domingo, 7 de febrero de 2021

Oración en el Apostolado - 5ta lección curso orar evangelizando

 5ta Lección


ORAR CON MARÍA

Si queremos aprovechar de una mejor manera lo que llamamos «oración mariana», es preciso que conozcamos un poco la historia de la devoción, para que podamos librarnos de los errores y desviaciones en los que, desgraciadamente, ha llegado a caer el culto mariano.

 

En efecto, a partir del siglo VIII la Virgen era considerada en su perspectiva aislada respecto de su hijo Jesucristo. Las cualidades de María sólo eran celebradas como privilegios y cualidades exclusivamente suyos. Esto ocasionó un separatismo devocional, es decir, se veneraba a María muy aparte de su relación con Cristo, lo que provocó para el siglo XVI la clásica reacción protestante que juzga que la tradición católica ha convertido a María en una diosa.

 

En general, los protestantes afirman que María es una mujer como las demás, la reconocen sólo como madre de Jesús, pero nunca como Madre de Dios, negando así su grandeza y poder intercesor y privándose, desgraciadamente, de la riqueza de la oración mariana.

 

Quien niega esta íntima e indeleble relación entre María y Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, muy aparte de caer en una herejía, se hace incapaz de comprender el porqué de la humanidad de Jesucristo y tampoco aprovechará el caudal de gracia que nos alcanza la poderosa intercesión mariana.

 

No hay duda de que Cristo es todo en el misterio de la salvación, pero desvinculándolo de María se corre el riesgo de quedarnos con un Cristo sin humanidad y no entender el papel de la colaboración humana en la historia de la salvación. Tan ligados están uno del otro, que María se ha convertido en camino seguro para un encuentro profundo con Cristo. El insigne marianista San Luis María Grignion de Montfort llegó a expresar: decir María, es decir Cristo.

 

El Papa Paulo VI en su Exhortación apostólica «Marialis Cultus» sobre el recto ordenamiento y desarrollo del culto a María, expuso: «El orar cristianamente es ante todo un hacer memoria de Cristo, que se ofrece al Padre por el Espíritu Santo. María por ser madre de Jesucristo, hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo, no sólo es ejemplo de oración, sino que es a ella a quien se dirige primeramente nuestra plegaria».

 

El gran remedio para orientar el culto y la oración mariana siempre ha sido la Biblia; los mismos textos bíblicos descubren la verdadera identidad de María; es a la luz de la Palabra donde ella adquiere un nuevo perfil y una nueva fuerza.

 

Son contados los textos en que se habla específicamente de María, lo cual no es una pobreza del Evangelio ni constituye una desventaja para hablar de la oración mariana. Todo lo contrario, sus pocas palabras nos ayudan a comprender mejor su participación activa y valorar mejor sus silencios. Como decía cierto autor: «Lo hermoso de María es que “casi”, casi no dijo nada».

San Lucas es el evangelista que mejor presenta a María como la fiel servidora del Señor. En sus pocas y sencillas palabras se condensa la experiencia de fe de una creyente en toda la extensión de la palabra. Abrámonos al conocimiento de estos textos para conocer las cualidades de la oración mariana y aprender a orar con la Virgen María.

 

«He aquí la esclava del Señor». La oración de disponibilidad: Lc 1, 38

El momento de la anunciación marca desde un principio la actitud fundamental de María en la historia de la salvación y en su modo de relacionarse con Dios: «Hágase en mí según tu Palabra». Es inimaginable la profundidad de la oración condensada en esta frase. La humildad y dócil sumisión a la voluntad del Padre, serán la nota distintiva de su oración. Ella está segura y convencida de ser un instrumento en la obra de salvación.

 

Después de su «Sí» total y generoso, el clima de oración se tornó totalmente familiar. María oraba no sólo a su Dios, sino al mismo tiempo al Hijo que llevaba en su vientre y que después arrullaría en sus brazos. Esta experiencia única en la historia y nunca jamás repetida, subraya la mutua e íntima confianza de la madre con su hijo, sin demeritar, en absoluto, la fe de María. Todo lo contrario, la fe de María se hizo más grande y firme. San Agustín decía: «María es más bienaventurada por la fe que tenía en Cristo que por haberle dado cuerpo. Su ligamen materno no le habría valido nada, si no hubiera sido por haber llevado a Cristo en su corazón».

 

Los «silencios» de María: Lc 2, 19. 51

Todos los hechos y acontecimientos de la vida son para María una palabra de Dios. María se extrañaba, se admiraba, guardaba silencio ante los signos de los tiempos y los meditaba en su corazón «para reflexionarlos» e interpretar en ellos la voluntad de Dios.

