sábado, 24 de septiembre de 2016

Llenarse del Espíritu Santo tema 7 y 8 del curso vida en el Espíritu Santo

7ma  y 8va Lección


LLENARSE DEL ESPÍRITU SANTO
La presencia del Espíritu Santo es una realidad para todos aquellos que con fe y humildad piden a Dios este don que Él nos ha prometido. Los frutos y los dones son la prueba real de que Éste está presente en nuestra vida. Pero ¿cómo entro en contacto con Él? ¿Cómo se manifiesta? ¿Cómo puedo permanecer lleno de este mismo Espíritu?

La misma Palabra de Dios contesta estas preguntas, para que todos los bautizados tomemos conciencia que el recibir el Espíritu Santo no es una meta a alcanzar sino el inicio de una nueva relación con Dios. Solamente llenos del Espíritu Santo, los cristianos hacemos la experiencia plena del amor; si no caminamos con este propósito nos arriesgamos a la insatisfacción y al fracaso.

En el Nuevo Testamento, en particular en el libro de los Hechos, encontramos muchas veces la expresión: “llenos del Espíritu Santo” (2,4; 4,31; 6,3.5; 7,55; 9, 17; 11,24, etc.) y viene siempre antecedida de un momento fuerte de oración comunitaria o de la “Imposición de manos”, la cual no es otra cosa, sino una oración especialmente fervorosa, al modo de un abrazo para hacer sentir a la persona el calor de Dios. Este hecho nos muestra una vez más que Dios nos concede lo que le pedimos cuando lo hacemos con la confianza de que nos lo dará. Para tener el Espíritu Santo en nosotros, sólo hace falta una cosa: quererlo realmente. “Pues bien, yo les digo: Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen a la puerta y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe y el que busca halla, y al que llame a la puerta se le abrirá. ¿Qué padre, de entre ustedes, si su hijo le pide pescado, en vez de pescado le da una serpiente; o si le pide un huevo, le pasa un escorpión? Por lo tanto, si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan.

“Llenos del Espíritu Santo” es el programa constante en el que el cristiano debe sostenerse para vivir la plenitud del amor y la alegría, que como veremos más adelante, son los signos reales que muestran la presencia del Espíritu Santo. Algunos piensan, que los dones más llamativos como el de lenguas, profecía, curación, son señal de santidad, pero no es así. No está más lleno del Espíritu aquel que ha recibido más dones; sino aquel que ha recibido más frutos. Jesucristo Nuestro Señor, nos afirmó esto cuando arremetió contra aquellos que confiaban más en los dones y en los carismas que habían recibido: “En el día del juicio muchos me dirán: Señor, Señor, profetizamos en tu nombre y en tu nombre hicimos muchos milagros. Yo les diré entonces: no los reconozco. Aléjense de mí todos los malhechores” ( Mt 7, 22-23).

1. PERO ¿CUÁLES SON LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO?
La carta a los Gálatas nos dice: “El fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz; paciencia, comprensión de los demás. Bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo” (5,22). Es ilustrativo, que San Pablo nos diga “el fruto” en lugar de “los frutos” para poner énfasis en que una persona que tiene el Espíritu Santo produce amor, alegría, paz, etc. Todo como un mismo y solo fruto. Sería ilógico pensar en que una persona llena del Espíritu tuviera mucho amor, pero al mismo tiempo fuera muy triste, u otra fuera muy bondadosa, pero no tuviera ni pizca de paciencia. Todas estas virtudes nacen y se desarrollan juntas por obra y gracia del Espíritu.

Revisemos, brevemente, cada una de estas, para reconocerlas en nuestra vida y fortalecerlas para un mejor servicio:

2. AMOR, ALEGRÍA, PAZ, PACIENCIA

AMOR El amor no sale de nosotros mismos, viene de Dios, el mismo Pablo lo dice: “El amor de Dios ya fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Así pues, no se trata de un sentimiento humano, sino del máximo don que el cristiano aspira recibir. Hoy en día, la palabra amor, está tan desvirtuada y prostituida, que ya a perdido gran parte de su significado original. Por eso se prefiere utilizar la palabra “caridad” que tiene sentido de un amor oblativo o de sacrificio, que urge y nos hace salir de nuestro propio egoísmo para corresponder a los demás con este mismo amor que hemos experimentado. Es una autodonación o una entrega de nuestra persona en favor del bien del prójimo, la cual no es posible, si antes no hemos experimentado el amor de Cristo que nos amó primero: “Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros. No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados”(1Jn 4,10).

Este amor cristiano siempre va acompañado del sufrimiento; esto es un signo que lo hace auténtico. ¿Por qué el amor siempre va acompañado de sufrimiento? Es una pregunta incontestable para el que no ha hecho la experiencia del Espíritu y que queda para resolver conforme vayamos haciendo la experiencia de darnos a los demás. Nos daremos cuenta que en el camino del servicio generoso, como Cristo, siempre encontraremos incomprensiones, dificultades y aún rechazos.

