viernes, 19 de diciembre de 2014

Los Hombres rompen con Dios: Lección 03 del curso historia de la Salvación


 Al final del escrito el audio del tema




Está lección nos ayudará a comprender, ¿qué es el pecado?, ¿cómo tuvo su origen?; ¿cómo fue que se rompió el plan que Dios tenía para hacer feliz al hombre?; ¿cuáles son las consecuencias que el pecado deja en nosotros?; pero también, la palabra de Dios nos descubrirá la infinita misericordia que el mismo tiene para con el hombre rebelde y obstinado en el mal.

Empecemos nuestra lección rezando un salmo. Los salmos son oraciones muy antiguas que rezaba el antiguo Pueblo de Dios; a través de ellas alababa a Dios, le suplicaba favores y daba gracias por ellos. Estas oraciones son también palabra de Dios y han quedado plasmadas en la Escritura para que nosotros las aprovechemos. En el índice de nuestra Biblia buscamos la página en que se localiza el libro de los salmos y, ya allí, vamos al salmo 101. Este salmo nos invita hacer un alto en nuestra vida y a poner nuestra conciencia ante Dios para que él nos haga entender la gravedad de nuestras faltas y, para que también, nos dé fuerzas para luchar contra todo lo que pueda apartarnos de él.

Después de rezado el salmo, hacemos esta oración: «Te pedimos, Señor, que nos concedas la humildad para reconocer siempre la infinita misericordia que tienes para con nosotros pecadores. Haznos fuertes para luchar contra lo malo, tomando tu Palabra como medio para nunca apartarnos de Ti. (Ave María y Gloria).

Recordatorio de la lección anterior:
En la lección anterior «Dios creó todo lo que existe» afirmamos que Dios es el principio y origen de todo el universo; su mano de artista formó la tierra, el sol, las estrellas, etc. Se hizo notar también como Dios fue creando un «un hogar donde todo era muy bueno» para poner en él a la máxima obra de su creación: El hombre. El poder de Dios no se agotó al crear todas las maravillas naturales, sino que se complació creando a un ser que se le pareciera, que participara de su inteligencia, libertad, voluntad y sobre todo, que como él, fuera capaz de amar.

También recordamos cómo Dios al observar al hombre solo, creó a la mujer como su compañera de igual dignidad. A esta pareja, hombre y mujer, les dio capacidad de someter y mandar todo cuanto había sido creado. El hombre pues admiraba junto con su mujer la grandiosa obra de Dios.

La última cita que reflexionamos (Gén 3, 8), nos mostró esa relación tan íntima y amistosa que había entre Dios y los hombres. El hombre y la mujer podían mirar a Dios «cara a cara», no había nada que se interpusiera entre el hombre y su creador, participaba del amor sin morir ni sufrir. «Dios platicaba con el hombre todos los días a la hora de la brisa de la tarde». Empecemos aquí nuestra lección.

¿CUÁL FUE EL PECADO ORIGINAL?
Tomemos nuestra biblia y leamos la siguiente cita:
Gen 3, 8- 10
Una de aquellas tardes en las que Dios bajaba a platicar con el hombre, esté ya no se encontraba. El jardín estaba solitario y triste. Dios hizo oír su voz en todo el jardín llamando a Adán, pero este no contestaba, pues tenía miedo y estaba escondido. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué de pronto una relación tan limpia y amistosa se había roto.

Recordemos que Dios había creado al hombre a su imagen y semejanza, es decir, le había participado su inteligencia y libertad. Él no quería al hombre como un esclavo o un juguete sino que lo amaba y lo respetaba; lo había hecho libre, para que esa libertad participada eligiera a su Creador. Si Dios no hubiera querido al hombre para que lo alabara podía haber dado el habla a las piedras, pero se complació en crear al hombre libre para que colaborara con él en el trabajo de la creación.

El hombre compartía la felicidad de Dios, pero al mismo tiempo debía reconocer el límite de su libertad, debía aceptar que Dios es el creador y que a Él están sometidas las leyes y el uso de su misma libertad. Esto es lo que significa «el árbol de la ciencia del bien y del mal»; nos hace ver que nuestra libertad aunque grande (pues el hombre podía hacer cuanto quisiese), tiene un límite que debemos reconocer y respetar. De otro modo se atribuye un papel que sólo le corresponde a Dios. Esa fue la falta de Adán: Al comer del árbol prohibido abusó de su libertad y quiso tener para sí mismo los dones de Dios.

