2da Lección
Actuación del
Espíritu Santo en Nosotros
Es muy entendida la
mentalidad o el prejuicio, entre el pueblo de Dios, de que el Espíritu Santo
más actúa como una fuerza que como una Persona divina. Quizás porque nos han
impactado los efectos de su acción a lo largo de la historia de la salvación, empezando por el libro del Génesis que nos muestra al Espíritu de Dios como una fuerza excepcional que fecunda las aguas y genera la vida o más adelante, en el Nuevo Testamento, como una experiencia que proporciona paz, alegría, amor o más aún, como el poder que impulsa la obra de evangelización en los constantes peligros; y nunca o casi nunca hemos pensado en Él como una persona.
La Sagrada Escritura como estudiamos en la lección anterior, destaca la personalidad del Espíritu Santo, como si fuera un sujeto “mediador” es decir, a través de Él conocemos al Hijo y a partir de Él al Padre, pero nunca revelándose Él mismo. El Espíritu Santo es el Revelador que aparece como una luz en cuya claridad contemplamos a Jesús como Centro de todas las cosas (Cf.1 Co 12,3).
Expliquemos esto. El Espíritu Santo no da explicación de Él mismo, sino que gracias a Él podemos conocer el Padre y al Hijo, ¡Esa es su tarea! Nos ayuda a deshacernos de imágenes estáticas de Dios y a tener un encuentro vital con Él. No es la luz que vemos sino la luz que nos hace ver, iluminando nuestra realidad de ser cristianos que consiste en introducirnos en el misterio de amor personal de Cristo que nos lleva a vivir de una manera totalmente diferente.
Esta actuación del Espíritu Santo en nosotros se da fundamentalmente en tres sentidos, a saber:
1. NOS LLEVA A UN CONOCIMIENTO PROFUNDO DE CRISTO
Que por supuesto, no se trata de acumular nociones y teorías sobre Cristo sino en tener un encuentro personal con Él. Veamos algunos
Textos:
Jn 14, 26 (cf. Jn 16,13) En este texto se califica el Espíritu, como el Defensor (en algunas Biblias se traduce como El Paráclito o Intérprete), es decir el auxiliar que tiene la función de proteger y defender, así como de animar y consolar al seguidor de Cristo. Tal protección se realiza por que el mismo Espíritu que se ha unido a nuestro espíritu, da testimonio de que nosotros somos Hijos de Dios. Esta conciencia de ser propiedad de Dios nos genera gran confianza y seguridad ante los problemas de la vida.
Este Espíritu que nos es dado gratuitamente por el Padre ( cf.Rm 8,16), permanece para siempre con nosotros, es el alma de la Iglesia y está presente en la persona del cristiano, dinamizándolo desde dentro y hablándole en su propia conciencia. Decía San Agustín: “Es más interior que lo más íntimo mío” Lo experimentamos especialmente cuando nos recuerda la Palabra de Jesús, que gustamos y comprendemos con una nueva luz que nos hace distinguirla como la verdad total; ya que no es una palabra entre muchas sino la única que nos satisface.
El Espíritu Santo es la luz del corazón y de la comunidad en cuya claridad descubrimos a Jesús como la Verdad Total, la plenitud de la revelación de Dios y la clave para la justicia del hombre. Esta Verdad no sólo se refiere al conjunto de dichos y hechos de Jesús, sino al camino verdadero por el que nos lleva Jesús. Es decir, el Espíritu Santo clarifica lo que es seguir a Jesús en nuestra propia realidad personal indicándonos las líneas de acción para responder a su llamado. La Vida es difícil y contradictoria, así que el Espíritu es el ímpetu Inteligente que nos permite superar las contradicciones creando el camino para encontrar la salida. El Cincelazo 800 nos dice:“ Sin el Espíritu Santo nada puede entender ni realizar y no hay comprensión de los planes de Dios”.
