7ma y 8va Lección
LLENARSE DEL
ESPÍRITU SANTO
La presencia del Espíritu Santo es una realidad para
todos aquellos que con fe y humildad piden a Dios este don que Él nos ha
prometido. Los frutos y los dones son la prueba real de que Éste está presente
en nuestra vida. Pero ¿cómo entro en contacto con Él? ¿Cómo se manifiesta?
¿Cómo puedo permanecer lleno de este mismo Espíritu?
La misma Palabra de Dios contesta estas preguntas,
para que todos los bautizados tomemos conciencia que el recibir el Espíritu Santo
no es una meta a alcanzar sino el inicio de una nueva relación con Dios.
Solamente llenos del Espíritu Santo, los cristianos hacemos la experiencia
plena del amor; si no caminamos con este propósito nos arriesgamos a la
insatisfacción y al fracaso.
En el Nuevo Testamento, en particular en el libro de
los Hechos, encontramos muchas veces la expresión: “llenos del Espíritu Santo”
(2,4; 4,31; 6,3.5; 7,55; 9, 17; 11,24, etc.) y viene siempre antecedida de un
momento fuerte de oración comunitaria o de la “Imposición de manos”, la cual no
es otra cosa, sino una oración especialmente fervorosa, al modo de un abrazo
para hacer sentir a la persona el calor de Dios. Este hecho nos muestra una vez
más que Dios nos concede lo que le pedimos cuando lo hacemos con la confianza
de que nos lo dará. Para tener el Espíritu Santo en nosotros, sólo hace falta
una cosa: quererlo realmente. “Pues bien, yo les digo: Pidan y se les dará,
busquen y hallarán, llamen a la puerta y se les abrirá. Porque todo el que pide
recibe y el que busca halla, y al que llame a la puerta se le abrirá. ¿Qué
padre, de entre ustedes, si su hijo le pide pescado, en vez de pescado le da
una serpiente; o si le pide un huevo, le pasa un escorpión? Por lo tanto, si
ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre
del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.
“Llenos del Espíritu Santo” es el programa constante
en el que el cristiano debe sostenerse para vivir la plenitud del amor y la
alegría, que como veremos más adelante, son los signos reales que muestran la
presencia del Espíritu Santo. Algunos piensan, que los dones más llamativos
como el de lenguas, profecía, curación, son señal de santidad, pero no es así.
No está más lleno del Espíritu aquel que ha recibido más dones; sino aquel que
ha recibido más frutos. Jesucristo Nuestro Señor, nos afirmó esto cuando
arremetió contra aquellos que confiaban más en los dones y en los carismas que
habían recibido: “En el día del juicio muchos me dirán: Señor, Señor, profetizamos
en tu nombre y en tu nombre hicimos muchos milagros. Yo les diré entonces: no
los reconozco. Aléjense de mí todos los malhechores” ( Mt 7, 22-23).
La carta
a los Gálatas nos dice: “El fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz;
paciencia, comprensión de los demás. Bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio
de sí mismo” (5,22). Es ilustrativo, que San Pablo nos diga “el fruto” en lugar
de “los frutos” para poner énfasis en que una persona que tiene el Espíritu
Santo produce amor, alegría, paz, etc. Todo como un mismo y solo fruto. Sería
ilógico pensar en que una persona llena del Espíritu tuviera mucho amor, pero
al mismo tiempo fuera muy triste, u otra fuera muy bondadosa, pero no tuviera
ni pizca de paciencia. Todas estas virtudes nacen y se desarrollan juntas por
obra y gracia del Espíritu.
Revisemos,
brevemente, cada una de estas, para reconocerlas en nuestra vida y
fortalecerlas para un mejor servicio:
AMOR El amor no sale de nosotros mismos, viene de Dios,
el mismo Pablo lo dice: “El amor de Dios ya fue derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Así pues, no se trata de un
sentimiento humano, sino del máximo don que el cristiano aspira recibir. Hoy en
día, la palabra amor, está tan desvirtuada y prostituida, que ya a perdido gran
parte de su significado original. Por eso se prefiere utilizar la palabra
“caridad” que tiene sentido de un amor oblativo o de sacrificio, que urge y nos
hace salir de nuestro propio egoísmo para corresponder a los demás con este
mismo amor que hemos experimentado. Es una autodonación o una entrega de
nuestra persona en favor del bien del prójimo, la cual no es posible, si antes
no hemos experimentado el amor de Cristo que nos amó primero: “Así se manifestó
el amor de Dios entre nosotros. No somos nosotros los que hemos amado a Dios,
sino que Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros
pecados”(1Jn 4,10).
Este amor cristiano siempre va acompañado del
sufrimiento; esto es un signo que lo hace auténtico. ¿Por qué el amor siempre
va acompañado de sufrimiento? Es una pregunta incontestable para el que no ha
hecho la experiencia del Espíritu y que queda para resolver conforme vayamos
haciendo la experiencia de darnos a los demás. Nos daremos cuenta que en el
camino del servicio generoso, como Cristo, siempre encontraremos
incomprensiones, dificultades y aún rechazos.