Podríamos decir que el pecado es romper nuestra relación con Dios, un abuso de libertad. El mal no lo ha creado Dios sino que lo introduce todo aquel que abusa de su libertad. Al romper el hombre su amistad con Dios, experimentó un terrible miedo que lo hizo esconderse. El miedo a Dios es un consecuencia del pecado, pues el hombre pecador se hace una imagen de un Dios vengativo y castigador. Seguramente nuestra ignorancia de la Palabra, nos hace tenerle miedo a Dios, pues pensamos que está al acecho de todo lo que hacemos, para ver si nos portamos bien o mal. Asimismo, hay muchas personas que no se acercan a Dios porque consideran que sus pecados son muy graves y no son dignos de acercarse; ignoran que ¡Dios es misericordioso!

Gén 3, 11- 12
Otro aspecto del pecado, lo encontramos en este hecho significativo: El hombre lejos de reconocer su desobediencia ante la pregunta de Dios, le da la culpa a la mujer. El pecado suscita la división entre los hombres; porque Adán y Eva antes de caer en el pecado se amaban y respetaban. Después el hombre no quiso reconocer su falta. Todo pecado por pequeño que sea tiene repercusión social, pues genera desconfianza y violencia. Lo descubrimos en nuestra propia experiencia personal: ¡No nos gusta reconocer nuestros pecados! ¡Nos molesta y nos humilla! Antes bien buscamos culpables a todo lo que vemos a nuestro alrededor. Los sacerdotes se quejan de que lo que contamos en las confesiones no son pecados propios sino ajenos.

Gén 3, 4- 5
Decíamos pues, que el pecado es abuso de la libertad que Dios nos ha dado, y tuvo su origen en atender a su engaño que nos preparó el maligno. El demonio representado por la serpiente, es esa creatura envidiosa de la felicidad del hombre que quiere compartirnos su odio y su amargura. Es el acusador, que al verse privado de la luz, instiga y engaña al hombre a revelarse contra Dios.

Por eso presentó al hombre la posibilidad de «liberarse», le hizo creer que podía poseer los atributos de Dios y ser iguales a Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre y podemos decir que en adelante, todo pecado tiene como base una desobediencia y una falta de confianza en Él. Es la soberbia la que nos hace preferirnos a nosotros mismos en lugar de Dios; despreciamos a Dios olvidando que somos creaturas necesitadas de ayuda para conseguir nuestro propio bien.

Gén 3, 4- 6
Este versículo nos narra cómo se consumó el pecado. Creo yo que poco a poco nos hemos ido dando cuenta en dónde está la raíz de nuestros males: ¡Nos hemos apartado de Dios! El pecado que cometieron Adán y Eva no fue sexual, como piensan algunos, pues con anterioridad Dios había bendecido la unión de la pareja: «Sean fecundos y multiplíquense» (Gen 1, 28). Más bien, el pecado fue la soberbia del hombre; haber rechazado a Dios, es la actitud con la que el hombre quiere independizarse, porque siente que Dios le estorba para ser feliz. Dice el cincelazo 331: «El soberbio es el que en la práctica dice al Señor» ¡Quítate, porque yo solo puedo hacerlo! Y es que cada que cometemos un pecado, le decimos a Dios: ¡Sácate! ¡Me estorbas! ¡Yo quiero ser y Tú no me dejas! Debemos comprender a estas alturas que el pecado va más allá de un simple quebrantamiento de la ley de Dios es sobre todo, no considerar a Dios, no quererlo incluir en nuestro plan de vida.

Gén. 3, 16- 17
La sentencia que Dios hace al hombre y a la mujer, nos muestra que la relación amistosa entre Dios y el hombre estaba rota. El hombre ya no es más el rey de la creación. Su desnudez y su vergüenza le hicieron comprender que sólo era una creatura desvalida que había rechazado a su propio Creador. Sin embargo, Dios no maldijo al hombre; en adelante, el hombre tendrá que cargar el peso de su propia naturaleza, con la responsabilidad deberá asumir la lucha de la vida y sus exigencias.

CONSECUENCIAS DEL PECADO
Las consecuencias del pecado que ahora analizaremos, no son castigo de Dios, Dios no castiga, sino que es el efecto lógico de haber perdido la amistad divina.

