domingo, 7 de febrero de 2021

Oración en el Apostolado - 4ta lección curso orar evangelizando

4ta Lección


CRISTO MODELO DE ORACIÓN

«Cristo es la imagen del Dios que no se puede ver, el primogénito de toda la creación, ya que en Él fueron hechas todas las cosas... Todo está hecho por medio de Él y para Él...» (Col 1, 15-20). Por ello, por ser Cristo una imagen divina y el modelo de hombre en todo, así también lo es para la oración. 

De allí que si queremos aprender a orar, necesariamente tenemos que acercarnos a Cristo y aceptarlo también como un maestro de oración que nos enseña a dialogar con el Padre para comprender y cumplir con la misión que nos confía.

 

El evangelio de san Lucas es el evangelio de la oración. No es que los otros evangelios descuiden el tema, pero Lucas le da un especial énfasis y una altísima estima, presentándola como algo indispensable en el camino de la fe. Es de resaltar el hecho de que las oraciones más famosas de la tradición cristiana proceden de este evangelio: El Magníficat (Lc 1, 46-55) y el Benedictus (Lc 1, 68-79); numerosos textos nos exhortan a cultivar una oración perseverante (p. ej. Lc 11, 5-13), los pobres de Dios son mostrados en alabanza constante, guiados por el Espíritu y acudiendo al templo de Dios (Lc 1, 8-11. 64-67; 2, 13-14. 27-28; 36-37É).

 

Así mismo, Jesús es presentado en este evangelio como el ejemplo supremo de la oración. Sin ella, no hubiera podido ser iluminado y fortalecido para cumplir con su misión redentora. En consecuencia, vamos a encontrar en tal evangelio a un Jesús orando en todo momento y en toda circunstancia: Jesús ora en el bautismo (Lc 3, 21), se retira al desierto a orar (5, 10), antes de escoger a sus apóstoles ora (Lc 6, 12). Ora antes de la confesión de Pedro (9, 18), después dice a Pedro que había orado especialmente por él (22, 32). Oró en su Transfiguración (9, 28-29). Su vida completa fue una oración, una entrega total (23, 46).

 

Comentaremos algunos de estos textos para aprender más de Jesús a propósito de la oración: Lc 6, 12 «Jesús pasó toda la noche en oración con Dios».

 

Jesús ora como lo hace en los momentos más importantes de su vida. Esta vez no era para menos, se trataba de escoger a doce de sus discípulos para que fueran sus apóstoles, es decir, los enviados para anunciar la Buena Nueva por todos los confines de la tierra. Para una decisión tan importante y de tanta repercusión, el texto señala que «se fue a un cerro» y «se pasó toda la noche en oración con Dios.

 

El hombre prudente nunca toma decisiones importantes «a la carrera» y sin consultar a nadie. El cristiano, con mayor razón, debe recurrir a Dios en la oración sobre todo si las decisiones son de trascendencia. Él nunca nos abandona cuando queremos actuar conforme a su voluntad. En la oración, Él nos ilumina para que decidamos siempre para bien. Sabemos que la oración, «a tiempo y a destiempo» requiere un espacio y un tiempo. Jesús sube al cerro o monte (que bíblicamente es el lugar de encuentro o revelación divina por excelencia), para disponerse mejor a la oración. Así el cristiano debe ser cuidadoso y celoso para procurarse un sitio, un silencio y una soledad para poder platicar con Dios. Lograr esto, puede parecer difícil, pero no debemos darnos por vencidos o desanimarnos. Es preciso hallar el lugar y el espacio para la oración. Dios no puede ser tan injusto como para impedirnos encontrarnos con Él.

 

Lo mismo con el factor tiempo. Ninguno de nosotros puede poner ya como pretexto, la gastada excusa: «No tengo tiempo» y menos cuando tenemos que tomar decisiones importantes. El tiempo es cuestión de preferencias; siempre se logra tiempo para lo que se quiere. Si realmente queremos orar debemos estar dispuestos a sacrificar cosas e invertir generosamente nuestro tiempo en el diálogo con Dios. No es que se menosprecien los ratitos de oración, pero es una regla espiritual: «El orante crece en los tiempos largos y en el silencio exigente de un retiro».

 

Lc 9, 28-29 Mientras estaba orando, Jesús se transfiguró.

En este momento de oración, mientras su cara y su ropa resplandecían. Jesús recibe la certeza de que su muerte se cumpliría dentro de poco tiempo. Junto con los apóstoles recibe también un anticipo de lo que será su glorificación. Este acontecimiento misterioso narrado también en los otros evangelios sinópticos nos deja a nosotros grandes enseñanzas para aprovecharlas en nuestra oración.