Rm. 8,9-16 En este texto, fundamental para explicar la actividad del Espíritu en nosotros, se descubre su procedencia:“ De Dios” (v. 9a), “ Del Padre, que resucito a Jesús” (v.11). Se nos presenta como capaz de vivificarnos del pecado y de la muerte. La última palabra cristiana ante la muerte es la realidad del Espíritu; que permanece en el cristiano como la Paz, la Alegría, la Libertad, el Perdón, y la misión renovada.
Este es el mismo Espíritu que nos da el dinamismo de los Hijos de Dios, reproduciendo en nosotros, la misma relación que Jesús tuvo con Él y ya una vez identificados como Hijos e impulsados por este Espíritu clamamos como Jesús al Padre:“abbá” es decir, ¡Papá!. Así descubrimos el secreto de como dirigirnos a Dios Padre, para hablarle, darle gracias y pedirle favores.
Ser Hijos de Dios no es un sentimiento ni una ilusión intimista sino una realidad que constatamos y verificamos gracias al Espíritu que verdaderamente nos libera del miedo y de la maldad. Por Él tenemos la esperanza de la comunicación entre los hombres siempre es posible la solución de los problemas por más difíciles que parezcan está al alcance de la mano de Dios. Vivir como “Hijos de Dios” y “hermanos de los hombres” son ideales cristianos tan poco creídos que luego, pensamos, es mejor callarlos que profanarlos pero que son logrados gracias el poder del Espíritu.
2. NOS HACE TESTIGOS DE CRISTO
Ya que el Espíritu nos hace posible un conocimiento profundo de Cristo, nos convertimos al mismo tiempo en testigos suyos. Ser testigos significa hablar por lo que hemos conocido y experimentado; obviamente no hay mejor manera de avalar y dar testimonio de Jesús que con un cambio de vida.
El Espíritu Santo es quien traduce en vida lo que la palabra de Jesús contiene. Trabaja como “maestro interior” que no sólo sugiere lo bueno y verdadero sino también inspira los efectos, es decir, motiva a querer y a lograr una vivencia radical del Evangelio. En este sentido la experiencia espiritual es la experiencia de Jesús Vivo y la experiencia de nuestra conversión a Él (cf. Jn 15,26). Veamos ahora el texto:
Hech 5, 41 Un testigo de Jesús por estar lleno del Espíritu posee las cualidades de explicitar su Fe, es decir, “hablar de Jesús” con toda valentía y franqueza, aún en situaciones críticas de persecución y peligro. El Espíritu Santo viene en nuestro auxilio, Jesús nos lo ha prometido y lo ha cumplido.
El testimonio cristiano nace de una profunda confianza en la presencia y apoyo del Señor y no tanto en las propias fuerzas. Después de haber conocido a Jesús, el Espíritu nos sugiere el modo de hablar y de comportarnos en los momentos de rechazo. Este testimonio asegura el avance de la misión por encima de todos los obstáculos. Es fácil decir que se cree en Cristo en un ambiente cristiano, pero cuando hay persecución y se pone en peligro nuestra paz y prestigio, e incluso la misma, vida requerimos la asistencia de nuestros Defensor.
Los apóstoles, los mártires y todos los santos nos han dado la muestra de que sí es posible vivir el Evangelio. Su historia refleja muy bien la diferencia entre ser testigos o ser “simplemente creyentes”.
Entre la era del miedo y la era de la valentía de nuestra vida, la diferencia es el Espíritu Santo. Los apóstoles, aún en presencia de Jesús se dejaron llevar por el miedo y con razón Él mismo les reprocho su poca fe. Pero estos mismos apóstoles ante los tribunales de Jerusalén suscitaban la admiración por su seguridad y valentía. El libro de los Hechos refleja muy bien, esta victoria del Espíritu Defensor sobre el miedo y la amenaza.