ALEGRÍA La alegría es el segundo
fruto del Espíritu Santo. Cuando éste está presente siempre hay alegría. Por
supuesto que no se trata de la risa superficial o la carcajada sabrosa, sino la
experiencia profundamente gozosa del cristiano que se sabe amado y redimido por
Dios. San Lucas, que es el cantor de la alegría de los pobres, la presenta como
una consecuencia de la Buena Nueva que nos trae Cristo. Desde el anuncio a la
Virgen María: “Alégrate” (1,28), su nacimiento es una noticia alegre: “Os
anuncio una gran alegría”(2,10). Jesús mismo también “movido por el Espíritu
Santo, se estremeció de alegría” ( 10, 21) y su Resurrección gloriosa es “ pura
alegría” ( 24,41).
Para la primitiva comunidad, la alegría es el tono
en el que se realiza toda su actividad: “Acudían diariamente al templo con
mucho entusiasmo y con un mismo espíritu y compartían el pan en sus casa,
comiendo con alegría y sencillez. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de
todo el pueblo; y el Señor hacía que los salvados cada día se integraran a la
Iglesia en mayor número (Hech 2, 46-47).
Andar triste o amargados es como una mala propaganda
para Dios, pues no habrá quien quiera agregarse a esta comunidad. Si llevamos
al Espíritu Santo, debe notarse en nuestra conducta alegre y optimista por ser
portadores de una buena y alegre noticia. Por ello es bueno preguntarnos de vez
en cuando ¿cómo anda mi alegría?
PAZ Es la serenidad y armonía
que experimente todo cristiano a pesar de que se encuentre en graves
dificultades. Es una paz al estilo de Cristo que se fundamenta en el amor y el
perdón.
No nos referimos en primer término a la paz del
mundo; ésta será una consecuencia. Nos referimos a la paz del hombre consigo
mismo. A menudo experimentamos inseguridades, nerviosismo, odios y
resentimientos que hacen que perdamos el equilibrio y busquemos falsas salidas.
La paz, fruto del Espíritu permite la integración y el desarrollo personal que
asegura la reconciliación del hombre consigo mismo y la naturaleza, con los
demás, con Dios.
PACIENCIA El Espíritu Santo suscita
en la persona una gran capacidad de aceptación de los demás. San Pablo nos
insiste constantemente que tenemos que ser humildes y pacientes para
soportarnos unos a otros. En nuestras relaciones con los demás nos percatamos
de esto, realmente es una gracia, un fruto del Espíritu, pues no es posible que
en una comunidad, siendo todos distintos e igualmente pecadores, provenientes
de culturas y ambientes distintos, dándose tantos roces y choques, se pueda dar
una relación amistosa y fraterna.
Agrupamos estas virtudes juntamente con otras que
son muy afines: amabilidad, confiabilidad, delicadeza. Se refieren al aprecio
digno y amoroso trato que debemos dar a cada uno de nuestros hermanos. El
cristiano, al modelo de Cristo anuncia la verdad con firmeza y valentía, pero sin
perder la caridad, que lo hace sensible y comprensivo con las necesidades de
los que le rodean. Quien está lleno del Espíritu Santo tiene ese trato suave
que proporciona el calor humano para hacer sentir la Palabra de Dios.
Llamado también templanza, se refiere a la fuerza de
voluntad del cristiano para no caer en las tentaciones de poder y de placer ni
dejarnos arrastrar por las pasiones o la flojera. Este autodominio permite al
hombre integrar todas sus potencias y dinamismo para entregarse a lo que
realmente quiere; hace experimentar al hombre la verdadera libertad, que
consiste en no dejarse esclavizar por nada y sacudirse de todo lo que impide
entregarnos a Cristo con todo nuestro ser.
Somos muy débiles normalmente nos dejamos llevar por
el egoísmo y la comodidad, siguiendo la corriente del mundo. El materialismo y
la sensualidad son los enemigos a vencer si queremos hacer la experiencia del
Espíritu Santo.
Es una muy buena pregunta, para concluir esta serie
de reflexiones. La contestaremos fijándonos en la experiencia de la primitiva
comunidad cristiana, que nos muestra la clave para permanecer siempre llenos
del Espíritu. “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia,
a la fracción del pan y a las oraciones. Toda la gente estaba asombrada ya que
se multiplicaban los prodigios y milagros hechos por los apóstoles en
Jerusalén. Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían (Hech 2, 42-44).
Es fácil darse cuenta que la oración, la Eucaristía
y la Palabra de Dios son como un tripié que sostiene la vida cristiana
permitiéndonos vivir la plenitud del Espíritu. Si se viven con fervor aseguran
su presencia, si no se aprovechan nos vamos cada día vaciando de Él. Es por
esto que el fiel laico debe poner especial empeño en participar constantemente
de ellos para alcanzar la santidad a la que está llamado, entendiendo santidad
como la perfecta docilidad a la acción del Espíritu que mora en nosotros.
Fin del curso
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Gracias por compartir la página.
Me gustaría que estás lecciones las pasarán en audio
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