 

Primeramente, es en la oración donde se nos revelan los grandes misterios divinos, imposibles para la simple comprensión humana. Así, el famoso «secreto mesiánico» citado en los evangelios de Mateo y Marcos que consistiría en la muerte afrentosa de Cristo, queda dulcificado después de esta manifestación de Gloria del Señor. De ahora en adelante, los apóstoles tendrán más luces para superar el escándalo de la cruz, el miedo a la muerte y las incontables dificultades y persecuciones que habrán de soportar por causa de la Palabra.

 

En la oración, el creyente se abre a los planes divinos y va comprendiendo sus difíciles caminos por inverosímiles que parezcan. Después de haber experimentado la alegría y el gozo de un encuentro con Dios, se está en capacidad de aceptar y aun desear cualquier cosa. Aceptar que todo lo que Dios permite es para nuestro bien, incluido el sufrimiento y la muerte, es la fuente única de la paz verdadera. ¡Es increíble cómo se transforman las cosas en la oración! El cincelazo No. 780 nos dice: «Cuanto más se ora, más disposición se tiene para captar la voluntad de Dios.»

 

Lc 10, 21 «Jesús movido por el Espíritu Santo, se estremeció de alegría y alabó al Padre».

 

El Espíritu Santo hace estremecer de alegría a Jesús, un movimiento íntimo que no puede contener y lo hace estallar en un himno de alabanza y acción de gracias: «Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has mostrado a los pequeñitos.»

 

Se trata de un momento único de contemplación en el que Jesús por gracia del Espíritu se identifica y congratula plenamente con la voluntad del Padre: «Sí Padre, así te pareció bien», es la expresión de satisfacción al ver realizarse la encomienda del Padre, al ver cómo los pobres se abren a la palabra de Dios.

Esta experiencia personal de Jesús nos hace reflexionar sobre un aspecto de la oración cristiana muchas veces descuidado. Acostumbrados a ver la oración como el acto de pedir y suplicar a Dios favores, nos cuesta trabajo comprender que la alabanza y la acción de gracias, puedan ser oraciones «productivas».

 

Recuperar el sentido de la alabanza en nuestra oración cotidiana debe ser uno de los grandes retos personales. Por ella, nos sintonizamos y regocijamos con la voluntad divina. Decía santa Teresa, que la alabanza es «la oración perfecta que agrada al Padre», porque por medio de ella nos acercamos a Dios no por algún interés, sino sólo y simplemente por amor.

 

Lc 11, 1-4; Mt 6, 9-13 «Señor, enséñanos a orar».

Todas las oraciones de todos los tiempos tienen su culminación en Cristo, el cual de manera única llama a Dios «Padre», más exactamente «Abbá» es decir «Papá» y con esta misma confianza nos invita a dirigirnos a Dios y abandonarnos plenamente en su voluntad, porque también Él es nuestro Padre. Jesús Resucitado dijo a la Magdalena: «Subo donde mi Padre, que es Padre de ustedes; donde mi Dios que es Dios de ustedes» (Jn 20, 17).

 

En Cristo y sólo en Cristo, nos atrevemos a decir «Padre nuestro». Él es, quien nos da el valor de orar con confianza. Por ello, siempre conviene una catequesis profunda sobre esta oración, para que siempre que la hagamos reconozcamos el sentido y el alcance de cada palabra de esta oración perfecta y así nos entreguemos más a Dios en esta oración.

 

Después de reconocer tierna y afectivamente a Dios como un «Padre», le expresamos nuestra complacencia en su voluntad: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». El orante debe abandonarse totalmente en la voluntad del Padre porque en ella encontrará la paz y sabemos que también contiene el bien de todos.

 

Por supuesto que es muy legítimo de nuestra parte, incluir en nuestra oración personal peticiones de todo tipo: por la salud de nuestros seres queridos, por conseguir un trabajo digno, por el bienestar y la justicia, etc., pero después de externarlas debemos también sabernos conformar con la voluntad de Dios pues de antemano sabemos que es lo mejor para los demás y también para nosotros.

 

La confianza en la Providencia también es un «filón» a explotar en esta riquísima oración: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Sería fácil y cómodo para nosotros pedirle a Dios de una vez el pan de todo el año o al menos el del mes, pero a Dios le gusta que reconozcamos con humildad que Él es la fuente de todo bien para que recurramos a Él a cada momento.

 

La oración del Padre nuestro, como toda otra oración cristiana, es esencialmente liberadora si la hacemos con fe. El odio y el rencor son heridas que lastiman el corazón humano. El pedir perdón a Dios por nuestras ofensas, perdonar a los que nos han ofendido y saber pedir perdón a quienes hemos ofendido, es condición para poder experimentar su misericordia. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». No podemos esperar la misericordia divina si antes nosotros no somos misericordiosos con los demás. Así pues, esta oración debe dejarnos pensando cómo es que estamos perdonando y amando a los que nos rodean.

 

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