1. Sufrimiento y dolor: El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos del paraíso ideal que tuvo el hombre. Las experiencias del mal, el sufrimiento y la injusticia nos parecen un castigo de Dios. Ya no somos los consentidos del paraíso, ahora nos enfrentamos a las fuerzas de la naturaleza, superiores a las nuestras.

Por una idea fuertemente arraigada en el pensamiento popular, le atribuimos a Dios cualquier desgracia que padece el hombre. Dios no hace sufrir, el dolor tiene una explicación enteramente natural. Es precisamente Cristo nuestro Señor quien nos enseñará a vivir y a ratificar este sufrimiento, pero no nos liberará de él.

2. Trabajo: El hombre en el paraíso realizaba un trabajo fácil y agradable, ahora tendrá que sacar de la tierra su propio alimento. La Escritura destaca que el trabajo es fatigoso y pesado; pero actualmente observamos que este trabajo a unos los hace ricos y poderosos, a otros los hace esclavos para toda la vida y unos pocos viven holgadamente aprovechando los sudores de los demás. Cristo nuestro Señor viene a enseñarnos que el trabajo no es una condena a muerte, sino la posibilidad de colaborar con Dios en la creación que todavía no ha terminado. «Mi Padre trabaja, yo también trabajo» (Jn 5,17).

3. Muerte: Por el pecado, Dios quita al hombre la posibilidad de vivir para siempre. Para quien vive la vida sin pensar en Dios, la muerte es una maldición, pues es dejar los bienes, afectos y placeres de este mundo; pero para quien acepta los trabajos y sufrimientos con la esperanza de una vida superior, la muerte es una liberación. Cristo «Vencedor de la Muerte» viene a darnos la vida en abundancia. Él es quien quita el pecado del mundo y nos libera también de los efectos del mismo pecado.

Gén 3, 15
Dios nunca maldijo al hombre, pero sí a la serpiente representante del mal y, al hacerlo, también pronunció la promesa de salvación para el hombre: «De la mujer saldrá la victoria final sobre el mal». Dios no puede permitir que su máxima obra viva hundida sin esperanza de redención y, en el mismo momento de su sentencia, se incline sobre su miseria. Otro gesto de su amor lo notamos en el hecho de que no los envió desnudos a la tierra, sino que los vistió para que salieran del paraíso con dignidad.

Este texto es muy importante pues hace notar que Dios no es de ninguna manera un juez implacable y castigador sino el creador amoroso que no podía dejarnos solos, a pesar de haberle rechazado. Dice el cincelazo no. 20: «A pesar de nuestras infidelidades que rechazan las manifestaciones del amor divino, el Señor busca siempre ocasiones para volver a empezar». Este pensamiento resume toda la historia de salvación. La misericordia de Dios es más grande que toda la maldad humana.

También el texto hace alusión a una mujer. Los católicos vislumbramos en ella la figura de la Virgen María «Vencedora del Mal», «la que aplasta a la serpiente», la que con su generoso «sí» aceptó la salvación para todos los hombres. Así como por una mujer había entrado el pecado al mundo, también por otra mujer, María, «entró la salvación al mundo».

Gén 4, 8
Adán y Eva ya en la tierra tuvieron muchos hijos. Los primeros Caín y Abel ofrecían sacrificios a Dios. Caín que era labrador ofrecía sus cultivos y Abel que era pastor de ovejas sacrificaba los primeros nacidos de sus rebaños (Gén 4, 1).

Sucedió que Caín empezó a sentir envidia de Abel, porque las ofrendas que éste ofrecía eran más limpias y agradables a Dios. Su rostro se descompuso y deseó el mal para su hermano. Este texto nos viene a ilustrar hasta dónde puede llegar el pecado del hombre, concretamente, la envidia. La envidia es «hija» de la soberbia, pues como el hombre se considera bueno, lleno de dones y atributos propios, no puede concebir a otro hombre que lo supere; así es que empieza esta batalla por acabar con todo lo que pueda opacarle. La envidia nunca queda como un sentimiento interior de repulsa, sino que fácilmente genera violencia. Empieza su acción por la palabra y llega como en el caso de Caín, al asesinato.

