comidas eucarísticas.
SUCESORES DE PEDRO
Creemos
que, después de todo lo que se ha dicho, no cabe duda que Cristo puso a Pedro
como jefe se su Iglesia, haciéndolo su vicario en la tierra, para realizar este
sueño de unidad entre sus discípulos por el cual pidió con tanta insistencia al
Padre. Hoy en día no faltan autores protestantes que aceptan esta
interpretación como la más obvia. Así escribe el conocido exegeta protestante
Gunter Bornkamm: En la interpretación de las palabras sobre Pedro y la Iglesia,
la teología romano-católica y la protestante se han aproximado entre sí desde
hace bastante tiempo. La «roca» no es Cristo, como ya pensaba Agustín y tras él
Lutero, ni la fe de Pedro ni el oficio de la predicación, como lo entendieron
los reformados, sino el mismo Pedro como director de la Iglesia.
Si
no cabe duda que ha Pedro le fue dada la autoridad de jefe de la Iglesia, la
pregunta que nos hacemos ahora es: ¿Fue transmitida a otro esa autoridad?
La
respuesta lógica es la afirmativa. Si Cristo sintió la necesidad de dejar a su
Iglesia cimentada sobre una roca (Pedro), a pesar que contaba entonces con
pocos elementos, con mayor razón esta necesidad será válida después, cuando los
discípulos de Cristo aumentaran siempre más y se desparramaran por todo el
mundo. Necesariamente este papel de «apacentar a los corderos y las ovejas», de
«fortalecer a los hermanos» deberá estar a la altura de los tiempos.
Al
morir Pedro en Roma (64- 67), su sucesor, el obispo que dirigía la Iglesia de
aquel lugar, heredó su misma misión. Las primeras noticias sobre la cristiandad
de Roma después de esta fecha proceden de Clemente Romano y de Ignacio de
Antioquía, quienes escribieron hacia el año 100. Ambos nos dan noticia de la
posición única que la Iglesia ocupaba ya entre las otras Iglesias, y que luego
conservó. Al principio naturalmente no era necesaria una organización especial;
sin embargo, se consultaba a aquella comunidad en los asuntos de importancia.
Hacia
el año 90 una penosa cuestión agitó a la Iglesia de Corinto. Entonces se
recurrió a Clemente, obispo de Roma, el cual intervino con una carta llena de
autoridad: «Aquellos que no estén dispuestos a obedecer caerán en grave pecado.
Vosotros nos procuraréis alegrías y júbilo si obedeciendo a lo que nosotros os
hemos escrito por el Espíritu Santo reprimiéreis el ardor malo de vuestros
resentimientos». De este modo se solucionó el conflicto.
Cuando
el Papa Clemente escribió esta carta todavía vivía el apóstol Juan en la
cercana ciudad de Éfeso; estaban vivos muchos sucesores del apóstol Pablo, el
evangelizador de Corinto. Sin embargo, fue el obispo de Roma el que intervino
con autoridad. Durante muchos años se conservó esta carta del papa, que era
leída en las asambleas litúrgicas como un documento sagrado.
En
el año 451, celebrándose el Concilio Ecuménico de Calcedonia, al leerse la
carta del Papa León, todos los presentes concluyeron: Pedro ha hablado por boca
de León, obispo de Roma. Los padres conciliares aceptaron su autoridad.
Desde
la muerte de Pedro hasta hoy, nunca se interrumpió la sucesión que ha asegurado
a la Iglesia universal (católica=universal) una única dirección, una unidad en
la fe. La protesta de Lutero en 1517 contra ciertos abusos, no remedió las
fallas que había y que habrá en la Iglesia católica, ya que está formada por
hombres y no por ángeles. La rebeldía a la autoridad constituida por Cristo
llevó consigo la semilla de la división y en vez de reformar a la Iglesia, dio
principio a una mosaico de iglesias de distinto credo. Esta división es el
contra-testimonio de la divinidad de Cristo que se da al mundo de hoy.
Los
tiempos maduran y las barreras entre un pueblo y otros van cayendo. Ojalá
pronto desaparezcan ciertos prejuicios y todos los que nos gloriamos del nombre
cristiano aceptemos la autoridad que Jesús dio a su Iglesia para vivir en la
unidad y dar al mundo el testimonio que necesita para aceptar a Cristo como el
enviado del Padre.
Para
terminar estas notas, y a modo de apéndice, deseamos esclarecer algunos
conceptos equivocados que presentan la función del Papa como absurda e incluso
odiosa:
¿Por
qué se dice que el Papa es Infalible?
Naturalmente
resulta muy difícil aceptar el dogma de la «infalibilidad» si no se sabe lo que
esto quiere decir. No se trata de impecabilidad ni de ausencia de error de todo
lo que dice el Papa.
Para
tener una idea clara sobre esta afirmación de la Iglesia Católica, conviene
leer el texto central de la definición:
«El
Romano Pontífice cuando habla ex-cáthedra, esto es cuando cumpliendo su encargo
de Pastor y Doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad
apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la
Iglesia Universal, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona
del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor
divino quiso que estuviera provista la Iglesia en la definición de la doctrina
sobre la fe y las constumbres, y son tanto, que las definiciones del Romano
Pontífice son irreformables por sí misas y no por el consentimiento de la
Iglesia» (DS 3074).