Desde esos primeros tiempos, el ideal del testimonio cristiano es el martirio. De hecho, la palabra mártir, significa eso, “testigo”, porque todo aquel que aceptaba el bautismo también aceptaba la persecución y la muerte; repetía en su propia vida la Pasión de Cristo. Por eso, para ser cristiano hay que ser muy valiente y estar dispuesto a dar la vida. Jesús nunca nos ocultó la realidad dolorosa del seguimiento evangélico y de la misión apostólica que íbamos a enfrentar (cf.Mt.10,17-20). Decía Gandhi: “El primer requisito para la vida espiritual es la valentía” Así entre nosotros, el que no esté dispuesto a dar un testimonio claro y convincente de Cristo, mejor que se defina de otra forma porque cristiano no lo es.
Si queremos que nuestro apostolado sea fecundo y dé abundantes frutos, es preciso tomar la actitud oblativa de Jesús en la cruz, es decir, donarnos para la salvación de muchos. Este testimonio es la prueba contundente de la acción del Espíritu en el corazón y en la conciencia de los testigos de Cristo.
3. NOS HACE PREDICADORES DE SU MENSAJE
El que ha conocido a Cristo, ha quedado sellado para siempre por su Espíritu, convirtiéndose en un predicador. Un predicador es aquel que participa gozoso de la riqueza infinita de Cristo. Él es nuestra herencia y nuestra misión, conforme a los mandamientos finales de los evangelios (Mt 28,19-20; Mc 16,16; Lc 24,46-49).
Gracias al Espíritu Santo, la palabra que nos revela a Cristo, tiene el poder maravilloso de inquietarnos y movernos para transmitir esta misma vivencia con nuestras palabras y acciones. En realidad, es el Espíritu el protagonista de esta misión evangelizadora. También en los Hechos, los apóstoles gritan la Buena Nueva del Evangelio y anuncian de hecho que la salvación es una realidad. Todos se dieron cuenta de que los apóstoles no hablaban por ellos mismos sino que lo hacían por la fuerza del Espíritu. Por eso, ese día, con un solo sermón se convirtieron más de tres mil personas (cf.Hch 2,37-41).
Además la auténtica predicación, siempre suscitará nuevos apóstoles para que a su vez estos también se conviertan en nuevos predicadores. El Papa Paulo VI en su exhortación “ Evangelii Nuntiandi” afirma: ” El que ha sido evangelizado evangeliza a su vez. He aquí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia”.
Hay que tener presente este concepto si no queremos que nuestro apostolado sea estéril. San Pablo recomienda a Timoteo: “Lo que aprendiste de mí, confirmado por numerosos testigos, confíalo a hombres que merezcan confianza, capaces de instruir después a otros” (2 Tim 2,2).
Traduciendo en cifras este concepto, podemos ver la dinámica enorme que hay en seguir el método del que predica para “salvar” y del que lo hace para aumentar el número de los apóstoles.
Si un sacerdote ganara para Cristo 200 personas al año, al cabo de 20 años tendría cuatro mil flamantes cristianos en su parroquia. Pero si este sacerdote trabajara con la mentalidad de San Pablo, con sólo convertir en apóstol a una persona al año, enseñándole que este hiciera lo mismo, al segundo año serían cuatro apóstoles. Estos cuatro al tercer año se duplicarían en ocho. Al cabo de 10 años se lograría tener más de mil personas entregadas al apostolado, y al cabo de 20 años el total llegaría a la increíble cantidad de 1, 048, 576.
Sabemos que la lógica de los números no siempre coincide con el proceso misterioso de la Gracia no obstante, su lenguaje queda igualmente elocuente y nos da una idea clara de lo que se puede conseguir cuando se sigue su sistema apostólico de san Pablo, que evangelizaba suscitando apóstoles y enseñando a los demás a hacer lo mismo.
Aquí el audio de este tema
+++++++++++++++++++++++
Suscríbete a esta página para
que te llegue a tu correo un aviso de cuando subimos un nuevo podcast.
Síguenos en nuestra página oficial para saber más de los Misioneros
Servidores de la Palabra:
Gracias por compartir la página.
Hola Padre, este tema se echó a perder, le colocaron música clásica por entre medio y no se escucha. Lo saluda Cecilia Cers de la parroquia nuestra señora del Carmen de Tiltil.
ResponderEliminar