Es natural que de nuestro corazón soberbio broten quizá estos sentimientos. ¿Qué hacer? ¿Cuál es el remedio? La soberbia y la envidia se curan con la humillación, con la humildad que nos hace reconocer que no somos nada ante Dios y que nuestros dones no nos pertenecen, sino que son bendiciones de Dios con los que tenemos que servir a los demás. El cincelazo no. 296 nos ilustra esta idea: «En la medida en que yo me siento más de lo que soy, más y más me aparto de Dios».

Gén 6, 5
Con el paso del tiempo se multiplicaron los pecados en toda la tierra. El hombre, creatura predilecta de Dios, se había vuelto un ser obstinado en la maldad y perversión. El primer hombre, Adán, se había apartado de Dios, quedando marcada en toda su descendencia una inclinación a lo malo. Fue como si el «molde» del que iban a salir todos los hombres quedara averiado y, como consecuencia, todos lo que salimos de ese «molde» arrastramos ese «defecto de fábrica».

Gén 7, 17- 23
La humanidad estaba totalmente corrompida y Dios vio necesaria una purificación que asegurara el porvenir de su obra. Así que tomó al único justo, Noé, para empezar con él, un nuevo pueblo santo, limpio de maldad. Dios nos muestra a través de esta extremosa decisión que está resuelto a cuidar su obra predilecta, aún a costa de medidas dolorosas.

Noé es el creyente ideal que acepta colaborar con Dios para salvar al mundo; se pone a trabajar decididamente en el proyecto divino sin hacer caso a las críticas de los incrédulos y flojos que prefirieron seguir gozando de lo temporal que trabajar para el futuro. Dios nos muestra a través de esta cita que quiere una humanidad totalmente renovada, por eso la hace pasar por una «limpia» por así decirlo, para acabar con sus costumbres malas. Así como Dios necesitó a Noé, hoy también necesita de hombres santos que, sin sentirse salvados ni condenar a los pecadores, influyan positivamente en la sociedad. Un hombre bueno asegura que las promesas de Dios siempre serán cumplidas, a pesar de todas las maldades. Lo decía San Juan de la Cruz: «Vale más un santo que diez mil cristianos mediocres».

Gén 11, 1-9
El episodio de la torre de Babel, es otro ejemplo más para mostrar la tendencia al mal que tenemos todos los hombres desde que en un principio perdimos la amistad divina. A pesar de que Dios había purificado la humanidad con el diluvio universal, con el paso de los años volvió a olvidarse de Él; los hombres se volvieron malos, se llenaron de soberbia e intentaron construir una torre que llegara hasta el cielo para probar, delante de todos, que podían hacer cosas grandes sin ayuda de nadie. Y una vez más Dios interviene drásticamente para acabar con las pretensiones humanas de grandeza y de poder.

Tal vez, hermanos, en este mismo acontecimiento encontremos reflejada nuestra triste experiencia personal. Dios nos salva, nos limpia y purifica y al momento de sentirnos limpios, como los «puerquitos recién bañados» volvemos a caer en la suciedad. El hombre es débil por naturaleza y siempre pecamos de algún modo, pero esta tendencia nunca debe desanimarnos, sino al contrario, debe concientizarnos de que no podemos avanzar solos sin la ayuda de Dios. Lo peor no está en la caída, sino en permanecer en ese estado pesimista de no poder levantarse. Es anticristiano que una persona reconociendo sus fallas y defectos no quiera salir de ellos, porque en su conducta niega el Poder de Dios que quiere hacer santos a todos los hombres. Debemos luchar optimistamente contra nuestros defectos, confiando más en el poder de Dios que en nuestras propias fuerzas.

Nos dice el cincelazo no. 208: «Los santos no son los que nunca pecaron, sino los que pronto se levantaron confiando en el amor de Dios».

Bien, hemos concluido nuestra lección, esperando que en todos haya quedado «un asco» al pecado, pues por medio de él rechazamos a Dios a quien debemos amar. Por eso conviene que pidamos perdón a Dios rezando el salmo 51 reconociendo nuestros pecados y confiando mucho más en la infinita misericordia divina.

TAREA mandarla al correo
tallerbiblicomsp@hotmail.com

1. ¿Cómo podrás definir el pecado?

2. ¿Crees que los pecados de Adán, Eva y Caín tienen en común la soberbia y la envidia? ¿Cómo lo explicarías?

3. Enumera los efectos que produjo el pecado de Adán y Eva.

4. Examina las causas y los efectos de algunos pecados que hacen los hombres relacionándolos con los de Adán, Eva y Caín, y el episodio de la torre de Babel.

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