ALEGRÍA La alegría es el segundo fruto del Espíritu Santo. Cuando éste está presente siempre hay alegría. Por supuesto que no se trata de la risa superficial o la carcajada sabrosa, sino la experiencia profundamente gozosa del cristiano que se sabe amado y redimido por Dios. San Lucas, que es el cantor de la alegría de los pobres, la presenta como una consecuencia de la Buena Nueva que nos trae Cristo. Desde el anuncio a la Virgen María: “Alégrate” (1,28), su nacimiento es una noticia alegre: “Os anuncio una gran alegría”(2,10). Jesús mismo también “movido por el Espíritu Santo, se estremeció de alegría” ( 10, 21) y su Resurrección gloriosa es “ pura alegría” ( 24,41).
Para la primitiva comunidad, la alegría es el tono en el que se realiza toda su actividad: “Acudían diariamente al templo con mucho entusiasmo y con un mismo espíritu y compartían el pan en sus casa, comiendo con alegría y sencillez. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo; y el Señor hacía que los salvados cada día se integraran a la Iglesia en mayor número (Hech 2, 46-47).

Andar triste o amargados es como una mala propaganda para Dios, pues no habrá quien quiera agregarse a esta comunidad. Si llevamos al Espíritu Santo, debe notarse en nuestra conducta alegre y optimista por ser portadores de una buena y alegre noticia. Por ello es bueno preguntarnos de vez en cuando ¿cómo anda mi alegría?

PAZ Es la serenidad y armonía que experimente todo cristiano a pesar de que se encuentre en graves dificultades. Es una paz al estilo de Cristo que se fundamenta en el amor y el perdón.

No nos referimos en primer término a la paz del mundo; ésta será una consecuencia. Nos referimos a la paz del hombre consigo mismo. A menudo experimentamos inseguridades, nerviosismo, odios y resentimientos que hacen que perdamos el equilibrio y busquemos falsas salidas. La paz, fruto del Espíritu permite la integración y el desarrollo personal que asegura la reconciliación del hombre consigo mismo y la naturaleza, con los demás, con Dios.

PACIENCIA El Espíritu Santo suscita en la persona una gran capacidad de aceptación de los demás. San Pablo nos insiste constantemente que tenemos que ser humildes y pacientes para soportarnos unos a otros. En nuestras relaciones con los demás nos percatamos de esto, realmente es una gracia, un fruto del Espíritu, pues no es posible que en una comunidad, siendo todos distintos e igualmente pecadores, provenientes de culturas y ambientes distintos, dándose tantos roces y choques, se pueda dar una relación amistosa y fraterna.

3. COMPRENSIÓN DE LOS DEMÁS, BONDAD Y MANSEDUMBRE

Agrupamos estas virtudes juntamente con otras que son muy afines: amabilidad, confiabilidad, delicadeza. Se refieren al aprecio digno y amoroso trato que debemos dar a cada uno de nuestros hermanos. El cristiano, al modelo de Cristo anuncia la verdad con firmeza y valentía, pero sin perder la caridad, que lo hace sensible y comprensivo con las necesidades de los que le rodean. Quien está lleno del Espíritu Santo tiene ese trato suave que proporciona el calor humano para hacer sentir la Palabra de Dios.

4. DOMINIO DE SÍ MISMO
Llamado también templanza, se refiere a la fuerza de voluntad del cristiano para no caer en las tentaciones de poder y de placer ni dejarnos arrastrar por las pasiones o la flojera. Este autodominio permite al hombre integrar todas sus potencias y dinamismo para entregarse a lo que realmente quiere; hace experimentar al hombre la verdadera libertad, que consiste en no dejarse esclavizar por nada y sacudirse de todo lo que impide entregarnos a Cristo con todo nuestro ser.

Somos muy débiles normalmente nos dejamos llevar por el egoísmo y la comodidad, siguiendo la corriente del mundo. El materialismo y la sensualidad son los enemigos a vencer si queremos hacer la experiencia del Espíritu Santo.

5. ¿CÓMO VIVIR LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO?
Es una muy buena pregunta, para concluir esta serie de reflexiones. La contestaremos fijándonos en la experiencia de la primitiva comunidad cristiana, que nos muestra la clave para permanecer siempre llenos del Espíritu. “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones. Toda la gente estaba asombrada ya que se multiplicaban los prodigios y milagros hechos por los apóstoles en Jerusalén. Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían (Hech 2, 42-44).

Es fácil darse cuenta que la oración, la Eucaristía y la Palabra de Dios son como un tripié que sostiene la vida cristiana permitiéndonos vivir la plenitud del Espíritu. Si se viven con fervor aseguran su presencia, si no se aprovechan nos vamos cada día vaciando de Él. Es por esto que el fiel laico debe poner especial empeño en participar constantemente de ellos para alcanzar la santidad a la que está llamado, entendiendo santidad como la perfecta docilidad a la acción del Espíritu que mora en nosotros.

Fin del curso

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