Leyendo
atentamente este texto, podemos notar que el Papa es infalible:
1.
Cuando habla ex-cáthedra, es decir, cuando habla como maestro supremo de todos
los fieles y con la suprema autoridad de su cargo. En este caso el Papa afirma
claramente que está usando esta autoridad.
2.
Cuando define una doctrina referente a la fe y costumbres. No es infalible
cuando se pronuncia sobre cuestiones científicas o políticas.
3.
La asistencia del Espíritu Santo que le está prometida según el dogma, sólo
actúa: «Negativamente», es decir, le impide errar. Al Papa no se le ha
asegurado una inspiración positiva o una revelación nueva.
La
infalibilidad de la Iglesia de Cristo concerniente a la enseñanza religiosa
está fundada en la Biblia y en una exigencia de su misión. ¿Cómo iba Dios a
mandarnos bajo pena de condenación que creyésemos (Mc 16, 16) si la doctrina
revelada estuviese a merced de interpretaciones privadas, a merced de profetas
falsos (mc 13, 22), de maestros mentirosos (1 Pe 2, 1) que predicasen un
evangelio opuesto al de Jesucristo? (Gal 1, 8).
Cristo
fundó su Iglesia firme sobre una piedra que jamás podrán destruir los poderes
del infierno (Mt 16, 18). Él fue enviado por su Padre a este mundo para ser
testigo de la verdad (Jn 18, 37). Es evidente que este testimonio era
infalible. Pues bien Jesucristo confía a sus discípulos y a sus sucesores esta
misma misión (Jn 20, 21; 1Jn 4, 6).
¿Si
el Papa y la Santa Sede tienen tantas riquezas, por qué no las reparten a los
pobres?
Efectivamente,
la Santa Sede es heredera de valores incalculables contenidos en museos y obras
artísticas que constituyen un patrimonio universal para la humanidad. Todos los
países europeos también cuentan con museos muy valiosos. Habría también que vender
esos museos para dar gusto a los demagogos que hay en todo el mundo. Es
irracional que desprendiéndose de todos estos bienes se podría solucionar la
pobreza que impera en el mundo. La Santa Sede recibe ayuda, pero la reparte. Es
como un puerto de mar. Tiene tantos gastos para sostener las misiones en África
y Asia. Hay iglesias en África que dependen exclusivamente del sostenimiento de
la Santa Sede. No tienen ningún recurso. Entonces, la Santa Sede recibe dinero
de las naciones ricas y lo reparte a los pobres.
Además,
si pensamos, por ejemplo en los gastos que suponen los tres mil empleados que
trabajan en el Vaticano, a las conferencias internacionales que organiza, al
aparato diplomático que trabaja casi en todas las naciones del mundo, a la
investigación teológica que se necesita para ciertas decisiones, etc., resalta
a la vista que todas esas «fabulosas riquezas» que maneja el Vaticano son en
realidad muy pocas. Algunos dicen que mucho dinero de México va al Vaticano.
Que quede bien claro: Es mucho más lo que de allí viene que lo que de aquí va
allá. Por decir algo, en un año se mandó al Vaticano unos 100,000 dólares,
fruto de las colectas del óbolo de san Pedro y del DOMUND (Domingo mundial de
las Misiones), pero del Vaticano vinieron a México más de 500,000 dólares para
ayudar a las obras diocesanas, seminarios y misiones entre los indígenas.
En
cuanto al anillo de incalculable valor por el espectacular diamante que tiene y
los zapatos de oro, hay que decir que eso es fruto de la mente enferma y fantasiosa
de gente de mala fe que no hace otra cosa que envenenarse y envenenar a los
demás con su amargura. El anillo del Papa no tiene ningún valor. Está hecho por
una laminita de plata dorada. Es el anillo típico del Vaticano II, que el Papa
Pablo VI regaló a todos los obispos que tomaron parte en este Concilio. Acerca
de la sotana y zapatos del Santo Padre, están hechos de tela y piel normales
como los que usa la mayoría de la gente. ¿Quieren que el Papa vista con
andrajos?
El
Papa va sembrando la unidad, la paz y el amor por donde se presenta, cumpliendo
con la misión que Jesús le confió y así transmite el amor que Cristo tiene a
todos los hombres. México guarda un cariño entrañable al Sumo Pastor de la
Iglesia, es por eso que hoy más que nunca está cerca de él teniéndolo presente
en sus oraciones.
TAREA
mandarla al correo:
1.-
¿Qué quiere decir que la Iglesia es UNA, SANTA, CATÓLICA y APOSTÓLICA?
2.-
¿Qué argumentos presentarías a quienes no aceptan al Papa como Vicario de
Cristo en la tierra?
3.-
Se puede probar históricamente que el actual Papa es el sucesor legítimo del
apóstol Pedro?
4.-
¿Qué se entiende por infalibilidad del Papa?
Ayúdanos para seguir con este apostolado
Gracias por apoyarnos
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