 

Muchas veces pensamos que orar es sólo suplicar y dirigir a Dios nuestras intenciones, sin esperar de Él una respuesta o contestación. María, en cambio, nos enseña que Dios nos habla y responde a través de los acontecimientos de la vida. Todo cristiano ha de inspirarse en Ella y detenerse al final de su jornada para reflexionar ¿cómo me ha hablado Dios en este día? Esas cosas tristes y alegres que nos suceden no son casuales ni fortuitas, son esas «palabras» que nosotros pedimos y que Dios nos dirige para orientar nuestro caminar.

 

La oración de los pobres: Lc 1, 46-55

El «Magníficat» de la Virgen María es una oración que tiene una fuerza y un encanto especial. Nuestro pueblo la tiene como una oración efectiva y «muy milagrosa». En ella, María alaba al Padre por todas las maravillas y favores de los que ha sido objeto. María es como un «espejo» donde se reflejan de un modo único la justicia y la misericordia divinas.

 

María es un modelo de fe peregrina. Enriquecida por la palabra de Dios ha sido testigo de su realización y su cumplimiento. No cabe duda, Dios existe, Dios se manifiesta, Dios salva y se dirige especialmente a los pobres. Por eso se alegra interiormente y explota en este canto junto a los marginados y oprimidos que experimentan el amor liberador de Dios.

 

Cuando hacemos esta oración, con un corazón de pobre como el de María sentimos también vibrar todo nuestro ser con un gozo inexplicable: Dios hace sentir su presencia liberadora en nuestra vida. La Liturgia de las Horas, nos manda unirnos cotidianamente a esta alabanza que es el sentimiento de toda la Iglesia, pobre y peregrina, que camina hacia su total liberación.

 

La oración de intercesión: Jn 2, 3-5

Quién si no María conocía y comprendía mejor la «Hora» de Jesús (es decir, su manifestación gloriosa). Por ello se atreve a pedirle un primer milagro inédito para sacar de apuros a unos recién casados. Aparentemente Jesús, ajeno e indiferente, responde con un reproche, pero a María, su madre, tal respuesta le sonó como una muestra de suma familiaridad y confianza plena.

 

Este episodio nos descubre a María siempre atenta a todas las necesidades del hombre. No es que a Dios le despreocupen estos detalles o María sea más atenta, amable o misericordiosa, sino que Dios ha querido servirse precisamente de María para ayudar al hombre y hacerle sentir su presencia hasta en las cosas más simples.

 

María como mujer y madre, es sensible, delicada, afectiva y cálida en su trato. Por ello, muchas veces nos sentimos más cerca de ella y le suplicamos favores. Este episodio de «Las bodas de Caná» prueba la eficacia de sus ruegos. No es exagerado afirmar que quien descubre el valor de la oración mariana descubre también el secreto de la perseverancia. La oración del «Avemaría» nos anima a pedirle que: «ruegue por nosotros, los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte».

 

María al pie de la cruz: Jn 19, 25-27

María está de pie junto a la Cruz. Es una actitud que designa su sacrificio y ofrecimiento máximo. Sin pronunciar palabras, sin quejarse, también ella como Jesús se abandona totalmente en las manos del Padre. Es una repetición silenciosa de su «Fiat» en la anunciación.

 

En los momentos de dolor y sufrimiento supremos en nuestra vida (¿quizás la pérdida de un ser querido?), pensemos en el dolor de María que acepta la voluntad del Padre. Unámonos a ella que nos da ese «plus» de fortaleza para llegar como ella hasta la cima del monte Calvario con nuestra cruz a cuestas.

 

Es también para reflexionar, el que Jesús se dirija a María, llamándola «La Madre» y la entregue al discípulo que más amaba. De ahí en adelante, María no sólo fue la madre de este apóstol, sino de toda la Iglesia naciente que tanto necesitaba de un pilar de fe que sirviera de apoyo y fuera garantía de seguimiento de Cristo.

 

María en Pentecostés: Hech 1, 12-14

Por ser testigo de la muerte y Resurrección de su Hijo, María desempeña un papel decisivo en esos días en que los apóstoles, atribulados por las dudas y desanimados por la persecución, requerían de testigos que animaran su fe y su esperanza. En el cenáculo, María ora con los apóstoles para recibir el Espíritu Santo.

 

Esta oración de María «calienta» nuestra oración especialmente en los momentos de desierto y desolación. Si no fuera por ella, simplemente no resistiríamos en el camino. Los santos de ayer y de hoy nos dan las pruebas contundentes de la valiosísima ayuda de la oración mariana. El Papa san Juan Pablo II y santa Teresa de Calcuta son ejemplos actuales de hombres y mujeres que rezan el rosario no sólo como una simple devoción, sino como una forma de especial oración.

 

Por el rosario, nosotros meditamos los misterios de nuestra salvación, a través de los ojos de María y nos unimos a ella en sus gozos y en sus sufrimientos, logrando así, una verdadera oración que nos capacita para recibir el Espíritu Santo y con Él, los dones y carismas que necesitamos para poder llevar adelante la tarea evangelizadora.




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario